BIBLIOTECA: POR QUÉ NOS ENCANTAN LOS SOCIÓPATAS
«Mi mayor frustración es no ser un sociópata. Creo que no soy el único«.
Comenzar un ensayo que lleva por título Por qué nos encantan los sociópatas y afirmar sin ningún tipo de pudor que resulta frustrante no pertenecer a un grupo de chalados sociales resulta, cuanto menos, una interesante forma iniciar un paseo por el mundo de los pirados audiovisuales, esos que tan buenos (y malos) ratos dieron al espectador frente a una pantalla de televisión. En este ensayo editado por Editorial Melusina, dentro de su colección [Sic], Adam Kotsko utiliza esta premisa para dar rienda suelta a su propia imagen de sociópata televisivo sin reparar en lo cierto o lo extraño que puedan resultar las teorías en las que quiere incluir al lector.
Kotsko, en un infinito conocimiento del panorama televisivo actual, amplía la definición de sociópata para poder incluir, quizá, a auténticos cabrones en una lista de tres tipos distintos de personajes representantes de la sociopatía. Así, ejemplifica la extraña atracción que se siente por los malhechores de la televisión contemporánea citando algunos nombres imprescindibles para tejer un mapa del ser que renuncia a los convencionalismos sociales establecidos y que se entrega a una anarquía individualista.
Incluir en el mismo saco a Homer Simpson y a Dexter Morgan no los hace ni de lejos iguales, ni sus motivos para ser controvertidos majaderos los convierte en víctimas de sí mismos. Sin embargo, y a ojos de Kotsko, la forma en que construyen sus realidades es tan propia de un sociópata clásico que ambos pueden ser definidos de la misma forma sin que haya que tener en cuenta que el primero es un ser sin sentido alguno de las consecuencias de sus actos y, el segundo, es quien se considera creador de las consecuencias para otros.
Cuestionar las motivaciones que llevan a los personajes de la realidad televisiva a ejecutar actos totalmente deleznables (aunque, en este sentido, siempre es mejor que cada uno analice para sí qué es realmente un acto deleznable) no supone un acercamiento real a lo que implica ser un sociópata en toda regla. Así, no parece importar realmente cuáles son las razones por las que la mentira es el camino elegido para Don Draper y Tony Soprano. Este último mentía casi por defecto. Su comodidad y seguridad en sí mismo dependían de ello, mientras que Don Draper jamás optó por confesar sus culpas, invitándose a jugar en un peligroso laberinto de identidades en el que el bienestar social ocupaba la base de su pirámide vital.
La cuestión, quizá, es que al final un sociópata en televisión no es más que un fracasado que busca su propia fórmula para escapar de la insulsa vida que no le quedó más remedio que vivir. Con enormes excepciones como lo son Draper y Soprano (y alguno más), no cabe duda de que un gran número de personajes son, al fin y al cabo, ejemplos vivos de que la falta de éxito vital conduce inevitablemente a un pozo en el que la locura social no es más que una construcción de la personalidad autodestructiva que uno lleva dentro. O, simplemente, de la irreverente necesidad de obviar las normas sociales que, se supone, tendría que acatar.
¿Qué plantea Kotsko en relación a esta televisión tardocapitalista? El poder nace de la evolución de la información. Los mass media han vivido en los últimos años una evolución a pasos agigantados que ha obligado a cambiar las frecuencias de recepción, la personalidad, los targets, a considerar que los medios no son más que un escaparate para cualquier producto y que el desarrollo psicológico de cualquier generación conectada worldwide es inmediato. Kotsko equipara modelos de héroe. Lo que en cualquier sociedad anterior a la actual hubiesen sido comportamientos reprobables, el autor los explica como excusa para plantear un nuevo paradigma social en el que la sociedad ha roto consigo misma mientras no se detiene a preguntarse qué palabras pronunciaría John Locke mientras contempla cómo su modelo social se desequilibra a través de la ficción de algo llamado televisión.
Sheyla López