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25 FESTIVAL DE CINE DE MÁLAGA: ALCARRÀS

ANTECEDENTES

Cuando en 2017, Estiu 1993, con esa mirada sensible y honesta al duelo desde la niñez, cautivó el corazón de la Berlinale, presagio de un recorrido mucho más amplio, visibilizó el valor de una cineasta con una sensibilidad especial, visionaria a la hora de entender las emociones humanas, y capaz de deconstruir el valor existencialista que nos define. Su nombre es Carla Simón, y acompañada de los devenires que supuso la pandemia a la hora de desarrollar su segundo largometraje, Alcarràs, hace apenas un mes sacudió los márgenes de la historia para llevarse un nuevo Oso de Oro para el cine español, el primero para una mujer, en una edición de la Berlinale con marcado acento español. Hace unos días el amor internacional llegó a Málaga, donde la película se presentó fuera de concurso con un arropo incomensurable, que promete muchas y variadas alegrías para esta mirada al valor de la tierra, en relación con sus cuidadores y cultivadores, los agricultores tradicionales.

LA PELÍCULA

Viajamos a una tierra de áridas composiciones, en ella el florecer de la vida, las plantaciones melocotoneras de la familia Solé, dan vida y entidad a un paisaje y a un sentir que ha perdurado durante 80 años. Pero los cambios de paradigma, las lealtades que ya no son lealtades, y la confraternidad de una tierra amenazada por la tecnologización más capitalista, sentencia con determinación el cuidado de la tierra. Es el fin de una era, de una era para ellos, la familia Solé, en la zona de Alcarràs, pero también para toda una realidad social, y una forma de entender la vida, apegada a su origen, el sentir de la tierra, y el florecer de los frutos que brotan de ella. Ante este devenir, nace la frustración, el desconcierto, la pena, la ira, y finalmente la resignación, por lo que viene, y lo que está en un proceso determinado a devorar nuestro lado más humano, aquel que conecta con su sentir primigenio, el de la tierra, en la que nace y termina nuestra vida.

Y en este proceso transcurre el drama de esta familia, que vive los latidos de su último verano. Probablemente el estío más importante de sus vidas, el de mirar a un presente incierto y conflictivo conjugando un continuo proceso de entendimiento. Es tiempo de reflexión, de sentir y frustrarse, de explorar y explotar, y así lo vive cada uno de ellos. Desde la ira del padre, a la observación de la hija, hasta la esperanza del abuelo, sentires y verdades que se despiden de manera definitiva de lo que fue el valor de una vida. La de la familia, la de la tradición, la de un conexión muy profunda con las raíces. En este continuo de emociones, situaciones y vivencias, uno parece tocar, oler y saborear cada palmo de la tierra, de un momento y un lugar determinado a decir adiós.

Y si sentimos la emoción de cada uno estos instantes es por la gracia de ver mirar a Carla Simón. Ella nos lleva de la mano y nos regala su trozo de tierra, nos la ofrece con dulzura, pero con una honestidad apabullante, de esas que cortan el alma y la dividen en dos. Porque gracias a su mirada entendemos que lo que vive esta familia, va más allá de lo local, para atrapar nuestras emociones y vivencias más universales. Ellos son el reflejo del mimo y el detalle hacia lo que da origen a la vida, y ellos son la mirada de una triste e inminente ida sin retorno. Con su dolor, con la maravillosa luz que Daniela Cajías compone, y la precisa construcción sonora que dirige Eva Valiño viajamos palmo a palmo, momento a momento, hasta la recogida del último melocotón. Aquel y delicioso fruto de la tierra, que hoy se despide, pero no sin dejar un poso, tan profundo, que nos haga reaccionar con vida a la vida, y en este principio y en este poderoso engranaje toma alas y cuerpo una de las películas más importantes de nuestro cine. De esas que, días después, a pesar de la rutina y de la ceguera del devenir cotidiano, otorgan luz a nuestros ojos para mantener siempre encendida la llama de la vida.

ELLAS Y ELLOS

Es absolutamente meritorio el naturalismo y la certeza que transmite este reparto. Rostros desconocidos y primerizos para el Séptimo Arte, pero conocedores del entorno y de los entresijos de la tierra. Su destreza para otorgar verdad a esta composición tan sublime es uno de los grandes aciertos de esta propuesta, que encuentra en sus miradas la emoción contenida que te agarra de una manera latente, y que finalmente explota en el sentir hacia una realidad y un sentimiento absolutamente constante en nuestro imaginario colectivo.

LA SORPRESA

La mayor sorpresa de esta película reside en su sensibilidad para configurar un ejercicio de tensión y emoción contenida, que poco a poco te va introduciendo y te va acariciando, hasta conseguir agarrar tus emociones, emociones que explotan en ese momento de reflexión final, acerca de lo que has vivido y sentido.

LA SECUENCIA/ EL MOMENTO

La belleza de sus pasajes determina un dibujo preciso y honesto del valor de la tierra, pero es en sus instantes finales cuando la emoción de la película te envuelve, con esas miradas abatidas ante la pérdida de un estilo de vida, y con ese plano general final, de la casa familiar rodeada del fin de una era, el ocaso del amor a la tierra en su continuo cuidado por parte del agricultor tradicional.

TE GUSTARÁ SI…

Si te deleitas con las películas que dibujan con sutileza y precisión la vida, y que te entregan emoción honesta que conecta de un modo muy profundo, muy real con tu sentir general.

LO MEJOR

  • Su enorme sensibilidad para hacernos sentir la tierra de una manera tan tangible, tan viva, tan honesta, marca de la casa de la visionaria Carla Simón.
  • Su belleza cromática y lumínica, responsabilidad de Daniela Cajías, para acompañar con certeza cada secuencia de este enorme dibujo sobre el valor de la agricultura tradicional.

LO PEOR

  • Que la inminencia y rapidez de las imágenes que nos acompañan día a día, nos impida entrar en el valor sensorial y detallista de este ejercicio tan humano, tan existencialista.

Alberto Tovar

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