UN TRAIDOR COMO LOS NUESTROS
Siempre es interesante enterarse de que un director se atreve con la adaptación de una novela y más aun si se trata de John Le Carré. Otros ya llevaron al cine novelas del autor como El espía que surgió del frío (1965), El jardinero fiel (2005) o El topo (2011), asegurándose su respectivo director del éxito al escoger un excelente casting y obteniendo merecidas críticas muy favorables. En Un traidor como los nuestros, Susanna White también cuenta con un elenco impecable de actores, pero este factor no es una excusa para descuidar el resto de elementos que componen una película.
El filme protagonizado por Ewan McGregor (Agosto, Moulin Rouge) y Stellan Skarsgard (Rompiendo las olas, Mamma mia!) tiene un comienzo bello y muy prometedor: la primera imagen del bailarín Carlos Acosta en el Bolshoi Ballet, que denota calidez y elegancia, contrasta perfectamente con la fría Rusia, con aquello que a tres de sus espectadores les espera fuera de ese auditorio. Uno no puede evitar acomodarse en su butaca y pensar que el espectáculo de espionaje va a ser narrado de forma innovadora, o esa es la sensación que se tiene con los primeros minutos de metraje. Una lástima que se quede en eso: una sensación. Y, queridos, de las sensaciones no se come.
Cuando una película consiste en la adaptación de una novela e incluso de un hecho histórico, no se puede pretender que haya cambios en la historia, pero sí una cierta innovación en la forma de narrar. O eso es lo que directores como Clint Eastwood nos ha demostrado recientemente en Sully, convirtiendo la historia del milagro de Hudson de 2009 en algo fascinante. En Un traidor como los nuestros se respira una ola de pereza a la hora de contar una historia lineal y bastante previsible. Pero que una historia no dé mucho de sí jamás debe ser excusa para descuidar su adaptación a la gran pantalla.
La cinta de Susanna White se hace algo monótona y deja el sabor de que ya hemos visto esta historia muchas veces y que, si el espectador la deja escapar, no se pierde gran cosa. El topo podía llevar a algunos espectadores al aburrimiento debido a la complejidad del argumento, pero llegó a fascinar a los verdaderos amantes del género y a los devoradores de la literatura John Le Carré. Buen cine en mayúsculas, aunque no satisfaga a todo el público. En el caso de la película protagonizada por Ewan McGregor, el aburrimiento se debe a no arriesgar en casi ningún aspecto, y solamente es destacable su reparto.
Ewan McGregor y Stellan Skarsgard, que ya coincidieron en Ángeles y demonios, nunca defraudan, son actores todoterreno. Un buen actor se caracteriza precisamente por eso y también por ser capaz de brillar en una trama demasiado convencional y manida como esta. ¿Qué hubiera pasado si en vez de este reparto hubieran sido elegidos unos menos conocidos? Creo que todos tenemos la respuesta. El resto del reparto realiza actuaciones notables y llegan a rozar el sobresaliente (destaca un siempre convincente Damian Lewis (Billions).
Un traidor como los nuestros no es de esas películas que permanecerá en la retina del espectador, sino que se olvidará con bastante facilidad. Una película de suspense, pero con poco suspense. Eso sí, entretendrá a los espectadores más fieles del cine de mafias, aunque se quedarán con ganas de más sin poder evitar las comparaciones (y todos sabemos lo odiosas que son las comparaciones) con otras películas muchísimo más efectivas de este género y de otras adaptaciones de John Le Carré.
Y si a alguien se le escapa algún detalle de la película o se pierde en algún momento de la historia, no tiene más que dirigir sus dudas al portero del museo Einstein de Berna que aparece en el filme.
LO MEJOR:
- El reparto de actores que, en este caso, resulta ser verdaderamente lo mejor con creces.
- La narración, que llega a entretener en términos globales.
LO PEOR:
- La falta de chispa de la narración.
- La sensación de déjà vu que transmite.
- Que, al tratarse de una novela del maestro John Le Carré, no se haya puesto la genialidad necesaria para rendirle el homenaje que siempre merece.
Gabriela Rubio