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BEN-HUR

Pocas cintas han sufrido en los últimos años la ira de las redes con tanto ensañamiento como esta revisión de Ben-Hur, la última versión en imágenes de la novela homónima de Lew Wallace, llevada por primera vez al cine en 1907 por Sidney Olcott. Y es que desde la versión de Olcott, muda y pionera en la lucha por los reconocimientos de los derechos de autor dentro de la industria norteamericana, se han rodado hasta tres títulos más: la de 1925, dirigida por Fred Niblo; la de 1959, la más popular de todas y firmada por William Wyler (que ya trabajó en la de Niblo como diseñador de producción); y la que se estrena estos días, firmada por Timur Bekmambetov, un director que gracias a su Guardianes de la noche atrajo la atención de Hollywood, y que cuenta con las (muy) flojillas WantedAbraham Lincoln: Cazador de vampiros como principales méritos en la meca del cine.

Cuatro versiones que al adaptar una misma novela comparten columna vertebral, pero no suponen lecturas idénticas de la novela de Lew Wallace, publicada en 1880 y con una carga religiosa muy notable. La versión más popular, la de Wyler, minimizó en gran medida esta carga en beneficio de un espectáculo cinematográfico puro y duro que se saldó con once estatuillas y un sólido hueco en la cultura popular gracias a su espectacular y culminante carrera de cuadrigas, y toda una serie de anécdotas y leyendas ligadas a su rodaje, incluidos algunos diálogos con doble lectura y de naturaleza sexual censurados en su momento por el órgano competente.

bh2La versión de Timur Bekmambetov, la que nos ocupa, es una versión que pese a volver a caminar por un sendero conocido por todos, se empeña en buscar su propia identidad renunciando a algunos pasajes de la cinta de Wyler y acentuando el carácter religioso de la obra original de Wallace, un detalle marca de la casa de Mark Burnett y Roma Downey, un matrimonio de productores cristianos que están detrás de la miniserie La Biblia (2013) y preparan ya la serie A.D., que recogerá la caída del imperio romano. Porque en este Ben-Hur, más que el espectáculo, lo que brilla con luz propia es el viaje vital de Judah, un acaudalado príncipe judío, sensato y buena persona, que verá cómo el destino aniquila sus valores convirtiéndole en un superviviente dominado por la sed de venganza que encuentra de nuevo su paz interior gracias a la fe cristiana. Este cambio de perspectivas de Judah y su relación con Messala (en esta versión su hermanastro) terminan relegando la épica de la cinta a un segundo plano, y quizá supongan igualmente el mayor atractivo de esta nueva propuesta que aboga por la redención, especialmente en ese colofón de purificación que supone su tramo final.

Porque aunque todo en Ben-Hur funciona como antesala de la esperada carrera de cuadrigas, su espectacularidad escasea y resulta herida de muerte por culpa de una fotografía y un diseño de producción que acercan en muchos momentos la versión de Timur Bekmambetov a cotas más televisivas que cinematográficas. Ni siquiera es capaz el director de transmitir garra en los momentos más épicos: el episodio de la batalla naval y la carrera de cuadrigas, y todo el aparato de recursos del cine actual luce totalmente desaprovechado.

Ben-Hur. Crítica en El PalomitrónNo mucho mejor acaba el capítulo de reparto, porque aunque se adivina buen oficio, lo cierto es que las sombras de Charlton Heston, Stephen Boyd, o incluso Hugh Griffith, resultan demasiado alargadas para Jack HustonToby Kebbell y Morgan Freeman, este último el que menos se esfuerza y limita su trabajo a la ley del mínimo esfuerzo. Mención aparte merece el personaje de Jesús, interpretado por un Rodrigo Santoro que roza con su mirada y sus gestos la parodia, a años luz de la divinidad que debería transmitir.

Mucho ruido (y demasiada controversia) y pocas nueces. Muy pocas. Porque aunque todos los caminos de la cinta de Bekmambetov conducen al circo romano, al final de la epopeya el espectador encontrará muy pocos argumentos para justificar la compra de la entrada.

LO MEJOR:

  • La valiente apuesta por la lección religiosa que escoge la cinta.
  • Algunos momentos visualmente brillantes.

LO PEOR:

  • Promete un espectáculo que no es tal.
  • Ese cierre con imagen congelada, cancioncilla incluida. ¡Por favor!

Alfonso Caro

 

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Alfonso Caro Sánchez (Mánager) Enamorado del cine y de la comunicación. Devorador de cine y firme defensor de este como vehículo de transmisión cultural, paraíso para la introspección e instrumento inmejorable para evadirse de la realidad. Poniendo un poco de orden en este tinglado.