Si algo caracteriza la filmografía de Javier Polo es su compromiso con el riesgo. Desde su incursión en el mundo documental con ‘Europa en 8 bits’ en el año 2013, el trabajo del realizador valenciano no ha dejado de estar presente en los principales festivales de todo el mundo. Con su tercer cortometraje ‘Una terapia de mierda’, disecciona con un marcado humor negro y un estilo visual estridente, los riesgos de la pseudoterapias alternativas. Nominado a los Goya, tras haber recibido sendos reconocimientos en los premios Feroz (en Cinema Jove) y Berlanga, el ascenso meteórico de Polo llega en vísperas del estreno de su primer largometraje de ficción ‘Pequeños Calvarios’.

Con una dirección de fotografía que recuerda a las imágenes coloridas de Pablo Pérez Mínguez. El director presenta a sus estafadores, encarnados por Fernando Cervera y Mariano Collantes. Siguiendo como hilo conductor un programa de televisión, Polo hace uso de la estética kitsch para homenajear a los míticos shows televisivos de los 70 en los que la extravagancia era una protagonista más. No necesita un despliegue de recursos, ni cambios de escenarios, se basta y se sobra con poco. Jugando con un buen repertorio musical, una cuidada fotografía y un montaje trepidante en el que los rótulos, las transiciones y los cambios de formato cobran relevancia, el director consigue impregnar de personalidad un cortometraje que, sin descuidar el aspecto formal, destaca por lo audaz de su contenido.

Poner en entredicho las creencias de una generación centrada en su ombligo sin caer en la ofensa parece misión imposible. No es el caso en ‘Una terapia de mierda’, en el que se cuestionan los riesgos de las terapias alternativas y la pasividad de la sociedad en clave de sátira. La risa no sustituye la gravedad del trasfondo de la temática. Creer a ciegas argumentos absurdos frente al fundamento científico, humo camuflado de verdad y riesgos para la salud en nombre del bienestar y la naturaleza. El chiste se cuenta solo pero asusta. Para una sociedad que se ha tirado los últimos quince años creyendo a pies juntillas en los milagros de la homeopatía y que empieza a despertar intoxicada por tanto timador con nombre de doctor, el cortometraje de Javier Polo se sentirá como una brisa de aire fresco entre tanta fecoterapia.

Claudia Banqueri