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LA NOCHE QUE MI MADRE MATÓ A MI PADRE

085556.jpg-r_1920_1080-f_jpg-q_x-xxyxxEn el segundo acto de Como gustéis, una obra cómica de William Shakespeare, un personaje secundario se dirige al público con uno de los más famosos monólogos del dramaturgo isabelino que empieza con las siguientes palabras: el mundo es un gran teatro; los hombres y las mujeres, meros actores. Lo que no mucha gente sabe es su continuación, tan dura y verdadera como la misma vida y el comportamiento humano: todos hacen sus entradas y sus mutis, y diversos papeles en su vida. Como en esa obra maestra de los últimos estertores del siglo XVI, en La noche que mi madre mató a mi padre su directora y guionista Inés París también apela a un mundo teatral inteligente y humorístico, aunque en este caso huye del subtexto y construye unos personajes que viven de construir mundos imaginarios: directores, guionistas, actores y actrices.

Con apenas seis personajes (a cada cual más estrambótico y desequilibrado), y en medio de una soirée formal de trabajo con invitados de última hora, la película explora los celos dentro del mundo del espectáculo, las interrelaciones entre los diferentes encargados de la producción cinematográfica, y la discriminación de las actrices con la edad. Todo en una trama que se activa cuando uno de los comensales se convierte de forma repentina en cadáver y que transforma a los personajes en seres abiertos que descubren ante nosotros sus miedos, motivaciones y vidas anodinas. Inés París establece en la pantalla el diálogo eterno entre realidad y farsa para tratar con ironía las miserias humanas que nos definen como personas. 

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En este contexto, las máscaras, la mentira y la interpretación son el pan de cada día de unos seres humanos que se relacionan con su familia de una forma moderna, un zoo humano en el que todos son o han sido pareja y tienen hijos en común, y su modernidad y tolerancia no son más que una pátina que esconde tras de sí la desoladora realidad de la vida en el siglo XXI: por muy bien que nos llevemos con alguien que ha sido nuestra pareja, siempre hay alguna cuenta pendiente. Todo esto se manifiesta con dudas, conversaciones donde el histerismo se huele en el ambiente, y en un diseño de producción que obliga a los personajes a deambular arriba y abajo de una inmensa casa de campo de dos pisos y sótano bellamente iluminada y con unas impecables dirección y dirección de fotografía que aleja el producto resultante de la mediocridad estética de comedias españolas del tipo Ocho apellidos vascos.

Estamos, pues, ante una maravillosa comedia española de suspense que recuerda a grandes clásicos como El juego de la sospecha o Un cadáver a los postres, y que además encierra dentro de sí un análisis cálido de las relaciones interpersonales que avanza con paso firme a la misma velocidad que las risas que provocan sus diálogos sarcásticos, excelentemente interpretados por Belén Rueda y Eduard Fernández (que son el eje central pese a la coralidad del filme), dos actores inéditos en la comedia, María Pujalte, Fele Martínez, Diego Peretti (que se interpreta a sí mismo) y Patricia Montero.

La noche que mi madre mató a mi padre es una comedia de enredos claramente deudora de la screwball comedy con ecos de Agatha Christie, en la que los diálogos, los gags y las bromas se suceden como balas disparadas desde una AK-47, sorprende con sus divertidos giros, y maravilla con sus divertidísimas interpretaciones. ¡No duden en acercarse al cine a verla!

 

LO MEJOR:

  • La dirección brillante de Inés París.
  • Las actuaciones de Eduard Fernández, Patricia Montero y Belén Rueda.
  • Su alejamiento diametral de las “españoladas”.
  • Su ritmo frenético.

 

LO PEOR:

  • Nada.

 

Pol Llongueras

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