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LA DESAPARICIÓN DE ELEANOR RIGBY

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Hay algo de mágico en las experiencias cinematográficas. No en todas, ni siquiera en la mayoría. Escasas e inesperadas dosis llegadas a cuentagotas en el momento más apropiado, pero cuando se produce, cuando la vives, lo sabes. Te encuentra(s). En ese viaje hacia otras vidas, otro lugar, otra historia, te reconoces a ti mismo. A tus sentimientos, a golpe de fotogramas por segundo, a tus vivencias, e incluso proyectados, a tus miedos. Y enmascarado tras la seguridad que da tener una pantalla de por medio y ver a otro envuelto en ello, los afrontas desde tu asiento con inquietante calma y la perturbadora sensación del recuerdo.  Y los músculos se contraen, las pupilas se dilatan, el corazón palpita desbocado, y sientes. Sientes tanto. Felicidad, indefensión, ignorancia, dolor, miedo. Porque lo importante no es qué sientas, sino cómo y qué hace que lo sientas.

Sería fácil decir que LA DESAPARICIÓN DE ELEANOR RIGBY es una película agradable, llanamente placentera, ideal para una desapacible tarde de otoño en la que matar el tiempo es el único quehacer pendiente. Sería tan fácil como compleja es esta, como llamativo resulta ser su aparentemente simple e hipnótico relato. Polos opuestos atraídos por un fuerte magnetismo y separados por un acontecimiento trágico, Eleanor (JESSICA CHASTAIN) y Conor (JAMES MCAVOY) nos hacen testigos de su historia, la de un matrimonio neoyorquino al que sus distintas reacciones ante una desgracia les alejarán y, a la vez, unirán más que nunca, en un tira y afloja continuo por sobrellevar las circunstancias y volver a recuperar su amor. Un retrato elocuente y emotivo sobre dos personas que se aman, pero son incapaces de estar juntas, que recoge magistralmente la subjetividad de las relaciones de pareja. Empatía, naturalidad y honestidad como cámaras que capturan la imagen de una relación en su totalidad, con sus momentos buenos y malos, más allá de convencionalismos hollywoodienses y clichés ya usados (y rehusados).

 

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Remontaje cortesía del productor y distribuidor HARVEY WEINSTEIN de un díptico que duraba originalmente en torno a tres horas, formado por los largometrajes HIM y HER, desde los cuales las reacciones ante dicho trágico suceso se mostraban separadamente desde el punto de vista de cada protagonista, resulta fácil pensar que LA DESAPARICIÓN DE ELEANOR RIGBY no puede funcionar. Que una película de algo menos de dos horas, simbiosis de dos producciones independientes, no puede reflejar con tanta pulcritud el rango de emociones humanas y el estado de dolor y necesidad que una persona puede llegar a sentir ante la pérdida, ante el vacío surgido. Pero lo hace. Y ante eso, no puedes hacer nada. Debes (y quieres) rendirte ante las mil y una maneras que halla para provocarte, llevarte al extremo y romperte el corazón. LA DESAPARICIÓN DE ELEANOR RIGBY funciona. Muy bien, de hecho. Y lo hace porque, conocedora de sus limitaciones, explota su material, porque BENSON, su director, sabe el qué hacer, y no menos importante, el cómo, con una cámara, y porque su materia prima, hablemos de trama, reparto o calidad dramática, es pura delicia.

JESSICA CHASTAIN, con cuatro películas con opciones de candidatura al Oscar, vuelve a demostrar que en cuestiones de versatilidad pocas están a su altura, en un papel en la cuerda floja, fácil de reprochar y poco entendible sin la interpretación adecuada, esa que ella, como siempre desde que fuera descubierta allá por 2011, sabe dar. MCAVOY, con menor protagonismo pero mayor consolidación interpretativa que en sus últimos papeles, demuestra que con una buena dirección actoral puede dar mucho de sí. Si ya de por sí no ser eclipsado hubiera tenido mérito, él convence y contribuye al correcto funcionamiento de la cinta. VIOLA DAVIS y su ingenio vivo y cómico, WILLIAM HURT en su correcta pero fundamental discreción, o ISABELLE HUPPERT en su disfrazada sabiduría, enseñan que no están solos los enamorados en esa ardua búsqueda por encontrarse. A sí mismos, al otro, al sentido que en ocasiones parece no existir ni tenerlo.

 

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¿Por qué esta? ¿Por qué después de tantas integrantes en el género romántico, fueren cómicas, dramáticas, o tragicómicas? ¿Qué tiene LA DESAPARICIÓN DE ELEANOR RIGBY? Coherencia en lo aparentemente incoherente, ahí reside su secreto, su riesgo y su acierto. Es narrar una historia de (des)amor convincente, sincera, natural, alejada de convencionalismos, pero sin resultar obvia en ello. Esquivar localizaciones y situaciones comunes del género, buscar recovecos en la fina línea entre el sentimentalismo y lo empalagoso, funcionar. Llegar a funcionar y hacerlo de forma independiente. Encontrarte entre el HER de JONZE más tragicómico, ese que nos hace salir de la sala de cine con resaca emocional y sensación de aturdimiento, y la trilogía ANTES DE… de LINKLATER. Y encontrar que la vida se puede filmar, que está ahí, que es eso: miradas, diálogos en su simplicidad memorables, pequeños gestos, momentos determinantes e inconexos por separado que construyen, destruyen y reconstruyen una relación a lo largo del tiempo. Y mientras tú, fingido espectador, construyéndote, destruyéndote y reconstruyéndote de nuevo.

 

 

LO MEJOR

  • JESSICA CHASTAIN y JAMES MCAVOY, acompañados por unos secundarios excepcionales.
  • La veracidad y la elocuencia de un relato que, como pocas veces hayamos visto, refleja la subjetividad de las relaciones.
  • El final. Abierto y magistral.

LO PEOR

  • El ritmo y el tono, excesivamente pausado por momentos.
  • Respecto al díptico originario, alguna escena más para la reacción y la visión de HIM (JAMES MCAVOY).

 

 

Lydia Martínez

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