JUEGO DE TRONOS 6X02: A CASA
En primavera, los lunes son menos lunes. Ya no importa retomar la rutina, volver a madrugar o encerrarse en las oficinas. Hay algo en el ambiente que aligera todo ese cúmulo de frustraciones irresolubles, y no es el aumento de las horas de sol o de las temperaturas. La culpa de que hayamos dejado de odiar el primer día de la semana la tiene Juego de tronos. La serie regresó a antena la semana pasada con el estreno de su sexta temporada. Fue un inicio polémico, agridulce y algo decepcionante para todos aquellos espectadores que esperaban más acción después de todo lo ocurrido en el último capítulo de la temporada anterior. Sin embargo, una vez reubicados en el tablero todos los personajes, ha llegado la hora de iniciar las primeras estrategias con este segundo episodio, un episodio que da más de lo que prometía y que comentaremos a continuación. Si todavía no lo has visto (y has sobrevivido a los spoilers), recomendamos que huyas de aquí y que lo hagas lo antes posible.
Bran ha vuelto. Tras ausentarse de la serie durante una temporada entera (curiosamente en el momento en que su trama empezaba a tener más interés), el segundo miembro más pequeño de los Stark regresa al juego. A priori, parece que su aparición en este episodio solo ha servido para mostrarnos que todavía sigue vivo, alejado de todo cuanto está sucediendo en Poniente y entrenando su don junto al cuervo de tres ojos (qué alegría verle por aquí, señor Max Von Sydow). Sin embargo, lo que podría ser una simple bienvenida a un personaje conocido se trata en realidad de una premisa que puede tener mucha importancia de cara al desarrollo de la historia, y no precisamente hacia adelante.
Hasta ahora, sabíamos que Bran tenía visiones y había mostrado unas cualidades todavía muy prematuras como cambiapieles. Sin embargo, el Bran que hemos visto en este episodio no solo ha madurado, sino que es capaz de volver al pasado para indagar en la Invernalia de unos jóvenes Eddard, Benjen y Lyanna Stark. De hecho, hemos podido descubrir que Hodor no siempre fue Hodor, sino que anteriormente se llamaba Willys y podía hablar. Esto nos pone en una tesitura que no solo sigue ligeramente fiel a la trama de Bran en los libros, sino que puede que nos ayude a comprender historias de los Siete Reinos que, hasta ahora, la serie no se había molestado en contar con demasiado vigor. Por lo tanto, prevemos que esta línea argumental va a servir como cápsula del tiempo para mostrar al gran público todos los entresijos, tanto antiguos como futuros, de este vasto y enrevesado mundo.
Mientras tanto, la tensión en Desembarco del Rey es cada vez más palpable. El asesinato de Myrcella y la humillación a Cersei le han servido a Jaime para espabilar y dejar clara su posición en la capital del reino. Parece que no va a permitir que nadie más intente acabar con los Lannister (o, más bien, con lo que queda de ellos), y así se lo hace saber al Gorrión Supremo sin pudor a confesar algunos de los innumerables pecados que ha cometido a lo largo de su vida. Pero parece que el líder sectario y sus secuaces no van a achantarse ante nadie. Los miembros de la hermandad no temen a la muerte y tienen bien claro que su unión es lo que les hace fuertes y les llevará hasta la victoria. La escena en la que los gorriones rodean en el templo a un Jaime más indefenso de lo que quiere aparentar nos muestra hasta qué punto es peligroso el fanatismo de estas personas sin nombre ni ningún tipo de posesiones.
Por su parte, Tommen, avergonzado por no haber estado a la altura de su poder, por haber defraudado a las dos mujeres de su vida y por tomar conciencia de su inexperiencia, vuelve a los brazos de su madre para rogarle ayuda y sabiduría. Este acto de reconciliación o este rey reconvertido en hijo indefenso parece que es lo que necesitaba Cersei para despertar de nuevo su lado más perverso. Preparaos, porque su venganza está a punto de comenzar. Y, a juzgar por lo que es capaz de hacer su nuevo guardaespaldas zombi en este episodio, habrá que tenerlos muy bien puestos para toser a la reina madre.
Aprovechando que Daenerys de la Tormenta y de los mil apellidos sigue sus aventuras por tierras dothrakis, la regencia de Tyrion en Meereen le ha servido para convertirse en el padrastro de dragones. Porque sí, esta trama sigue sin tener muy claro hacia dónde quiere ir. Los pueblos libres vuelven a estar esclavizados, y los dragones que previamente fueron apresados para evitar desgracias ahora necesitan ser libres para poder ser ellos mismos. No tenemos ni idea de si van a ser utilizados como una estrategia para revitalizar el poder perdido o si todo ha sido una consecuencia de la excesiva ingesta de vino por parte de Tyrion, pero siempre es un gusto poder volver a ver a estas criaturitas en pantalla. Esperemos que les den comida y suficiente fuerza como para reavivar esta trama. Lo necesitamos urgentemente.
Si nos quejamos de la lentitud con la que la historia avanza en Meereen, las cosas en Invernalia van a toda mecha. Y a degüello. Llevamos muchas temporadas odiando a Ramsay Bolton por encima de nuestras posibilidades, pero no exageramos si decimos que con este capítulo se ha convertido en el personaje más detestable de todo el universo creado por George R. R. Martin. Su brutalidad ha alcanzado un nuevo nivel cuando, al ser menospreciado una vez más por su padre y tras enterarse de que este por fin tiene un descendiente legítimo y varón, no le ha temblado el pulso a la hora de apuñalarlo. Y aprovechando que las muertes en este episodio hoy estaban de oferta, también ha despachado al bebé y a Walda, convirtiéndolos en comida para sus siempre hambrientos perros.
Por tanto, Ramsay se corona como único miembro de la casa Bolton vivo y como señor de Invernalia. Ya ha cumplido algunos de sus objetivos, pero no hay dos sin tres. La siguiente es Sansa Stark, y ya sabe perfectamente hacia dónde se dirige.
El camino de Sansa hacia el Castillo Negro solo nos ha servido para saber que la eterna damisela en apuros por fin sabe que su hermana Arya sigue viva (y ciega, aunque parece que no por mucho tiempo) y que Theon, atormentado por sus innumerables traiciones a diestro y siniestro, decide dejar a la joven Stark bajo la protección de Brienne y Podrick para regresar a su hogar.
Y tras esta confesión, por fin la serie vuelve a poner el ojo en otra de las tramas más desaprovechadas junto con la de Dorne. Vuelven las Islas del Hierro y los Greyjoy, y lo han hecho por la puerta grande (o por la más grande si tenemos en cuenta cómo la han maltratado). En apenas unos minutos, hemos presenciado la ambición de Balon por ampliar un reino casi sumido en la ruina, su muerte a manos de un hermano que creía muerto y los impedimentos que los señores de Pyke ponen a la hora de que Asha Greyjoy los gobierne, por muy heredera legítima que sea. Estamos ante un heteropatriarcado puro y duro que parece que provocará algún que otro conflicto en tierras marítimas. Esperemos que Theon tenga la oportunidad de purgar sus errores llegando justo a tiempo para ayudar a su hermana.
Y, tras toda la retahíla de dimes y diretes que está teniendo lugar en los Siete Reinos, volvemos al epicentro de la acción. Davos, Fantasma, el cadáver de Jon Snow y sus pocos amigos siguen atrincherados en la habitación frente al motín de Ser Alliser. La tensión dura poco, pues los salvajes aparecen en el momento más oportuno para ayudarles y acabar con el poder de los insurrectos del Castillo Negro. Las cosas vuelven a la calma, la tregua se amplía y el ambiente ya es el propicio para centrarnos en aquello que trae de cabeza a todo el mundo y a medio reparto de la serie: ha llegado la hora de intentar resucitar a Jon Nieve.
Tras la agradable y acertada sorpresa de alargar el misterio más allá del primer episodio, el clímax de la temporada (de momento) ha sido más bien descafeinado por varias razones. La idea de revivir a Jon surge sin más, como si Davos hubiese recibido un sobre bomba de las groupies de Kit Harington. La conversación de amiguitos y de apoyo entre él y Melisandre no deja de ser rara, sobre todo después de haber visto durante toda la serie la inquina que se tenían el uno a la otra. El ritual para la resurrección se ha asemejado más a una sesión de spa y estilismo que a un truco de magia. Pero lo que parecía un gran farol por parte de los guionistas digno de ser alabado se ha convertido, al final, en una obviedad: Jon Nieve vuelve a estar vivo.
No mentimos si decimos que el regreso de Jon Nieve era más que evidente. Mantenerlo en los títulos de crédito (a pesar de aparecer como cadáver) y seguir dándole un peso relevante en la trama no daba lugar a las sorpresas. Aun así, nos habría parecido un gran acierto que D. B. Weiss y David Benioff lo hubiesen dejado muerto. Al fin y al cabo, su resurgimiento rompe con una de las características principales de esta historia desde sus inicios: los muertos, muertos están (a no ser que los reviva un caminante blanco); pero esto ha cambiado. La serie traiciona su esencia o la reinventa, pero sigue cumpliendo su principal propósito a la perfección. La sexta temporada de Juego de tronos va viento en popa. Algunos jugadores van cayendo con una velocidad vertiginosa y parece que empiezan a otearse algunas batallas definitivas en el horizonte. Atacantes o defensores, todos comienzan a ser conscientes de la importancia que tienen sus movimientos a partir de ahora. Y es por eso por lo que todos necesitan la confianza de la familia, el cobijo de un hogar y el refugio que les sirva de preparación para lo que está por venir.
Jorge Bastante