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JUEGO DE ARMAS

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Dirán lo que quieran de George W. Bush, pero al menos este hombre tenía reflejos. Y no lo decimos solo por los movimientos felinos que exhibió, allá a finales de 2008, cuando esquivó no solo uno, sino dos zapatos lanzados con absoluta puntería por un periodista iraquí. A mitad de la década de los dos miles, esquivó (esta vez metafóricamente) un escándalo político referente a la guerra de Irak: su administración había estado adjudicando contratos de defensa sin licitación a grandes conglomerados dirigidos por altos cargos del gobierno. Llegaron críticas por el evidente favoritismo, que obligaron al gobierno a democratizar las licitaciones militares abriendo sus concursos a cualquiera. Los grandes conglomerados seguían llevándose los mejores tratos, pero algunos avispados se aprovecharon de las “migajas”. Entre ellos, dos tíos de menos de 25 años.

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En ese contexto social-político es en el que se enmarca Juego de armas, la nueva película de Todd Phillips, basada en un artículo publicado en la Rolling Stone. Imitando a otros hitos cinematográficos del exceso como Antonio Montana (presente en varias secuencias de la película por ese sempiterno póster de El precio del poder en la oficina de Efraim), Henry Hill o Jordan Belfort (el fantasma de Scorsese planea descaradamente por encima de todo el metraje), se narra el ascenso y caída de Efraim (brillante y excesivo Jonah Hill) y David (sufridor y superado por las circunstancias Miles Teller, ente empático de la cinta) en una espiral de dinero, drogas, mentiras y poca cordura. El segundo, movido por el dinero que no tiene y necesita; el primero, más que por el dinero (que también), por el poder recibido al enfrentarse cara a cara con los pesos pesados, y el sentirse invencible, solo para darse cuenta de que nunca estuvo a la altura y solo era un mortal jugando entre dioses.

Pese a la baja población de gags en la película, es un alivio que todos ellos sean buenos (con incluso alguna secuencia delirante de pura brillantez cómica). Jonah Hill se divierte aquí casi tanto como se divirtió en El lobo de Wall Street, y Miles Teller es, quizás, el único actor joven capaz de transmitir con facilidad el peso de vivir con la vida en contra. Sin embargo, el tratamiento formal es todo lo convencional que puede ser, y tanto su narrativa, como la disposición de elementos dramáticos, como el desarrollo de los personajes secundarios deja bastante que desear (para muestra, el personaje de Ana de Armas, tan insultantemente plano que incluso sorprende que los guionistas decidieran ponerle un nombre, o un testimonial Bradley Cooper). Uno no es capaz de afirmar cuál es la tesis de la película (¿las malas decisiones en la vida te llevan por un mal camino? ¿cuando tu ambición es más grande que tu cerebro acabas por meter la pata? ¿sé fiel a tus principios?) y esa es una señal perfecta de que algo está mal desde la misma escritura del guion.

Juego de armas El Palomitron

El director parece más preocupado en recordar al espectador las credenciales irónicas de la historia que en llevar a cabo la mirada cínica hacia el sueño americano que por momentos promete explorar. Ese mismo sueño por el que dos jóvenes sin estudios (pero mucha cara dura) pueden hacerse con el contrato militar más grande de la historia de Estados Unidos; esos mismos jóvenes que afirman ser antibelicistas y antiadministración Bush, pero que abandonan todo principio moral para rendirse ante el poderoso caballero de color verde.

Por desgracia, lo que al final queda es una buena obra de entretenimiento momentáneo que falla en su intento de ser algo más.

 

LO MEJOR:

LO PEOR:

  • El exceso de narración vía voz en off.
  • El pobre diseño de personajes secundarios.

 

Pol Llongueras

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