El Palomitrón

Tu espacio de cine y series españolas

CINE DOSSIER CINE REDACTORES

EL HOMBRE ELEFANTE

Afiche El hombre elefante El Palomitrón

I am not an elephant! I am not an animal!
I am a human being! I … am … a … man!
(¡No soy un elefante! ¡No soy un animal!
¡Soy un ser humano! ¡Soy un hombre!)
John Merrick, El hombre elefante

Continuamos con nuestro repaso cronológico de la obra cinematográfica de David Lynch. Tras Eraserhead (Cabeza borradora), su ópera prima, ahora le llega el turno a El hombre elefante, con la que confirmó su genialidad e hizo que la industria y los espectadores se fijaran en él. Aunque considerada como su obra más convencional, está impregnada de su visión de autor de principio a fin. Y eso que el propio director asegura que la hizo acuciado por la presión de su suegra, que quería que ganase dinero, y tras el rechazo de su segundo guion (Ronnie Rocket). El productor Mel Brooks (La loca historia de las galaxias) quedó fascinado por el talento del cineasta tras ver su primera obra, y le hizo llegar la propuesta del proyecto, que este aceptó. Lynch tendría en esta ocasión muchos más medios y presupuesto para crear su historia, y también una mayor presión de productora y estudios. Tuvo que aceptar imposiciones y transigir en cuestiones varias, algo que le hizo sopesar el abandono de la película, pero, por suerte para nosotros, la concluyó y pudimos conocer su propia versión de la biografía de Joseph Merrick, el hombre elefante, algo diferente a la real, que podéis descubrir en este artículo de la revista Jot Down.

Merrick El hombre elefante El Palomitrón

La película está basada libremente en El hombre elefante y otras reminiscencias, de Frederick Treves (1923), y El hombre elefante: Un estudio de la dignidad humana, de Ashley Montagu (1971). El guion fue obra de Christopher de Vore, Eric Bergren y el propio Lynch. Nos traslada a plena época victoriana y de la revolución industrial, donde el doctor Frederick Treves (Anthony Hopkins, Premonición) descubrirá la existencia de John Merrick (John Hurt, Alien, el octavo pasajero), un hombre deformado hasta el extremo por un crecimiento anormal de sus huesos, que es exhibido como fenómeno de feria. Se hará cargo de él, ante la brutalidad con la que es tratado por su patrón, y pronto descubrirá que, al contrario de lo que creía, Merrick es un hombre inteligente y sensible.

Dueño El hombre elefante El Palomitrón

La obra está narrada de forma sencilla y directa, entre dos escenas (la presentación y el epílogo) de carácter onírico-mágico, en las que la madre de Merrick es protagonista (en la primera, con el supuesto origen paquidérmico de las malformaciones de su hijo, y en la última, como su aceptación del vástago que abandonó). El uso del blanco y negro no solo ahonda en este concepto de simpleza narrativa, sino que acerca esa época de la industrialización y el maquinismo al espectador. Además, resalta las diferencias entre los bajos fondos y la alta sociedad de Londres, entre la bondad y la maldad, entre la luminosa belleza, interior o exterior, y el feísmo del alma de algunos personajes… El director de fotografía fue Freddie Francis (ganador de dos Oscars), que repitió con Lynch en Dune. Alejarse de cualquier tipo de preciosismo o pretenciosidad, ofrecer fondos de escena sencillos, sin distraer al espectador de la trama, crear un Londres tan contrastado, y más real que el que se ha visto otras veces… hacen que nos centremos en la historia del desdichado Merrick y que sintamos su dolor atravesando la pantalla.

Hopkins y Hurt El hombre elefante El Palomitrón

El personal discurso de Lynch lo encontramos en la forma en que enfrenta al espectador a una historia tan cruda a través de escenas fascinantes: la primera vez que el doctor Treves se encuentra con Merrick y su reacción ante él; cómo expondrá “esa curiosidad científica” ante sus colegas médicos; el encuentro de John con la bellísima miss Kendal o con la esposa de Treves… y, ¿cómo no?, la muerte del protagonista. Vemos a través de los ojos de los personajes, llegamos a tocar las sábanas que cubren a John, a acariciar el rostro de su madre en esa foto que siempre lleva consigo, a sentir el agobio del trabajo en las fábricas o los olores y la podredumbre de los bajos fondos londinenses… y todo por el manejo de cámara, la perspectiva y los encuadres que el director ha decidido usar. Ahí está su discurso personal, su forma de entender y plasmar la biografía del hombre elefante de forma cruda y descarnada.

La cinta destila sufrimiento y tristeza. El abandono de Merrick por su familia y por la sociedad hasta convertirlo en un mero fenómeno de circo al que se puede observar con asco y después dar gracias de no estar en su lugar. No es muy diferente la feria de la conferencia universitaria del doctor Treves o de las visitas que los pudientes harán a John cuando se convierta en esa celebridad de su época de la que querían jactarse de conocer. Todos se quedan en el aspecto externo del ser deforme, en contemplar la desdicha del otro y sentir conmiseración por él. Como dirá la enfermera jefe Mothersead (Wendy Hiller): “Ya vio la expresión de sus rostros. A ellos no les importa en absoluto John. Solo vienen a verle con objeto de impresionar a sus amistades. […] Creo que solo les interesa como curiosidad”. También habrá figuras, como la propia Mothersead, Treves o la bella señora Kendal (Anne Brancroft, El graduado) que tratan de recomponer a ese ser roto por los golpes de la vida y de los que, quieran o no, son sus semejantes.

Hurt y Brancroft El hombre elefante El Palomitrón

John Merrick sueña con ser un hombre corriente, en la medida de sus posibilidades, y con disfrutar de los placeres de la vida (con la lectura o acudiendo al teatro), sentirse útil (creando con sus propias manos una maqueta), tener amigos (tomando el té con Treves y su esposa)… Pero solo son ilusiones. La perfidia le persigue, y mientras haya gente dispuesta a pagar por verle habrá quien quiera sacar beneficio de ello. Y volverá a la pesadilla de la que solo los que son como él podrán rescatarle. Será esa comunidad de fenómenos de feria (inspirada y homenaje de La parada de los monstruos, de Tod Browning) la única que realmente le entienda, la que le liberará de su secuestro y hará lo posible por devolverle al hogar que añora. Antes tendrá que superar una nueva prueba, una persecución sofocante y agotadora para Merrick y para el espectador, que hace mucho que ha empatizado con él. Sus palabras, que introducen este artículo, intentando aplacar a la multitud que lo persigue, son historia del cine.

De las interpretaciones es imprescindible destacar, en primer lugar, a Anthony Hopkins como el doctor Frederick Treves, y la forma en la que es capaz de exponer toda la profundidad del personaje con la expresión de su rostro al contemplar a John por primera vez y derramando una simple y única lágrima al comprender el sufrimiento de ese hombre. Por supuesto, el trabajo del desaparecido John Hurt bajo esa capa de prótesis y maquillaje es más que impresionante. Le valió la nominación al Oscar a Mejor actor y el premio Bafta en la misma categoría. Es muy difícil olvidar esa forma balbuceante de hablar y esa estertórea respiración que identifica a su personaje. Las labores de caracterización y maquillaje corrieron a cargo de Cristopher Tucker, que usó el molde del cuerpo de Merrick, conservado en el Hospital Real de Londres, para crear las prótesis que usó Hurt. Tanto impresionó su trabajo que hubo críticas a la Academia por no otorgarle un premio especial reconociéndolo, y empezó a reivindicarse un Oscar al mejor maquillaje. Los secundarios son imprescindibles para la trama y todos merecerían su reconocimiento, destacando a las anteriormente mencionadas Anne Bancroft y Wendy Hiller, a un jovencísimo Dexter Fletcher y a los terribles Freddie Jones y Michael Elphick.

David Lynch El hombre elefante El Palomitrón

David Lynch no solo escribió y dirigió, también se encargó de los arreglos de sonido y de la dirección musical. El conjunto de sus labores destaca en los ambientes industriales y en los ruidos que los acompañan, que hace que se anticipe el momento de peligro o la catástrofe cercana, al igual que en Cabeza borradora. Su mano también se aprecia en esas oníricas imágenes de comienzo y final de la película, en la forma de exponer la fealdad de la sociedad, en el deje melancólico de las esperanzas del protagonista, en la creación de ese icono que supone la máscara de Merrick, que lejos de dar miedo, expone el terror del hombre que la porta al resto de la humanidad; en la forma en la que se presenta la muerte-suicidio del protagonista, intentando tener un último momento de auténtica dignidad, durmiendo como cualquier otro ser humano para poder alcanzar sus sueños.

Una obra que fue éxito de crítica y público, nominada a multitud de premios y que se alzó con el César a Mejor película extranjera o el Premio del Gremio de escritores de Estados Unidos a la Mejor adaptación. Lynch se convertía en un director reconocido y capaz de llevar a buen puerto una producción de gran presupuesto, además de anticipar que su talento no tenía límites y que podía moverse con soltura en diferentes géneros. Un aperitivo de todo lo que estaba por venir.

Rocío Alarcos

¡No olvides dejar aquí tu comentario!

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.