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CRÍTICA: WHITE GOD

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Para entender el «ser» de la ganadora del premio Un Certain Regard en la 67ª edición del Festival de Cannes (2014), cabe conocer primero el germen de la película: hace pocos años hubo en Hungría una proposición de ley que planeaba cobrar más impuestos a los dueños de perros mestizos. No fue aprobada (por suerte) pero como en la MOMMY de XAVIER DOLAN, una ley ficticia es el punto de partida del filme para enfocar a sus personajes a probar la tesis del director y coguionista (junto a VIKTÓRIA PETRÁNYI y KATA WÉBER) KORNÉL MUNDRUCZÓ. A esto cabe añadir el maltrato histórico de nuestra especie (ese DIOS BLANCO del que habla el título de la película) hacia los perros, sentenciados a la reclusión doméstica y al yugo del Hombre: ese animal al que (en teoría) amamos y respetamos pero que es forzado a reproducirse con familiares cercanos con la finalidad de mantener la pureza de la raza (términos preocupantemente hitlerianos), en una selección genética tan artificial que haría enfermar al propio Darwin.

 

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Con un bello y potente empaque visual (los magníficos juegos con la luz y la oscuridad en el contexto urbano de la película de MARCELL RÉV y la potencia inherente a las imágenes planteadas), WHITE GOD es una «revolución perruna» que trata la abisal distancia entre el Hombre y el reino animal (y su salvaje relación) sin un ápice de condescendencia. Una distancia que, gracias al manejo experto de la cámara de MUNDRUCZÓ, se reduce a medida que avanza la película: el realizador húngaro consigue establecer un diálogo entre los perros de la película sin caer en el ridículo (situando la cámara a su altura y convirtiéndola en un ente hiperactivo e imprevisible), consiguiendo que los canes nos parezcan mucho más humanos que la mayoría de personajes que pululan por la pantalla.

Pero quedarse en eso sería ir a lo superficial. A la vez, la película urde una perfecta metáfora sobre las rebeliones de los eternamente oprimidos (con ecos inevitables en el fascismo) en la que ambos lados del espectro están perfectamente definidos (la autoridad de los funcionarios municipales, y los perseguidos, perros abandonados y maltratados). Por tanto, no sería ninguna tontería trazar una línea perpendicular entre esta película y EL ORIGEN DEL PLANETA DE LOS SIMIOS de RUPERT WYATT, puesto que convergen en su tesis y argumento: una minoría decide poner fin a la superioridad de la mayoría rompiendo así un equilibrio que, pese a las distancias entre uno y otro escalón, se descubre como fácilmente quebradizo.

 

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A la postre, en medio de toda esta metáfora y compromiso en contra del maltrato animal, en WHITE GOD se encuentra también una reflexión sobre cómo la protagonista humana Lili (una brillante ZSÓFIA PSOTTA) pierde su inocencia y modela poco a poco su identidad (con su correspondiente fin a ritmo de beat electrónico en un antro de mala muerte). Incluso allí, lugar común (casi cliché) de las películas en las que la pérdida de inocencia o el descenso a los infiernos de la moralidad es el tema central, el buen uso de la música, la potencia visual y el devenir de los hechos con los que el realizador húngaro trata la secuencia, consigue que no desentone o nos haga resoplar de impaciencia. WHITE GOD es, en resumen, una experiencia cercana a la obra maestra.

 

LO MEJOR:

  • El mastodóntico trabajo de los adiestradores TERESA ANN MILLER y ARPÁD HALASZ, capaces de coordinar un equipo de más de dos-cientos perros.
  • La combinación entre drama social/revolucionario y acción.
  • La actuación de ZSÓFIA PSOTTA.
  • La potencia audiovisual de las imágenes propuestas por MUNDRUCZÓ.

 

LO PEOR:

  • Nada.

 

Pol Llongueras

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