CRÍTICA: UN LÍO DE MILLONES (2024)
ANTECEDENTES
Según la propia Susan Béjar, lo suyo es la comedia. No quiere saber nada de historias macabras, terroríficas, sangrientas.
Esta directora y guionista comenzó su trayectoria como creativa publicitaria. Después llegó el probar con historias más detalladas, historias propias: Joselyn (2011), 21 con 40 (2014) o Distancias (2020). Esto hizo que se recorriera los festivales cinematográficos de medio mundo. Obtuvo selecciones y galardones como el Lunafest en San Francisco o el Moet Star en Japón.
A Susan poco le importa el formato: anuncios, cortometrajes, largometrajes, stories de Instagram. Lo importante es que llegue al mayor público posible y les arranque una sonrisa. Ahora, con todo esto en mente, llega Un lío de millones, escrita junto a Ángela Armero. Tienen entre manos una valiosa oportunidad, también responsabilidad: las riendas de la comedia familiar de esta Navidad.
LA PELÍCULA
En un pueblo de la Sierra de Madrid, Bego (Gracia Olayo) y Agustín (Antonio Resines) pasan su rutina entre recetas, su huerto particular, los cotilleos en la peluquería y los juegos de cartas en el bar. Lo tienen todo para vivir una jubilación tranquila: ahorros, amor de pareja tras tantos años, tranquilidad…
Pero está ese problema. El problema. Sus hijos.
Bego y Agus, aunque cada uno a su manera, sufren del síndrome del nido vacío. Sin embargo, no es solo que los echen de menos. Los padres sobrellevarían mejor esta situación si sus hijos no fueran unos egoístas sin remedio.
Carla (Clara Lago) es la mayor. Sueña con ser arquitecta de éxito, pero cada vez le cuesta más concentrarse en el trabajo. Entre las bromas de su irritante jefe (Raúl Cimas), su lío con el becario (Itzan Escamilla) y su frustración por no tener su propio estudio, no da pie con bola.
Y hablando de bolas: también está Miguel (Alberto Olmo). El mimado, el pequeño, conocido en el mercado gastronómico como El Bolas por su extraño talento: convertir cualquier tipo de comida en bolas…, algo que todavía no ha cuajado entre el público.
Están tan centrados en sus proyectos que hacen continuos desplantes a sus padres. Agus, para proteger a Bego, siempre está excusándolos. Sin embargo, cuando llega el desplante más terrible, su ausencia en las celebraciones navideñas, estos padres traman una extraña venganza: fingir que han ganado el Gordo de la lotería navideña.
Esto hará que, como por arte de magia, sus hijos estén más presentes que nunca. Claro que las mentiras, de la misma forma que los gastos, se acumulan tan rápidamente como la nieve que suele espolvorear la sierra madrileña estas fechas.
Este largometraje es un remake de la película francesa Mes Très Chers Enfants (2021), de Alexandra Leclère. La película, que se estrena este 20 de diciembre, trata de seguir la estela de la original, que ya fue un éxito de público en el país vecino.
Un lío de millones pone nuestras relaciones familiares en el foco. Aunque intuyamos cómo pueden desarrollarse los acontecimientos, esto no hace que se disfrute menos. Es parte del trato: una historia sencilla (que no simple), una comedia eficaz y una estructura que todos conocemos perfectamente.
Podemos pensar que la comedia familiar es un género predecible, con poco riesgo, dado que es para todos los públicos. Y, aunque no deja de ser cierto, es una grata sorpresa encontrar guiños a temas más peliagudos. Un ejemplo de ello puede ser el lenguaje inclusivo, la inmigración o las relaciones sexuales en la tercera edad.
El retrato de un Madrid nevado, atravesado por la ilusión del Gordo, con sus botellas de cava y de sidra, la nieve en las montañas… Ese ambiente contagia a la sala desde los primeros minutos.
Porque el ambiente es otra de las bazas: es mejor al salir de la sala. Incluso en el caso de que la historia no logre sacarte una carcajada, será así cuando salgas.
Otro asunto es la ternura. El personaje más entrañable es Bego, pero toda la comedia está salpicada de este sentimiento: la mujer y su canal de cocina, enfocado en las recetas que preparaba a sus hijos, Agustín y las trolas que suelta para proteger a su mujer, el anhelo de la novia de Miguel por unos padres como los que él no valora…
Incluso los gastos que hacen para fingir ser millonarios durante una temporada son tiernos, como el restaurante de Master Chef o el alquiler de un coche de lujo.
¿Qué sería de una Navidad sin esta ternura?
Más allá del entretenimiento y la evasión, la cinta también nos invita a revisar nuestras conductas. Aunque Carla y Miguel sean casos extremos de desapego y egoísmo, aunque caigamos una y otra vez en la desesperación con ellos, aunque parezca que no van a evolucionar…, algo harán. Y, gracias al encanto que sobrevuela esta cinta, en fin… El espectado también se encariña con ellos.
El núcleo de la cinta es un problema de lo más real: la desconexión entre generaciones. Y no se refiere solo a lo obvio, a lo tecnológico. Los jóvenes cada vez están más expuestos, más bombardeados por presiones externas e internas. Y esto se debe a las comparaciones inevitables que llevan a frustraciones, a la ambición y a olvidar, quizá, lo más importante.
Como es habitual en la comedia, estas cuestiones están envueltas de forma ligera, incluso absurda o surrealista en ocasiones. Ahora es el espectador el que decide si quedarse en la carcajada o dejar espacio para la reflexión.
Todo esto hace que Un lío de millones sea una buen plan para estas fiestas. Y mucho mejor, por supuesto, si es en familia.
ELLAS Y ELLOS
Sin duda, uno de los mayores atractivos (si no el que más) es ver actuar a este reparto. Por encima de todo, nada más echar un vistazo al cartel, a Antonio Resines (Los Serrano, Serrines: madera de actor) y Gracia Olayo como matrimonio ficticio. Ver a estos dos actores tan célebres en la comedia actuar mano a mano es uno de los mayores disfrutes.
Lo dan todo: discusiones como el viejo matrimonio que son, miradas cómplices o de desesperación por sus hijos ficticios, caricias y besos cuando les sobreviene la llama de la pasión, que en ellos parece seguir intacta a pesar de los años…
A Gracia Olayo ya la hemos visto en este registro. No solo en la comedia en general, sino dando vida a personajes entrañables, a los que habitualmente les cuesta seguir el ritmo de la nueva vida, más exactamente de la tecnología. Ya lo hizo en La llamada o Paquita Salas, donde se hacía un lío, entre otras cosas, con los anglicismos. Aquí también sucede, lo que podría ser un guiño a estos personajes tan queridos, ya pertenecientes a la cultura pop.
Quizá es Clara Lago como Carla (cascarrabias, brusca, continuamente irritada) la que más destaca. Esta actriz se mueve como pez en el agua por el género (Ocho apellidos vascos, Gente que viene y bah), algo que ya sabíamos. Esta no es más que una prueba más de por qué funciona tan bien en las comedias familiares. Lago se consolida como una apuesta segura, el empujón que hace que el espectador se decida en la cola del cine a ver la película.
Y no solo contamos con estos actores: los célebres humoristas Raúl Cimas y Bianca Kovacs entran y salen de la historia como personajes recurrentes. Y es la libertad con la que ellos trabajan una de las cosas que aporta aire fresco al género de la comedia familiar.
Secuencia favorita…
Son las situaciones surrealistas las sorpresas de la obra, y no queremos desvelarlas. No obstante, digamos que la idea de llevar la mentira lo más allá posible hace que Bego y Agus se crean millonarios. Y eso les hace vestirse, comprar y comportarse como ellos creen que lo harían los de verdad. Y es provoca ciertas decisiones estéticas cuestionables ante el espejo del baño.
Te gustará si…
- Buscas pasar un buen rato sin pretensiones
- Eres seguidor del trabajo de los actores
- Disfrutas de los ambientes navideños
Lo mejor
- Bianca Kovacs y Raúl Cimas, dos cómicos que encajan en la historia sin renunciar a su marcada personalidad… Y a su particular humor
- Clara Lago
- La ternura que sobrevuela la cinta
Lo peor
- Ciertas bromas se hacen pesadas o manidas
- Un final algo difícil de creer, incluso tratándose de una historia surrealista…
Elena Romero