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72 SSIFF: CRÍTICA: LA VIRGEN ROJA


ANTECEDENTES


La ficción basada en supuestos hechos reales siempre resulta problemática, justo por la naturaleza ya de por sí de espejo deformante de la ficción misma. Construimos fantasías, cuentos y mitos a partir de retales de acontecimientos, hilos de certeza y viruta sentimental que la imaginación retuerce, amplifica o encoge según convenga al mensaje ficcional de fondo, y es por ello que los relatos que se pretenden realistas tienden a bordear el peligro de pecar de una ingenuidad que, en el mejor de los casos, diluya o desactive el potencial artístico de lo que se quiere contar o, en el peor, acabe por ofrecer un pastiche pueril y sin más sustancia que la propia de los materiales brutos que la conforman. Esto es algo de lo que la directora Paula Ortiz parece muy consciente y quizá el motivo de que en su obra se preocupe tanto por la estetización de los componentes reales de la narrativa y escape del pedestre amaneramiento realista y, de nuevo, de la ingenuidad de reflejar que el hecho de que algo fuese percibido de un modo concreto en un momento determinado no hace que tal modo y coordenada temporal se conviertan en verdad concreta y rotunda. Así lo demostró ya en su segundo largometraje, La novia (2014), que adapta, quebrándolo, el texto de Bodas de sangre, de Federico García Lorca. Volvió a hacer lo propio con Al otro lado del río y entre los árboles (2022), esta vez atreviéndose a ofrecer una versión propia de la novela de uno de los escritores realistas por antonomasia, Ernest Hemingway. Y tocó techo de juego con lo real con Teresa (2023), que propone una conversión cinematográfica libre de la obra de teatro La lengua en pedazos, de Juan Mayorga, la cual a su vez es una interpretación de El libro de la vida, de santa Teresa de Jesús. En esta La virgen roja, Ortiz se apoya en un bello guion en el que Clara Roquet (ganadora de dos premios Gaudí, a Mejor película y Mejor guion, por Libertad, también nominada a los Goya, de los que se hizo con el premio a Mejor dirección novel) y Eduard Solà (guionista de la serie El cuerpo en llamas, audiovisual que asimismo brega con la adaptación de un incidente verídico) tratan el caso del asesinato de la niña prodigio Hildegart Rodríguez Carballeira a manos de su madre.


LA PELÍCULA

La virgen roja nos cuenta la turbulenta historia, desde su concepción hasta su fallecimiento a la temprana edad de dieciocho años, de Hildegard Rodríguez, engendrada y educada por su madre para ser el modelo de mujer del futuro de la humanidad mediante un estricto programa basado en las tesis de la eugenesia y el socialismo utópico. Hildegard (interpretada por Alba Planas) fue un experimento intelectual absoluto, y como tal se refería su madre a ella. Una escultura de carne. Una niña que ya sabría leer a los dos años y dominaría varios idiomas a los ocho, que publicaría sus primeros artículos ensayísticos a los dieciséis y enseguida se erigiría como una de las pensadoras más activas y fructíferas de su tiempo en el movimiento de la reforma sexual y en la vanguardia feminista internacional. La ambición de la joven por poner en práctica las teorías que ella misma desarrollase y sus intentos por realizarse como persona radicalmente libre, sin embargo, harán que su madre se suma en una espiral de paranoia y delirio que la llevarán a concluir que el proyecto Hildegard ha fracasado y, por tanto, debe ser abortado de la forma más drástica posible.

Pero no estamos aquí ante un biopic al uso o una biografía fabulada como cualquier otra, sino que más bien se nos pone delante una suerte de ensoñación que diverge de la crónica del suceso a tratar, acogiéndose a esta solo para los datos generales de lo acontecido, y moldea su tono al equilibrar lo onírico, lo sórdido y lo conmovedor en pos de poner a la obra al servicio de la reivindicación de la figura histórica que protagoniza su narrativa, demostrar que la acepción del feminismo a la que esta dio forma sigue vigente hoy en día, que sus debates derivados son aún pertinentes, y exponer las contradicciones entre los dislates de la eugenesia y la intimidad, la psicología y la política. La primera pista que nos sitúa en esa heterogeneidad nos la proporciona, en off, la excéntrica narradora del relato (Aurora Rodríguez Carballeira, madre de Hildegard, en voz de Najwa Nimri) al contar en el monólogo de arranque del film cómo mató a su hija de tres disparos: uno en la cabeza, uno en el corazón y uno en el sexo. Basta con acudir a la Wikipedia para comprobar que fueron cuatro los tiros que acabaron con la vida de la muchacha; tres a la cabeza y uno al pecho. Tal licencia resulta muy significativa para la película y, en gran medida, resume tanto sus intenciones como su estética. No se trata de una distorsión gratuita de lo sucedido sino de una ficcionalización consciente (y algo freudiana) y que sirve tanto al tono que va a imprimirse al resto del filme como a la declaración de intenciones de sus imágenes y el fondo ideológico que busca transmitir. Otro ejemplo reseñable de esto mismo, puede que el más evidente, lo encontramos bien avanzada ya la trama principal, cuando dos de los personajes visitan una sala de fiestas en el Madrid de la Segunda República presentada como un club clandestino de la Nueva York de los años veinte del siglo pasado, un local con ambiente de cabaret, abarrotado de flappers y bohemios, en el que el swing suena a todo volumen, se sirven cócteles y, bien entrada la noche, se cantan coplillas a ritmo de jazz suave. Los constantes desplazamientos con respecto a los aspectos realistas del relato, así como las metáforas visuales que se intercalan al metraje y, en menor medida pero no menos relevante, la configuración de los espacios que albergan cada escena (sobre todo los interiores) y desde dónde se escoge mostrarlos para que repliquen el estado psíquico de los personajes en el momento, buscan sumir al espectador en una ficción completa y compacta, hasta cierto punto alusiva y reivindicativa aunque sin caer en panfletos o en traducciones a inquietudes contemporáneas demasiado evidentes.

Respecto a este último punto, cabe señalar que, en efecto, en la película se hace más de un guiño a la cuestión de género en el presente, se proyectan referencias a la actualidad de los feminismos y de determinadas organizaciones políticas del país que apelan a la complicidad del espectador, aunque la maniobra está bien disimulada entre el resto de artificios que ficcionalizan la acción e incluso logra limar ciertas asperezas de las tramas secundarias y acentuar un tanto el aspecto ilusorio del conjunto.


ELLAS Y ELLOS


Si bien desde hace unos años existe cierto consenso entre la crítica a afirmar que Najwa Nimri suele interpretar el mismo papel una y otra vez, con pequeñísimas variaciones entre uno y otro, ese limitado registro actoral, basado en la frialdad expresiva, la sequedad gestual y el susurro impostado, es precisamente lo que su personaje en La virgen roja necesita. El encaje entre las formas de Nimri y la fragilidad y constante sensación de estupefacción con las que Alba Planas encarna a la protagonista hace que entre ambas se de, más que un duelo interpretativo, un baile de roles mediante el cual se explica casi por sí solo este cuento de las desventuras de la niña Hildegard; una danza fantástica de madre e hija que llega a explicitarse en varias secuencias como símbolo del vínculo entre personajes, pero también entre actrices, así como de la rotundidad y precisión de su presencia en oposición a lo desordenado y tumultuoso del contexto general y de las relaciones con el resto.


LA SORPRESA


Sorprende, de manera muy agradable, encontrarse con un film con una imagen y desarrollo tan poéticos, y tan preocupado por inducir al espectador una experiencia de visionado interesante, al afrontar (puede que con demasiado prejuicios) una propuesta que no parecía que fuese a ser más que otra semejanza biográfica de unos personajes históricos olvidados para el gran público y que, además, ya habían sido tratados de forma magistral en la película de 1977 Mi hija Hildegart, dirigida por Fernando Fernán Gómez, con guion del mismo Fernán Gomez junto a Rafael Azcona y que fuese un éxito en su momento.


LA SECUENCIA / EL MOMENTO


Es difícil destacar una sola escena por encima de las demás en una película tan compacta como esta, pero dos momentos llaman mucho la atención por la intensidad dramática que consiguen transmitir y el modo en que se construyen: el asesinato de la protagonista, presentado de forma cruda y atildado con un duro pulso de miradas entre esta y su asesina, y el recorrido de la carroza funeraria de Hildegart hacia el cementerio, acompañado por la pieza más bonita y evocadora de la banda sonora.


TE GUSTARÁ SI…


Buscas un drama estilizado e inteligente con subtexto feminista y reivindicativo.


LO MEJOR…

  • La impecable factura técnica, puesta al servicio de una dirección sólida y minuciosa.
  • Las sobresalientes interpretaciones tanto de las protagonistas como de la mayoría de secundarios.
  • El desparpajo con el que se toman licencias históricas en favor de la estética del conjunto.
  • El uso de los espacios que transitan los personajes para matizar el momento psicológico en el que se encuentran.


LO PEOR…

  • El desequilibrio, en la trama romántica, entre la sobresaliente actuación de Alba Planas y el llano enfoque que da Patrick Criado a su contrapartida.
  • Un par de metáforas visuales demasiado subrayadas, de las que la película podría prescindir sin verse afectada en absoluto

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