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Crítica de Babylon
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BABYLON: LA IDEA DE JUSTICIA FRENTE LA MUERTE

La justicia siempre ha sido un concepto abstracto. Todos entendemos lo que es la justicia. Literalmente, «lo justo» o lo que es lo mismo,«aquello que es justo». Pero conceptos abstractos siempre serán abstractos y nuestro entendimiento de la misma, por desgracia, se encuentra completamente encadenado a una serie de conceptos morales y éticos que, también a nuestro pesar, no todos entendemos bajo la misma premisa.

Al fin y al cabo la justicia no es más que una necesidad humana para mantener la armonía entre personas. Un marco establecido en base a unos ideales que no dejan de ser concepciones, de nuevo abstractas, ideadas por seres pensantes. Un término que aboga, en un principio, por la seguridad de quienes ampara. Pero un término por el que también se han cometido miles de crímenes a lo largo de nuestra historia. Eso, pero también muchas otras cosas, es la justicia.

Una llama tambaleante

Un término que hemos encapsulado en cientos de obras y que ahora llega reflejado a través de las líneas de Mado Nozaki (ilustradas por el arte de Zain) y que, a su vez, nos llegan bajo cierto músculo técnico a través de la propia visión del estudio Revoroot sobre la misma. Una obra más que extiende sus propias concepciones sobre la justicia. Sobre aquello que está bien y aquello que no. Una obra más que, pese a partir de un concepto tan trillado como el que propone, consigue sorprender con una dosis de misterio y sombras éticas que tiñen el thriller con un oscuro brillo.

Y es que Babylon parte de pretensiones de escasa fuerza. Un suspense que hemos visto antes en múltiples ocasiones y un equipo que despierta ciertas asperezas tras la caída creativa de otras obras, como son FLCL Alternative y Psycho Pass 2, también dirigidas por Kiyotaka Suzuki — a lo que debemos sumar las críticas que acumuló Nozaki con KADO. Otras de esas obras que ocupan un espacio en la parrilla trimestral porque, al fin y al cabo, tienen que haber obras que ocupen ese espacio. Un sentimiento que lleva consigo hasta el fin del primer capítulo. Hasta el punto y aparte que marca el inicio de una obra con un potencial innato para el suspense y la sorpresa que consiguen atravesar principalmente las pretensiones que atenazan su visionaje.

Y es que Babylon es una de esas obras que deben verse con papel y boli. Una representación de entramados políticos y sociales que se extienden bajo aparente calma de la democracia y que esconden, tras de sí, secretos capaces de alterar el orden de cualquier nación. Una entrega de giros y connotaciones que trastocan el transcurso de su historia y que nos invitan, ante todo, a entregarnos al suspense y el misterio.

La justicia frente a la corrupción del ser humano

Shiniki es el escenario que utiliza para ello. Una región externa a Tokio que pretende convertirse en la nueva gran nación del momento. Un lugar para renovarse. Un lugar donde establecer nuevas leyes y conceptos. Un espacio fuera de cualquier concepción que, pese a esa atractiva calma, esconde oscuros secretos y entramados que se convierten, por encima de Zen Seizaki, en los protagonistas de este thriller político.

Y es que lo que se presenta, en su inicio, como lo más similar posible a un slice of life policial pronto se torna en toda una búsqueda de identidad a través de una narrativa que vive únicamente de la capacidad que tiene para sorprender al espectador. El asesinato de un doctor nos lleva a la persecución de un posible escándalo político. A la búsqueda, en las sombras de la noche, de la dulce corrupción que se fragua entre dormitorios y favores a costa de un bien común impuesto a una democracia que no es más que la imagen que proyecta un gobierno con pocas pretensiones de dar poder al pueblo.

Y es que la obra no deja de ser un enorme contrapeso. El del sentido moral de Zen, como agente de la justicia y creyente en la misma, frente a la imagen de un mundo podrido y consumido por el dinero y el poder. Una forma de mostrar el tenue brillo de “lo correcto” frente a una sociedad consumida por un frenético avance sociocultural que no lleva a ningún otro sitio que la más pura y oscura conciencia de quienes gobiernan en favor de sí mismos.

Sin embargo, y con la intención de realizar este comentario incidiendo lo mínimo posible en los spoilers, Nozaki consigue equilibrar la balanza de forma que el sistema político y esta enorme red que corrompe el mundo no sea más que un trasfondo; una excusa. Porque cuando Fumio aparece ante cámara —y hago un inciso necesario, ya que Babylon apunta a ser una obra con ciertas connotaciones cinematográficas— colgado en su propio apartamento, su narrativa se congela y realiza un atrevimiento al centrar su núcleo, no tanto sobre lo oscuro que es el mundo, sino en las terroríficas afecciones que tiene esa realidad.

Crítica de Babylon

Tras el abrazo de la muerte

Y es que los primeros episodios de la obra no se entienden tanto como el epicentro de la misma, aunque tienen un sabor representativo en ese sentido, sino que apuntan a ser una introducción a lo que podría ser una de las grandes obras de suspense del momento. Un juego de ingenio y creatividad que nos lleva desde la justicia hasta el propio concepto de la muerte como libertad a través de la crítica política a la democracia encubierta y el poder de aquellos que la gobiernan.

Nozaki toma la mítica frase de Davy Jones y le da cierto giro capaz de convertirse en la base de su narrativa. Y es que la idea no es tanto el «temer a la muerte» sino el derecho a la misma. Porque la vida y la muerte no dejan de ser conceptos propios, sobre el que tenemos un derecho único. Y su autor toma partido de ello para convertirlo, no solo en el proclamo de Shiniki, sino como el de la misma obra. Una que parece versar sobre el derecho a la muerte en un sentido más que legal o metafórico. También fantástico.

Y es que la idea de que Zen obvie la corrupción que se ciñe sobre su país para centrarse en la muerte de Fumio es un punto que empodera la obra y la lleva a un espacio más reducido y coherente, donde sus engranajes tienen más fuerza. Una persecución que va más allá de lo político y toma nombre propio: Ai Megase.

Una apuesta arriesgada y que, temo, podría derivar a una misoginia injustificada (sobre la idea de como es la mujer quien atrae al hombre a la muerte) pero que también, insisto, parece acercarse al más puro sentido fantástico con derivaciones religiosas — la Ramera de Babilonia.

Sea como sea, Babylon es una obra que consigue destacar en la necesidad de sacar papel y boli para apuntar todos sus movimientos y sobrevivir a sus tantos giros. Una obra que, de centrarse en la batalla por la justicia y lo ético; la batalla entre Zen y el ser que representa ser Ai, puede convertirse en una de las grandes entregas del momento —acompañada, además, de una valiente dirección centrada en los juegos de cámara. Sin embargo, y pese a observarla con fascinación, es imposible no pensar en la facilidad que puede tener para derrumbarse.

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.