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CRÍTICA: ANOMALISA

 

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Últimamente, y de forma tan general como es posible, parece que existe una tediosa tendencia a llevar al cine aquello que otros lograron, lo que muchos se obcecaron en conseguir y que solo unos pocos fueron capaces de alcanzar. La personalidad de los autores parece diluirse en historias que no van más allá del mero relato de un hecho; la búsqueda de la singularidad parece haberse perdido en lo fácil, en aquello que resulta más cómodo para todos. Sin embargo, y por suerte, todavía existen esos autores que no abusan de las adaptaciones o biografías, que no se sumergen en simples banalidades ni se empeñan en hacer suyas historias que personajes ajenos vivieron como muchos otros se insisten en hacer. Estos autores hacen de la originalidad el punto de partida para llegar al inconsciente del espectador, para desarrollar sus trabajos con una maestría y una personalidad que no resulta tan común en la gran pantalla. Sus universos son tan atemporales y tan distintos que muchos no pueden hacer más que preguntarse si una mente realmente lúcida es capaz de crear tales espacios. CHARLIE KAUFMAN es uno de ellos.

 

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ANOMALISA es un portento con una idea triste. Aun con todo, no es la tristeza lo que hace que este largometraje sea brillante; ni siquiera lo es el tratamiento de esta. Son los muchos matices a los que un personaje tan anodino como complejo parece enfrentarse. La realidad se distorsiona únicamente para que el espectador no entienda que está ante una obra mediocre y totalmente insignificante. No. ANOMALISA no será insignificante para casi nadie porque, al fin y al cabo, todos y cada uno de aquellos que se sienten en una butaca sabrán perfectamente lo que es sentirse abandonado en un mundo en el que no hay lugar para la diferencia, para la oportunidad de encontrar a quien se distingue del resto. La dificultad para afrontar lo que muchos no somos capaces de asumir es precisamente la pieza clave de una historia que solo en apariencia resultará simple y fácil. La famosa crisis de mediana edad es la columna vertebral de un relato condenado a no quedarse en la superficie, a bucear más allá de las apariencias y a atravesar hasta a ese espectador empeñado en evitar que lo que sus ojos ven se le olvide fácilmente.

ANOMALISA no es solo uno de los mejores ejemplos que ilustran cómo el ser humano tiende a la apatía que provoca el paso del tiempo y a la sensación de que, al final, todo parece estar perdido en un mundo de mediocridad. Es el fiel reflejo de la soledad, de la normalidad, del orden más abrumador. Lejos de relatos complejos, utiliza la espera como la mejor fórmula para no perder a aquel espectador que tenga la necesidad de la urgencia narrativa. Sus noventa minutos se extienden tan maravillosamente que será prácticamente imposible llegar a abandonar a un personaje principal tan desamparado y tan necesitado de aquello que (no nos engañemos) todos consideramos imprescindible: alguien que se distinga entre la multitud.

 

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Este es un trabajo que resulta profundamente personal, no evita la sátira y critica la vacuidad que caracteriza a esta era: el hecho de vivir rodeados de gente no supone un consuelo para nadie; la soledad, al fin y al cabo, nos acecha a todos y probablemente nadie sea capaz de sortearla. ANOMALISA es, en cierto sentido, más que un simple largometraje. Transforma aquello que a muchos parece mundano para darle un sentido tan profundo que pocos serán capaces de evitar esa reflexión que alguno no estará dispuesto a llevar a cabo. No se trata únicamente de dejar que la sencillez se convierta en todo lo contrario. Lo más común se vuelve tan complejo que será imposible no encontrar un resquicio para la identificación, para verse reflejado en la gran pantalla. ANOMALISA llega hasta las entrañas y no deja indiferente.

 

 

LO MEJOR:

  • La frescura y originalidad de la historia.
  • El detalle y cuidado en cada uno de sus aspectos.
  • No pasará desapercibida.

LO PEOR:

  • Que su duración sea únicamente de 90 minutos.

 

 

Isabel García

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