BIBLIOTECA: BAJO EL SIGNO DE LA MELANCOLÍA. CINE, DESENCANTO Y AFLICCIÓN
El historiador de cine español y escritor Santos Zunzunegui vuelve a publicar con Cátedra y nos presenta Bajo el signo de la melancolía. Cine, desencanto y aflicción. Como bien nos indica el título, la melancolía será el eje sobre el que girará este libro en el que arte, literatura y cine se entremezclan creando el complicado y difícil entramado que supone la melancolía en el cine.
El libro parte de dos obras de arte: el grabado de La Melancolía I (Alberto Durero, 1514) y New York Movie (Edward Hopper, 1939), imagen, esta última, usada como portada del libro. A estas dos imágenes le acompañarán las diversas acepciones del diccionario de la palabra melancolía. De este modo, se establece una primera parte del libro, breve y clara, que será el germen de la segunda parte, la cual ocupa casi la totalidad del libro.
La segunda parte está formada por diversos apartados (siete, exactamente) en los que Zunzunegui va clasificando una selección personal de películas donde la melancolía es la mayor protagonista. Este temperamento se hace latente en las actitudes, poses y diálogos de los actores, pero también en los propios fotogramas, en el uso del paso del tiempo, la muerte y la vejez para impregnar las películas de una melancolía gris y dolorosa.
En este libro, la compleja idea de la melancolía se explica con las potentes imágenes de filmes de Orson Welles, Jean-Luc Godard, Mizoguchi Kenji o Gus Van Sant. Pero para poder ser más concreto, para acabar de definir cómo ese sentimiento tan poderoso se apodera de las imágenes, recurre a la literatura, a otros estudios sobre la melancolía e incluso a tratados de Sigmund Freud, sin olvidar el arte, donde la música y la pintura se llevan todo el protagonismo.
Los ejemplos de Zunzunegui son pocos, pero muy certeros. Quizás su revisión de la melancolía se centre más en joyas clásicas que en ejemplos que puedan estar más frescos en el imaginario popular. Estos ejemplos reducidos nos resultan lógicos al terminar el libro y descubrir que no se trata de citar a personajes o imágenes melancólicas sin más, sino verdaderas obras de arte cinematográficas que pretenden seguir con el discurso melancólico, sirviéndose de una iconografía gestada siglos atrás en otro tipo de manifestaciones artísticas.
En especial, el conocimiento que este autor tiene del director Orson Welles es la causa de que el primer capítulo se centre en este director. Pero además, Zunzunegui establece una comparativa (o señala la referencia e inspiración) entre los trabajos de Orson Welles y todos aquellos que cita después. De este modo, eleva a Welles a la categoría de director melancólico por excelencia (no lo dice él, nos atrevemos a decirlo nosotros), estableciendo los referentes cinematográficos para los melancólicos posteriores; Welles es al cine lo que la Melancolía de Durero a la pintura.
Sin duda, el último libro de Zunzunegui es un breve pero claro trabajo sobre el cine melancólico o, más concretamente, sobre directores melancólicos. No se trata de un libro de anécdotas, pues es un estudio minucioso para aquellos que manejen no solo un lenguaje cinematográfico amplio, sino para aquellos que posean un conocimiento vasto de la historia del cine. Un capítulo más en la extensa historia del séptimo arte.
Lorena Rodríguez