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CRÍTICA: REINA Y PATRIA

 

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Hay muchas formas de emocionar, relatar o, sencillamente, entretener. Claramente, REINA Y PATRIA no consigue ninguna de las tres. Una lástima, pues la materia prima con la que empieza es de calidad.

Intentemos argumentar el porqué de este regusto tan amargo que nos genera la cinta. En el caso que nos ocupa, la acción se sitúa en un campo de entrenamiento de reclutas británicos en el contexto del conflicto armado en Corea (1951 – 1953). Pero no piensen en guerra cuando tengan delante la opción de elegir REINA Y PATRIA como divertimiento para un miércoles por la tarde. Este es un retrato de la vida de dos jóvenes que les toca cumplir su servicio en un mero campo de instrucción. Intenta ser una radiografía de un momento, de un lugar, y aunque la voluntad es buena, el fiasco es descomunal. El protagonista es Bill Rohan, y el encargado de darle cuerpo es el desconocido CALLUM TURNER. Un papel que no hace falta ser muy avispado para ver que se diseñó para el incomparable EDDIE REDMAYNE. No podemos decir que TURNER desempeñe mal su trabajo, pero se convierte en partícipe del decrescendo de calidad que es el film. Bill es un personaje taciturno y enigmático, pero siempre con un aire de despreocupación y hasta trivialidad. A riesgo de que esta combinación, y sumándole la innecesaria duración del metraje (casi dos horas), canse al espectador, se toma la decisión (por no decir parche) de darle nuevas dimensiones al personajes. Se le añade un sorprendente interés político y un incoherente gusto cinematográfico, que intentan justificar con el hecho de que, cuando era pequeño, vivía cerca de los Shepperton Studios. Al parecer, pareció buena idea construir una obra de personaje encima de unos cimientos tan débiles. Craso error. El resto de caras visibles de esta producción forman un elenco decente en el que, eso sí, destacaríamos a un notable CALEB LANDRY JONES, que da vida al joven sin moral, escrúpulos o sentido de la responsabilidad, que acompaña al protagonista. También sobresale DAVID THEWLIS (conocido por ser Lupin en la saga HARRY POTTER) que está impecable en su papel de oficial obsesionado con las normas y el código militar. Ambos dan algo de luz al océano de mediocridad que es el conjunto del film.

 

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Mal que nos pese, las decisiones erróneas no terminan aquí. Existen eufemismos y sinónimos en nuestra lengua para dar y tomar, pero sería una pérdida de tiempo usarlos para no mencionar un vocablo tan concreto como “despropósito”. REINA Y PATRIA es un jarro de agua fría en toda regla. No es sencillo describir porqué todo este cúmulo de sinsentidos resulta tan decepcionante, pero aún así una cosa está clara, para que algo decepcione, tiene que haber apuntado alto en un inicio. Esto es irrebatible. Esta discreta, por no decir imperceptible, obra de JOHN BOORMAN (autor de DELIVERANCE, ESPERANZA Y GLORIA y la inconmensurable EXCALIBUR) no sólo tiene algunos elementos destacables, sino que también parte de unas premisas de lo más apetecibles. Empezando por la mismísima referencia del título, todo son fútiles promesas que se pierden como lágrimas en la lluvia. En 1964 JOSEPH LOSEY estrenaba REY Y PATRIA, una película que, sin ser brillante, logró transmitir un claro mensaje contra las instituciones militares y, sobretodo, contra el acto bélico en sí. El guiño de BOORMAN no logra llegar al nivel de su predecesora. Se queda entre dos aguas y, aunque la tesis es clara, ni se acerca al talento visto en otras producciones con temática parecida. Si quieren cuestionarse lo mismo, y además pasar un buen rato, es preferible optar por títulos como BUFFALO SOLDIERS (GREGOR JORDAN, 2001) o GALLIPOLI (PETER WEIR, 1981).

 

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En medio de este desolador mar de desdichas, sí hay una cosa que se ha ganado el privilegio de ser loada: la estética. Como no. Ya hace años que desde el Reino Unido nos recuerdan que tienen pleno derecho para encabezar todas las tendencias visuales provenientes del viejo continente. Esta supremacía que el país británico lleva años imponiendo, no llega sólo por la conciencia del “derecho” a hacerlo así, sino por haberlo convertido esto en una “obligación”. “Derecho y obligación”, este lema que bien podría ser el título de una épica novela rusa, es el motor que ensalza el precioso envoltorio de REINA Y PATRIA. Fotografía, arte y dirección vuelven a aliarse para generar un look que supera con creces a la dramaturgia. Su recreación de época es un ejercicio ejemplar y la iluminación tiene algunas escenas más que buenas.

No es oro todo lo que reluce, y una estética excelente no perdona el hacerle perder a uno dos horas de su vida. Pero, como siempre, para gustos los colores y que toda película tiene su público. Si alguien sigue con ganas de pasar por este largo desierto, por favor, que lo haga. Hablaremos a la salida.

 

 

 

LO MEJOR:

  • Una dirección artística que, por puro contraste, deja en evidencia al resto de departamentos.
  • La secuencia en la que el protagonista cuenta como fue su primer cigarrillo. Un derroche de imaginación y talento que, sinceramente, es de agradecer.

LO PEOR:

  • Una gestión global que se presenta sin ningún tipo de rumbo y con unas lagunas que dan pánico.
  • Que un realizador (usando esta palabra todo lo despectivamente que se pueda) de la talla de JOHN BOORMAN no haya sentido tanta vergüenza como para firmar esta pieza usando pseudónimo.

 

 

Adrià Naranjo

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