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Sergio Leone - El Palomitron
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SERGIO LEONE: SANGRE BAJO EL ARDIENTE SOL DE ALMERÍA

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Tres hombres de rostro pétreo se fulminan con la mirada bajo el ardiente sol rojizo de un infernal Sad Hill. El sudor, los revólveres y la estridente -y no por ello menos célebre- banda sonora de Ennio Morricone impregnan una secuencia que se alarga indefinidamente hasta culminar con un violento desenfunde y la muerte de uno de los protagonistas. La quintaesencia del spaghetti western brilla bajo la ínclita batuta de un genio: Sergio Leone.

El duelo extenuante enmarcado en los parajes burgalenses. Las gotas de sudor. Las barbas sin rasurar. Los recurrentes motivos musicales. El aura de cine épico impregnado de una violencia hiperbólica. Todo brilla con estilo en la filmografía de un director que, como Stanley Kubrick o Andrei Tarkovsky, nunca se dejó someter por el poder de las productoras. Hizo lo que quiso y como lo quiso. Solo rodó siete películas. Cinco de ellas son obras maestras.

El spaghetti western

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En sus spaghetti western el héroe mesiánico típico de Río Bravo, El hombre que mató a Liberty Valance o Winchester 73 fue vilmente sustituido por un jinete de rostro inerte que apenas masculla unas pocas palabras durante sus casi dos horas de presencia. Un (anti)héroe sin ética ni moral definidas encarnado por un mercenario arribista que apuesta por quien mejor paga. Aquel Henry Fonda de Incidente en Ox-Bow, quien fuera adalid de la democracia y los derechos que luchaba por la justicia y la libertad en un mundo despiadado, fue sustituido por un impertérrito Clint Eastwood de facciones solemnes que no se involucraba en menesteres que no le convinieran.

La deconstrucción de los motivos del cine del Oeste propiciada por Sergio Leone marcó una época y cambió para siempre la manera de comprender el género. Sus películas caracterizaron las bases del spaghetti western. La influencia en directores posteriores, entre ellos Sam Peckinpah y sus violentos western crepusculares al estilo Grupo Salvaje, o la elegíaca e incomprendida La puerta del cielo de Michael Cimino, no pueden comprenderse sin el director de La muerte tenía un precio.

Una infancia marcada por el cine y el fascismo

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En Leone la influencia del Lejano Oeste viene de joven. Su padre, el cineasta Roberto Roberti (apodo de Vincenzo Leone), filmó el primer western de la historia de Italia, La vampira indiana (1913), protagonizada por Bice Valerian, futura madre del cineasta. Aterrorizado por que su hijo pudiera seguir el camino del espectáculo, ambos le obligaron a estudiar Derecho. Pero la atracción que despertaron en él las películas de Hollywood y el desencanto vital provocado por el auge de los fascismos y la propaganda sistemática del régimen totalitario de Mussolini trastocaron sus prioridades.

Sergio Leone no pudo evitar imbuirse de un espíritu puramente transgresor cuya máxima herramienta de desfogue fue el celuloide. La ruptura con el sistema establecido y la falta de empatía hacia cualquier ideología y colectivo se trasladó a su cine a través de personajes independientes que no se posicionan por uno u otro bando, sino por aquello de lo que pueden sacar provecho. Son independientes, escépticos y profundamente ateos, pues no creen en nada salvo en sí mismos y en el poder transformador (de vida en muerte) de sus revólveres.

De ayudante de dirección a El coloso de Rodas

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En 1948 Sergio Leone escribe su primer borrador de cine, Viale Glorioso, en el que retrata su tránsito por las pandillas de mafiosi italianas. Este esbozo se convertiría décadas después en una de sus grandes obras maestras: Érase una vez en América. Antes de sentarse en la silla del director, su prestigio creció tras colaborar en los equipos de rodaje de Ladrón de BicicletasQuo Vadis, Helena de Troya e Historia de un monja. Tras trabajar codo con codo con Raoul Walsh como ayudante de dirección, que quedó encantado con su trabajo, se corrió la voz de que Leone era un gran profesional de la ayudantía. Tanto que William Wyler le cedió la dirección de la segunda unidad de rodaje de Ben-Hur. Sergio Leone diseñó y grabó, junto a Andrew Marton y el actor Yakima Canutt, la famosa escena de las cuadrigas en los estudios Cinnecittà.

No fue hasta ese mismo año, 1959, cuando Leone se sentó en la silla del director por primera vez. Mario Bonnard dirigía Los últimos días de Pompeya, pero cayó enfermo, así que la productora llamó a Leone, a Ducio Tessari y a Sergio Corbucci (quien en 1966 se haría famoso por dirigir Django) para que lo sustituyeran y acabaran la película. En compensación por los buenos resultados de taquilla, los productores le ofrecieron a Sergio Leone dirigir El coloso de Rodas, un violento péplum (en los años 50 y 60 este género era muy popular en Italia) contextualizado en la Antigua Grecia.

Primeros esbozos de un estilo único

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Los grandes protagonistas de El Coloso de Rodas, primera incursión en solitario de un ya prestigioso Sergio Leone, fueron un extravagante diseño artístico invadido por el fuego, el humo y la sangre a borbotones y un excentricismo épico magnificado por unos decorados gigantescos (entre ellos el propio Coloso) que recuerdan a las descomunales construcciones de Giovanni Pastrone y David Wark Griffith en Cabiria y El nacimiento de una nación.

El cineasta, asqueado de la banalización narrativa en la que había degenerado el péplum, maniobró hábilmente para introducir elementos que después fueron característicos de su cine y satirizó con inquina un género popular carente de cualquier originalidad. El Coloso de Rodas sirvió como exordio de lo que sería su cine posterior.

Tal y como señala Jean-Baptiste Thoret, Leone muestra retazos creativos que luego se encontrarían en sus celebérrimos spaghetti western: “los dos bandos contrarios y, en medio de ellos, el extranjero, héroe individualista cuyas sucesivas alianzas dictarán la evolución del relato; […] el rechazo de ese protagonista por tomar partido; y el oportunismo, tan arraigado en la esencia de los héroes de Leone, y que manifiesta ya un escepticismo crónico en lo que respecta a las ideologías colectivas y políticas”.

La Trilogía del Dólar

En inicio sus primeras incursiones en el western fueron vapuleadas por la crítica especializada (a excepción de la francesa), que vio cómo Por un puñado de dólares, primera parte de la Trilogía del Dólar, y por ende primer producto íntegramente dirigido por Leone, subvirtió los esquemas convencionales del cine del oeste norteamericano y los tradujo en una sucia y pintoresca sinfonía de violencia explícita, torturas y música de reminiscencias pop. Todo, de nuevo, imbuido del espíritu transgresor (y cansino) de los péplum de la época.

Para el proyecto quiso contratar, primero, a su ídolo: Henry Fonda. Pero el actor rechazó el proyecto. Tampoco pudo contar con James Coburn, cuyo caché era demasiado caro. Ni con Charles Bronson, quien se rió el guion y dijo no haber leído nunca algo tan estúpido. Tres actores que al final acabarían trabajando con Leone en Hasta que llegó su hora y ¡Agáchate, maldito! Actuaron de la misma manera que sus personajes: por conveniencia, y solo se acercaron al calor del dólar cuando Sergio Leone ya era una estrella.

Finalmente Leone se decidió por contratar al actor protagonista de la serie de televisión Rawhide (emitida en ocho temporadas entre 1959 y 1965), también de temática western. Eric Fleming, su protagonista, fue el elegido por Leone. Fleming, para desesperación del cineasta, rechazó el proyecto, pero le recomendó a su compañero de rodaje, un joven Clint Eastwood recién entrado en la treintena, quien aceptó formar parte del equipo.

Polémicas y plagios en Sad Hill

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Los parajes escogidos para Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo pasaron por territorio ibérico. El emblemático desierto de Tabernas, en Almería; el cementerio de Sad Hill reconstruido en Burgos (lo cuenta el reciente documental español Desenterrando Sad Hill) y La Calahorra granadina acogieron parte de las secuencias. El resto, las de interior, se rodaron en los estudios de Cinnecittà italianos.

Por un puñado de dólares llegó a los cines cargado de polémica. Algunas voces acusaron a Leone de plagiar parte del guion de Yojimbo (1961) e incluso llegaron a demandar a la productora italiana. Los guionistas de Akira Kurosawa ganaron el pleito y se llevaron un 15% de las ganancias de la película, más dinero del que recaudaron con la cinta de Toshiro Mifune. La crítica, que tampoco comprendió en su momento el estilo de Leone, llegó a acusarlo, durante décadas, de ser un plagiador de otras películas.

Sin embargo, el talento de Sergio Leone, como el de Quentin Tarantino, residió en reconvertir los esquemas del género, adaptarlos a su estilo y exponerlos desde una perspectiva diferente a la que el público estaba habituado. El cine es una sucesión interminable de referencias creativas entre artistas, así que resulta banal (si no egoísta y envidioso) considerar que la adaptación de ciertos motivos visuales es motivo de plagio. La historia ha dado la razón a Leone: el cine del Oeste no se puede comprender sin su influencia. Algo que la crítica tuvo que aceptar tras el estreno de El bueno, el feo y el malo, su tercera entrega de la trilogía protagonizada por el Hombre sin nombre (Eastwood).

El ocaso del jinete

Tras el éxito indiscutible de la Trilogía del Dólar, Leone se embarca en su proyecto más ambicioso: retratar la decadencia del Lejano Oeste con Hasta que llegó su hora. La sangre y la violencia de sus anteriores películas era insertada con habilidad en una trama marcada por una melancólica tragedia familiar (la de Claudia Cardinale, primera mujer protagonista en sus películas) y una brutal historia de venganza encabezada por Armónica (Charles Bronson). Henry Fonda, actor que siempre encarnó a personaje bonachones (si no recuérdenlo en su angelical papel de 12 hombres sin piedad), pasó a ser un asesino despiadado al que no le tiembla el pulso cuando ha de disparar a bocajarro a un niño desarmado que le ha visto la cara. Nadie mejor que Leone pudo retratar la brutalidad y el salvajismo del verdadero Oeste norteamericano.

Para hacer hincapié en esa desaparición de los cógidos convencionales del western y en romper con la Trilogía del Dólar, Leone quiso contratar a Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef, el trío protagonista de El bueno, el feo y el malo, para protagonizar la secuencia inicial. Como Eastwood rechazó, la idea hizo aguas. Al final fueron Woody Strode, habitual en de los western de John Ford; Jack Elam, celebérrimo secundario del oeste norteamericano, y Al Mulock, que ya había trabajado con Leone y quien se suicidó en Guadix durante el rodaje, los protagonistas de la secuencia de apertura, la más larga de la historia del cine.

Un nuevo universo por delante

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La radicalidad con la que Sergio Leone corta con sus anteriores trabajos resulta evidente con la inesperada muerte de los tres malhechores. El genio viene a decir: «el Viejo Oeste se ha ido para siempre. Lo he matado. Ya no podéis hacer nada para remediarlo». El resto de la película es una decomunal sucesión de secuencias inolvidables que beben de Johnny Guitar (el personaje femenino de Cardinale está inspirado en el de Joan Crawford); de Solo ante el peligro (las secuencias de la persecución entre Fonda y Bronson en el pueblo) y, especialmente, de Raíces profundas, que sirvió de inspiración para rodar la masacre de la familia McBain. El guion lo escribieron Bernardo Bertolucci, Dario Argento y Sergio Donati.

La irrupción del Ferrocarril y la decadencia del Lejano Oeste, que da lugar a una rápida democratización de los territorios salvajes, son el motivo principal de Hasta que llegó su hora. Sus personajes, al borde de la desaparición por la irrupción de la modernización, parecen buscar su último momento de gloria antes de desaparecer. Una idea que entronca con los lacónicos recuerdos de John Wayne en El hombre que mató a Liberty Valance. «El ritmo de la película buscaba evocar los últimos estertores de un moribundo«, señala Leone. Y tal y como recuerda Thoret: «el elongamiento extremo del tiempo, el hieratismo fúnebre de las posturas, procuran la sensación de un mundo congelado y desierto, ya muerto en suma«.

Revolucionarios y gangsters

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¡Agáchate, maldito! y Érase una vez en América fueron las dos últimas obras de Sergio Leone. La primera, poco comprendida y casi relegada a un segundo plano en la filmografía del cineasta, está contextualizada en la Primera Guerra Mundial. En concreto, en un México revolucionario que vive una sangrienta lucha de clases. Cuenta con Rod Steiger y James Coburn en un magistral duelo interpretativo: un bandido y un terrorista del IRA que acaban entablando una estrecha relación de amistad, como las buddy film de antaño. Sus bellas interpretaciones solo son comparables con la descomunal épica visual de la mayoría de secuencias (las ejecuciones nocturnas frente a los faros de los coches o el aperitivo frente al acantilado son antológicas) y con la melodía satírico-melodramática de Ennio Morricone.

En Érase una vez en América, aquella película que ya premonizó con su primer guion de 1948, Sergio Leone abandona por primera vez el western y homenajea las grandes cintas de la historia del cine negro. Traslada a sus personajes a unos decadentes suburbios de Manhattan. Una vez más, la reconstruye bajo sus esquemas y destruye la línea narrativa a través de una trama montada en flashbacks (una técnica que también utilizó con asiduidad en ¡Agáchate, maldito!). Olvidada por los premios de la Academia, que no vieron en ella más que otro popurrí temático e incoherente, Érase una vez en América realmente fue la obra cumbre de un cineasta en su apogeo creativo.

Su próximo proyecto, Leningrado, sobre los 900 días del sitio a la ciudad rusa, nunca pudo ver la luz: Sergio Leone falleció en 1989 durante la preproducción de la película. Una obra maestra en potencia que nunca llegaremos a ver.

David G. Maciejewski

2 COMENTARIOS

  1. Muchas felicidades por el artículo David. Bien conozco la historia de La Trilogía del Western, porque mi vida empezó a gatas y en brazos junto a todos ellos en nuestro hotel familiar, donde vinieron a hospedarse el equipo técnico y artístico en los años 60 y 70. Muchas otras producciones vinieron a mi casa e hicieron que yo me enamorara profundamente del apasionante mundo del celuloide, además me dedico a ello. Siendo un bebé mis hermanas y yo éramos sus “ bebés también “… mi familia era la suya durante los rodajes … mil anécdotas que contar …
    A mi casa le llamaban el Beverly Hills almeriense, muchos han vuelto y otros vendrán, en ello estoy …David saludos desde Almería

    • Qué envidia más sana me das, Beatriz, confesando haber tenido cerca al equipo de Leone. Si preparamos alguna vez algún otro reportaje sobre el cineasta da por hecho que contactaré contigo para sonsacarte alguna de esas miles de anécdotas… ¡Un fuerte abrazo!

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Periodista. Me colé por los recovecos de la Escuela TAI en mis tiernas juventudes. Allí redescubrí lo que sabía desde crío: quería consagrar mi vida al celuloide. Desde entonces he publicado artículos y reportajes sobre cine en distintos medios de comunicación, entre ellos los diarios ABC, 20minutos y la revista QUO. También dirijo mi propio medio de comunicación, Perro Come Perro, un proyecto de investigación docente que nació en el seno de la Universidad Complutense de Madrid, y el programa radiofónico de cine Efecto Phi. Soy miembro de AICE desde 2017.