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La importancia de la naturalidad en Horimiya destacada love - El Palomitrón
ANIME / MANGA OPINIÓN REDACTORES RESEÑAS

LOS PEQUEÑOS DETALLES SON LA ESENCIA DE HORIMIYA

Horimiya parte de una premisa que no puedo evitar sentir cercana a la de La melancolía de Haruhi Suzumiya. No podrían ser más distantes, desde luego. Pero comparten esa connotación tan natural sobre la adolescencia. Sobre cómo es esa época tan chispeante de la vida.

Pero más allá de su trasfondo, ambas obras parten en direcciones distintas. E independientemente de cómo lo hace el trabajo de Nagaru Tanigawa, Horimiya se me antojaba algo condescendiente, especialmente en términos culturales japoneses. Pero esto va de errores y esa primera idea inicial no es más que otra muestra de ello. Porque HERO y Daisuke Hagiwara dan paso a una obra que bebe de la más pura naturalidad para dar paso a unas líneas en las que resulta difícil no sentirse atrapado.

La importancia de la naturalidad

«A Hori no le gusta el café con leche, ¿debería recordarlo?». Esa fue la cita que me hizo darme cuenta del enredo en el que me había metido. El momento en que Miyamura se da cuenta de que Hori es diferente a él. De que el entendimiento nace, precisamente, de esas diferencias, de cómo cada persona cuenta con unos gustos y preferencias.

Porque si reducimos Horimiya a su máximo exponente no encontraremos más que un reflejo de la más pura realidad. Doy por hecho que habéis pasado antes por esta maravillosa introducción a los temas principales de la obra, pero incluso si aún no lo habéis hecho —en cuyo caso os invito a hacerlo—, la premisa de HERO en planteamiento de su narrativa es extremadamente simple.

Tanto que su historia nos habla de cómo las diferencias nos acercan. De las máscaras de la sociedad —sin el tono crítico del que suele hacer gala este tipo de inclusiones— y el cómo disfrazamos nuestro verdadero yo para no sentirnos alguien fuera de lo corriente. Y por esto insisto en esa primera y errónea idea que esto no era más que una obra adaptada a las corrientes japonesas que pretendía hablar sobre la incomodidad y el miedo a desvelar quién eres. Pero Horimiya suma puntos a ese planteamiento básico y se propone hablar de la naturalidad. De cómo somos, pero también de porqué somos. Y, por encima de ello, habla de cómo todos estos puntos convergen y se tocan en un batiburrillo de situaciones por las que de una u otra forma hemos pasado alguna vez.

La otra cara de la realidad

«Solo quería que alguien me dijese que todo está bien» es otra de las citas en las que HERO parece querer jugar conmigo — con el lector. Es una referencia personal, porque lo que Miyamura oculta (una fachada mucho más animada y un estilo, cuanto menos, atrevido) es un peso que cargué durante años. Pero no seré el único y, aunque no compartas ese mismo concepto, es posible que la identificación se de por otros puntos, o quizás el reflejo esté en Hori y no en el chico.

El caso es que Horimiya apunta al pecho antes de disparar. Y lo hace sin avisar. «La vida de instituto es dura», espeta Miyamura al repasar su historia de soledad en un entorno en el que no se siente cómodo y teme. Es fruto de su propia cosmovisión, de cómo él entiende la situación. Pero no deja de ser una realidad a la que se aferra mientras le hace sangrar. Porque Horimiya tiene una capa de positividad por envoltorio pero siempre es sangrante. No centra su vista en como sus personajes huyen de una sociedad comprometida, con unas reglas establecidas a las que debes adaptarte para sobrevivir, sino en cómo es la vida cuando, por una o por otra, te sales de ese carril y te ves arrastrado hacia un camino repleto de obstáculos.

Hori, a diferencia de Miyamura, es una chica popular en el instituto. Y su secreto dista mucho de resumirse en un cambio de personalidad; pero la chica es esclava de sus ataduras familiares. Se encarga de su hermano y dedica el poco tiempo que le dejan sus estudios a trabajar parcialmente como madre. Dos realidades injustas —el incomprendido con dificultades sociales y la trabajadora que duda de la fragilidad de su segunda vida— que no pretenden convertirse en portada, sino acompañar las escenas que se dan en la obra. Porque sirven, a su vez, como tensión y válvula de escape para sus personajes de esta realidad tan pura como natural. Porque no son más que una excusa para enmarcar el porqué de su relación y servir luego de arco introspectivo.

Los pequeños detalles

Así la obra reside en sus pequeños detalles. No es tan importante que Miyamura tenga tatuajes como el que en su viaje escolar a Kyoto tengan que ocultarlo para que pueda ducharse lejos de miradas indiscretas. Una representación cómica que parte de ese humor tan humano que explora Yusei Matsui en Assassination Classroom pero que suele partir hacia puntos morales. A generar una tensión romántica entre ambos personajes.

Es una recurrencia dentro de la obra. No importa si se refiere al secreto de uno o al de otra. Al problema de los baños de Miyamura o al hecho de que Hori no diferencie un DVD de un Blu-ray. Son siempre escenas cotidianas, con un pequeño peso particular que define su contexto, acerca sus personajes al lector y consigue una identificación personal con esos puntos tan reales.

Algo que su guión apuntala con la inclusión de nuevos personajes como Ishikawa o Yuki, que sirven tanto de apoyo moral para los protagonistas como dueños de sus propias tensiones y problemas. Un conjunto que crece y da paso a nuevas escenas que forman ese batiburrillo. Detalles tan pequeños como el hecho de que Miyamura se vea rodeado por sus tres nuevos compañeros de fatigas en el mismo instante en que se piden grupos para un trabajo — algo que la obra aprovecha para utilizar de contraste frente a su problema social.

En el momento de escribir estas líneas hace escasos minutos que he cerrado el segundo volumen de Daisuke Hagiwara. Pero siento que he pasado un puñado de días a bordo de una historia tan suya como mía. Horimiya parte de un factor personal que vive de los pequeños detalles, de las pequeñas historias. Una muestra de la cotidianidad ajena que consigue calar a varios niveles. Un título que abre sus páginas con calidez y nos ayuda a recordar que las máscaras no son más que eso, máscaras. Y que las verdaderas relaciones se fraguan entre diferencias. En esos pequeños detalles como el saber que a esa persona cercana no le gusta el café con leche.

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Óscar Martínez

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1 COMENTARIO

  1. Para mi la frase que mejor define este manga y por qué gusta tanto nace de un diálogo de Miyamura con Kyosuke, el padre de Hori, que viene a ser más o menos como sigue:

    Kyosuke: «¿Qué es lo que más te gusta de Kyoko?»
    Miyamura: «Que me acepta tal y como soy»

    Y en el manga son así los personajes, todos se aceptan unos a otros con esa naturalidad, sintiendo que todos son iguales pero al mismo tiempo únicos. Y eso es muy raro si lo comparamos con lo que nos llega a occidente de Japón, la percepción de que se busca la uniformidad, la homogeneidad, cuando no hay dos personas iguales en el mundo, hay niveles de similitud entre personas pero no somos iguales. Y el ideal es que nos defina nuestro carácter, nuestra forma de proceder, nuestros méritos y nuestros fracasos. Jamás nuestro aspecto.

    Y el resto se resume sencillamente en: lugares comunes. Tanto a nivel de identidad (ni siquiera nosotros mismos somos iguales en situaciones distintas) como de escenas. Todos hemos pasado por los miedos, inseguridades, victorias, alegrias y penas que pasan Hori, Miyamura, Yuki, el presi, Ishikawa y los demás en el instituto. Todos hemos creado una identidad en el instituto que no es la que le mostramos a nuestros padres (por ejemplo). Todos nos hemos volcado en nuestros amigos y nos hemos aceptado los unos a los otros tal y como éramos.

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.