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EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS

Plasmar en imágenes la vida de uno de los personajes más oscuros de nuestra historia reciente es un proyecto que arrancó en 2006 y que ha contado con la implicación de cineastas como Enrique Urbizu o Imanol Uribe. Pero finalmente ha sido Alberto Rodríguez el director encargado de modelar la ingente cantidad de información que vive en las páginas de Paesa, el espía de las mil caras, publicada hace ahora diez años, para construir y vertebrar un discurso fílmico a partir de la colosal labor de investigación y documentación que Manuel Cerdán, autor del libro, llevó a cabo para intentar arrojar algo más de luz sobre la figura Francisco Paesa, un cerebro del engaño tremendamente inteligente.

Para enfrentarse a El hombre de las mil caras es totalmente necesario olvidarse de los trabajos más recientes del director: La isla mínima o Grupo 7. El hombre de las mil caras está dirigida por la misma persona y el grueso del equipo técnico de Alberto Rodríguez repite de nuevo, sí, pero hasta ahí las similitudes. Porque El hombre de las mil caras es puro cine de espionaje, que desde su primera escena, una apertura con voz en off al más puro estilo del cine de Scorsese bajo los compases de la magnífica (y frenética) banda sonora de Julio de la Rosa, avisa al espectador de que el ritmo de la narración se va a instalar cómodamente en cotas muy altas durante prácticamente las dos horas de película que están por venir.

Es tanta la información, y tanto lo que el director quiere contar, que resulta muy complicado bajar el pistón. La historia de Paesa es la historia de un sistema corrupto de manera constante, porque el poder es algo demasiado atractivo para muchos de los que a el se acercan, y en este tablero de vanidades nuestro protagonista se mueve como un alfil que aprovecha de manera ejemplar las debilidades del sistema para alcanzar sus objetivos. Porque El hombre de las mil caras es poliédrica en su concepto, y su galería de personajes, muy coral, es un bochornoso (por su veracidad) desfile de embaucadores entre los cuales, Francisco Paesa es el auténtico rey. No se salva nadie.

En su marcado carácter documental, además, la cinta no se olvida de recordar el papel de los medios de comunicación, decisivos en el destape del primer caso de corrupción realmente mediático en España. Y es que hablamos de una época que abandonaba las dos cadenas públicas clásicas para dar paso a una parrilla enriquecida con la llegada de las privadas y la consecuente mayor oferta informativa, que comenzaba a explorar los nuevos conceptos de comunicación y la modelización de la opinión pública en la sociedad de la información. No todo lo que cuenta la película es real, no hay que olvidar (y de eso se nos avisa dese el principio) que estamos ante una ficción, pero está claro que El hombre de las mil caras sirve para repasar nuestra historia reciente, y también para recordarnos que los problemas de hoy en día son los mismos que ya asolaban nuestro panorama político hace dos décadas. Seguimos igual, al fin y al cabo.

Como es costumbre en el cine de Rodríguez, cada plano refleja un meticuloso trabajo en producción que cuida al máximo cada detalle para transportarnos e invitarnos a vivir (o revivir) cada momento por el que la trama discurre. Una minuciosa labor de puesta en escena que debe ser reconocida y aplaudida.

El trabajo de todo el reparto es también, no podía ser de otra manera, excelente, y todos los actores se esfuerzan en reflejar las miserias de sus personajes, que habitan bajo la demoledora presencia de un Francisco Paesa encarnado magistralmente (de nuevo no hay sorpresa) por Eduard Fernández (Todas las mujeres), un cerebro imbatible en esto del embuste que se nutre de manera constante de nuevos retos, de ir más allá. Un personaje incontrolable, indescifrable, e insaciable. Sin duda el león en este zoo de mentirosos compulsivos en el que solo las mujeres (fantásticas todas en sus reducidos papeles) son capaces de instalar un poco de cordura y evitar así el descontrol total.

Dos horas de cine de alto nivel. Dos horas de Alberto Rodríguez en plena forma. Algo que, creednos, no es moco de pavo.

LO MEJOR:

  • El ritmazo de la cinta.
  • Lo bien expuesto que está todo, y la (acertadísima) forma de contarlo.
  • Eduard Fernández. No es posible barajar a otro actor para este papel.
  • La comodidad con la que José Coronado asume su papel y el reto de compartir planos con Eduard Fernández.

LO PEOR:

  • Que El hombre de las mil caras no es nada nuevo y nos recuerda que en este país llevamos ya muchas décadas con mucho discípulo (salvando las distancias) de Francisco Paesa.

Alfonso Caro

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Alfonso Caro Sánchez (Mánager) Enamorado del cine y de la comunicación. Devorador de cine y firme defensor de este como vehículo de transmisión cultural, paraíso para la introspección e instrumento inmejorable para evadirse de la realidad. Poniendo un poco de orden en este tinglado.