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critica de Our Last Crusade or the Rise of a New World
ANIME / MANGA CRÍTICAS REDACTORES

EL ROMANTICISMO ENMASCARADO DE OUR LAST CRUSADE OR THE RISE OF A NEW WORLD

El fetiche y la fantasía son dos elementos que pueden funcionar bien en conjunto, por supuesto. Pero, como todo, hay que saber cómo y dónde aplicarlos. Gleipnir, sin ir más lejos, es una muestra de cómo los espectros de dominación pueden aplicarse para dirigir la narrativa de un estudio de personajes. Pero obra de Sun Takeda también falla a la hora de no saber aplacar su necesidad de invitar al fanservice.

Our Last Crusade or the Rise of a New World —Kimisenes un ejemplo más de ello. De cómo los fetiches personales se inmiscuyen en las líneas narrativas para ejemplificar una interrupción absurda, que no pretende aportar nada a la historia, como sí ocurría en el ejemplo anterior, sino satisfacer al mismo grupo de usuarios de siempre. ¿Lo peor? Que tras sus líneas hay cierto romanticismo enmascarado capaz de dirigir la obra y que se ve torpemente ensombrecido.

Lo clásico no está muerto

Our Last Crusade or the Rise of a New World tiene mucho de “lo mismo de siempre”. Pero hay cierta comodidad en esa valoración. No solo el hecho de enfrentarse a algo familiar, sino la idea de que la serie se atreve a jugar con esos conceptos para introducir sus pequeñas revoluciones personales. Hacerlo suyo. ¿Y lo consigue? Desde luego que sí, sin dejar de existir en base a pequeños detalles, pero sumando puntos a esa comodidad general.

Dos naciones enfrentadas, un conflicto nacido del odio, de la represión, el ataque y el asesinato. Un imperio militarizado en base a una oligarquía y un reino nacido del descubrimiento de los poderes arcanos y el sufrimiento que esto ha generado en sus habitantes, antaño conciudadanos imperiales. Por supuesto, por encima de estos conceptos, germina su particular visión de Romeo y Julieta. Ella, princesa heredera de la soberanía, él, parte de los soldados de élite imperiales.

Puntos conocidos con un desarrollo también particularmente conocido; diferentes enfrentamientos y la posterior unión de la pareja en un camino conjunto en busca de la paz entre ambas potencias militares. Sin embargo, y sin necesidad de romper con todos los preceptos narrativos de los que se compone esta idea, Kimisen consigue cambiar ligeramente las cosas para que el peso de su comedia romántica quede por encima de la acción dando un resultado que roza el slice of life y que consigue desequilibrar la balanza ofreciendo un pequeño giro narrativo a la obra.

Una nueva forma de construir un camino conjunto

Donde se espera que la obra abra paso a batallas y conflictos, el desarrollo de la obra se compone de encuentros casuales en situaciones casuales —jugando bien la carta de la existencia de ciudades neutrales, abordando el conflicto de forma lateral— y allá donde esperaba constantes muestras de poder dilemas morales se dibuja una comedia romántica de tintes suaves y juveniles, más centrados en el insomnio amoroso de sus protagonistas que en la próxima táctica de sus escuadrones.

Un hecho que resulta refrescante y consigue edulcorar una obra que ya se presenta dulce donde se esperaría un tono más bien amargo y que consigue equilibrar sus constantes escenas románticas con pequeños fragmentos del desarrollo de su argumento que no consiguen nunca robar el protagonismo a su particular idea de Romeo y Julieta.

Un desarrollo y una puesta en escena que juegan con un doble filo que devalúa la obra y tira por tierra muchos de los conceptos que la misma propone. Y es que el fanservice siempre tiene representación en sus escenas y la sexualización constante de sus personajes femeninos resulta excluyente en favor de unos pocos, demostrando su incapacidad para separar el fetiche de la fantasía.

Alice es un personaje interesante, capaz de demostrar su fortaleza pero también impulsiva a través de su tierno enamoramiento, pero no faltará la escena en la que salga desnuda de la ducha en clave cómica —un recurso que rompe por completo un discurso sobre el odio y la exclusión, para más inri. Y Mismis, en el lado imperial, no deja de ser un avatar infantilizado con proporciones pensadas para favorecer a ciertos sectores del público masculino con un grave problema.

Lo que es peor es que Kimisen parece consciente de sus propios errores y dispuesta a trabajar con ellos. Mismis, en uno de los últimos capítulos emitidos, comienza a mostrar una versión mucho más madura de sí misma, abandonando parte de ese fanservice amoral enfocado en la infantilidad psíquica y física del personaje. Y lo mismo ocurre con la escena mencionada de Alice, que daba paso a la idea del emblema que portan los habitantes de la soberanía y sobre cómo una marca no debería tener el poder de aislar a la gente. Al fin y al cabo, todos somos personas.

De lo que es y pudo ser

Our Last Crusade or the Rise of a New World podría haber sido más de lo que es. Resulta evidente que Silver Link ha contado con pocos recursos para su producción y desarrollo y su adaptación al manga es prueba de ello pero, incluso así, el fanservice sigue estando allí. En el desarrollo de los conflictos que atraviesan ambas naciones, en los momentos en el que el romance toma el protagonismo e incluso en las situaciones complementarias.

La forma en la que Kimisen se apoya en su romance, en como Alice e Iska construyen un acercamiento lento y fomentado en la necesidad de encontrar el fin de conflicto es un gran aliciente. Y, de verdad, consigue convertirse en una serie especialmente tierna y acogedora. Pero cuando el fetiche entra en juego y enmascara el romance… podemos decir que el romance sigue allí, y es cierto, pero sigue resultando excluyente. Y absurdo. Entre otras.

Es irónico como una obra tan marcada por estereotipos y pautas de comportamiento tan cuestionables ha conseguido escapar, precisamente, de los mismos estereotipos que la apuntaban como una de las obras de fondo de la temporada. Y no lo niego, me he sentido arropado por la calidez emocional y afectiva de Kimisen, pero este discurso podría tener un cariz muy diferente si ese fuese su punto de entrada.

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.