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CINE ESPAÑOL DIRIGIDO POR MUJERES II: EL MUNDO RURAL

En 2022 Carla Simón estrena Alcarràs y su Oso de Oro en la Berlinale se convirtió en historia de nuestro cine. Simón puso la guinda a un pastel ya jugoso que venía cocinándose desde años anteriores al enfocar el argumento de su nueva película en lo rural, retomando una tradición que en el cine español de la última década se ha convertido en un género en sí mismo. Ese mismo año Sorogoyen traslada su nuevo thriller al ámbito rural con As bestas y el año se cierra con la aceptación del mundo rural como espacio privilegiado donde narrar grandes historias de nuestro presente. Como veremos en esta serie de artículos sobre el cine de mujeres en España, el ámbito rural no escapó de la fascinación de la nueva hornada de directoras.

Si en 2015 Paula Ortiz reinterpreta Bodas de sangre con su película La novia y lleva hasta los páramos aragoneses la historia andaluza de Lorca e Icíar Bollaín traslada en 2016 su historia sobre el poder de las grandes compañías y el desastre ecológico al campo español con El olivo de la mano de Javier Gutiérrez, Anna Castillo y Pep Ambròs, en 2017 se estrenará la película que podríamos llamar la base de salida de toda esta hornada de directoras de nuevo cuño con Estiu 1993, la primera película de Carla Simón, pero también una historia sobre lo rural contada por una mujer en pleno debate de la España vaciada.

Estiu 1993 fue sorpresiva por marcar un perfil propio al insertarse totalmente en el cine rural que estaba empezando a proliferar y profesionalizarse en el país, pero, a la vez, por contar una historia íntima como la pérdida de los padres y, por ende, de la inocencia, en un mundo rural y cerrado en la España convulsa de los 90. Simón huyó de los dramas urbanos para encarar una historia con un espacio pequeño, pocos personajes, dos niñas pequeñas desconocidas al público que irradiaban naturalidad en cada escena y dos adultos como son David Verdaguer y Bruna Cusí que acompañaban sin ensombrecer a las pequeñas. Estiu 1993 era la película que parecía que todos estuviéramos esperando, una pequeña joya que en muy poco explicaba temas enormes y descubría no sólo el talento de una directora, sino las historias de mujeres que nos estábamos perdiendo como público.

Si 2017 fue el pistoletazo de salida no sólo de un cine marcadamente rural y profundamente maduro, sino de un cine de mujeres que tocaría muchísimos temas, lo rural no se quedaría fuera y Ainhoa Rodríguez sorprendería en 2021 con Destello bravío, una propuesta onírica y embriagadora más cercana al cine de Lynch, pero apegada a los pueblos de la España olvidada. Igual de onírica, pero menos críptica y más embriagadora sería El agua, de Elena López Riera, estrenada en 2022. Con la participación de Bárbara Lennie, El agua es un cuento de verano de mujeres, agua, vida y muerte en la localidad valenciana de Orihuela, una radiografía de las creencias populares que tan dentro llevamos como país en localidades donde todos conocen a todos, pero también el testimonio vivo de los mitos que como sociedad nos contamos y con los que muchas veces innecesariamente hemos de cargar.

Carlota Pereda estrenaría el mismo año 2022 la prolongación de su aplaudido cortometraje Cerdita, de 2018, y nos regalaría una historia que se separaba totalmente de las películas anteriormente desgranadas para explicar la historia de un asesino en serie en un pueblo extremeño. Cerdita le da la vuelta al American Gothic y al slasher al llevar la matanza de dicho asesino a un pequeño pueblo de Extremadura, demostrando que las historias de terror campestre no necesariamente funcionan bien sólo en Texas. Sin embargo, lo que Carlota Pereda confirmaría es una lección común en el cine de terror, que es que los monstruos no siempre son necesariamente los enmascarados con un machete. Protagonizada por Laura Galán y Carmen Machi en el papel de hija y madre, respectivamente, Cerdita es bullying, es gordofobia, son prejuicios y formas de vivir que se arrastran dolorosamente generación tras generación como grilletes para los recién llegados al mundo. Quizás la genialidad de Pereda no sea alargar un corto que podía alargarse mucho más hasta contar una historia con sentido sino saber utilizar el terror y el rural para seguir contando historias que nos atañen a todos como sociedad.

Y sin alejarnos del sur de España, Rocío Mesa ese mismo año estrenó su primer largometraje, Secaderos, una historia que sin darnos cuenta dialoga con El agua y Cerdita cuando nos habla desde el sur de España del peso tan enorme de nuestra familia y sus múltiples vidas, las no vividas y las que nunca pudieron llegar a vivirse. La directora granadina retrata el cultivo del tabaco alrededor de la capital nazarí, pero imbrica su historia con el legado de una familia. A veces el territorio rural, como en Orihuela o ese pueblo extremeño, es jaula perfecta para los jóvenes, pero también depositario de unas formas de vida e historias que pasan desapercibidas al común de los habitantes de la ciudad. Secaderos es la fantasía que se encarna en la mirada inocente de los niños frente a un mundo rural que muere, es el territorio rural de los chopos que rodean la ciudad frente a la sempiterna especulación urbanística y también es la fiesta en las noches de verano y la adolescencia tardía y sedienta de vida por ser vivida. Destello bravío, El agua, Cerdita y Secaderos son las historias de un mundo rural que no se niega a morir porque jamás estuvo moribundo, sino que siempre fue ignorado desde nuestras ciudades y que estas mujeres saben rescatar en sus películas.

Un año más tarde, en 2023, una de las directoras clásicas de nuestro cine, Isabel Coixet, estrenó una de las obras más crudas de toda su filmografía y lo hizo basándose en el libro homónimo de Sara Mesa, Un amor. El material de partida, el desasosegante libro de Mesa, suponía la base para una película protagonizada por Laia Costa, Hovik Keuchkerian, Hugo Silva e Ingrid García Jonson donde se nos narra la llegada de Nat (Laia Costa) a un pueblo dejado de la mano de dios y cómo tendrá que lidiar con su nueva vida. Aunque la retirada de la vida en la ciudad es más obligada que voluntaria, Nat pronto se verá arrastrada por el pueblo, sus voces susurrantes y sus miradas furtivas en una telaraña en la que se ve atrapada hasta llevarla a la desesperación. “Pueblo chico, infierno grande”, parece contar la historia de Coixet, pero también nos narra un deseo femenino que no deja de estar ausente en los grandes relatos oficiales.

Finalmente, no podíamos dejar de hablar de una película de 2022 dirigida por Ángeles Huerta. Hablamos de O corpo aberto y de una película que vuelve a reivindicar el fantástico, pero desde lo rural, lo gallego y lo decimonónico. Miguel (Tamar Novas) es un maestro que llega a una pequeña aldea de Galicia para ejercer su oficio, pero las especulaciones, su fijeza en una mujer y la presencia intangible de un ahorcado no harán más que cerrar el yugo en torno a un protagonista consciente de que algo ocurre en ese lugar, pero no entiende muy bien qué es.

Como hemos podido ver, esta nueva quinta de directoras se atreve también a contar historias desde lo rural, dándoles la vuelta a los prejuicios inherentes al campo y abriendo las historias encerradas que en él podemos encontrar. No olvidamos Alcarràs (Carla Simón, 2022), Els Encantats (Elena Trapé, 2023) o Los pequeños amores (Celia Rico, 2024), pequeñas grandes películas, entre muchas otras, que también comprenden el ámbito rural, pero que hemos reservado para otros artículos venideros. Al fin y al cabo, lo rural sigue siendo campo abonado para narrar temas universales.

Javier Alpáñez

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