El Palomitrón

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QUE DIOS NOS PERDONE

Que Dios nos perdone Sorogoyen El Palomitrón

La pasada edición del Festival de San Sebastián otorgó el Premio del Jurado a Mejor guion a Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Y no es para menos, aunque los recién entregados Premios Feroz y las previsiones para los futuros Premios Goya no parecen pensar lo mismo. Arropado por Tornasol Films y Atresmedia, entre otros, el tercer largo de Sorogoyen es una de las mejores películas del 2016.

La acción nos sitúa en Madrid, en el verano de 2011, cuando la visita del Papa se juntó con las protestas del 15M, convirtiendo Madrid en un agobiante hervidero. La tensión está latente en todo el filme y, además, el inspector Alfaro se encarga de aumentarla con su agresivo carácter, cargado de ira y poca profesionalidad. Roberto Álamo (Tenemos que hablar) nos ofrece su rostro duro para este personaje que contrasta, aparentemente, con su compañero Antonio de la Torre (Tarde para la ira), el inspector Velarde. Mientras el primero se comunica con los puños, el segundo a duras penas puede hablar, pues las palabras se le atragantan en un tartamudeo incómodo pero esencial para su personaje.

Roberto Álamo y Antonio de la Torre El Palomitrón

En este entorno tenso, con ese calor que agobia y agota traspasando la pantalla, la ira de los personajes principales (uno que la expresa a la menor ocasión y otro que la guarda y le envenena) se despliega en un Madrid caótico, mientras un asesino de ancianas hace acto de presencia. El patrón es claro, pero la mala praxis policial dificulta la investigación que se entrelaza con la vida personal de los dos inspectores y desvía la atención del foco principal: el asesino.

La maravilla de guion que Sorogoyen y Peña nos ofrecen no nos deja un minuto de respiro, acompañado de una atmósfera creada, en buena medida, por sus actores principales, así como secundarios de la talla de Luis Zahera (El padre de Caín) o una extraña María Ballesteros (De chica en chica). Pero sin duda, existen dos factores por los que esta película se redondea hacia la perfección: su música y Javier Pereira (con el que ya contó el director en su aclamada por muchos Stockholm). Una música constante e inquietante (de Olivier Arson), como un zumbido que acaba por meterse en tu cabeza y no puedes distinguir cuándo la escuchas realmente y cuándo no. La atmósfera se va cargando por momentos y acaba por hacerse irrespirable cuando Javier Pereira hace su aparición, con su mirada desorbitada y una voz pausada que inquieta cuanto más tranquilizadora pretende ser.

Roberto Álamo Que Dios nos perdone El Palomitrón

Si a todo esto le sumamos un director con ganas de jugar, explorar, y exprimir todas las posibilidades de la cámara, podemos hablar de un trabajo prácticamente redondo. Rodrigo Sorogoyen, uno de los mejores directores de nuestro cine (por osadía y por pericia), despliega su talento y nos regala planos secuencia técnicamente muy complicados, trucos visuales que nos maravillan (¡atención a la escena del balcón!) y un pulso narrativo al alcance de escasos autores en nuestro cine. En Que dios nos perdone queda claro que sabe rodar exteriores, pero es en su habilidad para mover la cámara en interiores donde Sorogoyen marca las diferencias, porque lejos de ver sus habilidades limitadas, el director dilata los espacios para encuadrar la acción con una comodidad sorprendente.

Es, sin lugar a dudas, una de las mejores películas del año y lo mejor que ha hecho Sorogoyen hasta el momento. No solo el guion es excelente, sino que la dirección acaba por perfeccionar este proyecto tan intenso.

LO MEJOR:

  • La dirección de Rodrigo Sorogoyen.
  • El tándem Roberto Álamo y Antonio de la Torre, lejos de la camaradería de pareja policial a la que estamos acostumbrados.
  • La creación de ese ambiente asfixiante que nos pesa y nos oprime.
  • Javier Pereira.

LO PEOR:

  • Que Tarde para la ira (la ópera prima de Raúl Arévalo) y su lluvia de premios ensombrezca esta pieza tan única.

 

Lorena Rodríguez

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Una tarde, con siete añitos, entré en el salón cuando mi madre veía El Padrino. La escena en cuestión era la del caballo y mi madre me gritó que no mirase, pero miré. Desde aquel entonces no pude dejar de mirar, de observar y soñar. Lo más cerquita que pude quedarme del cine fue haciéndome historiadora del arte. El cine es mi Tardis, un Delorean que me hace la vida real más fácil. Mi primera serie fue Urgencias, siempre fiel, a pesar de lo mal que la trató la tele. No sé decirle que no a una serie.