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QUE BAJE DIOS Y LO VEA

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Dicen, los que entienden de esto, que lo que deben hacer los críticos es limitarse a escribir sobre la película que han visto, no sobre la que querrían ver. Con ello como mantra unívoco, una manada variopinta de congéneres entró a la sala dispuesta a ver la nueva película de Curro Velázquez. El director viene bien curtido de la televisión y es responsable directo del guion de varias producciones españolas como Los Serrano o Los hombres de Paco. El espectáculo que propone Que baje Dios y lo vea invita, en demasía, a que el crítico se salte ese mantra unívoco y pomposo del que les habíamos hablado. Intentaremos no hacerlo.

La película, empeñosa en conseguir la carcajada a cada segundo de metraje, falla en el intento. No es tanto que las bromas y chascarrillos no sean graciosos como que su ingente número rompe todo el ritmo del filme y acaba agotando al espectador. El humor, si bien inteligente en la mayoría de ocasiones, tiene recaídas escatológicas que dan al traste con ciertos aspectos narrativos. Hasta un reloj estropeado da la hora dos veces, y es así como en Que baje Dios y lo vea la actuación de Karra Elejalde nos regala algún que otro momento memorable.

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En este último plano, el de las actuaciones, sorprende gratamente Macarena García. Y decimos sorprende porque a pesar de ser una gran actriz y gozar de cierto reconocimiento, su personaje va de menos a más y pasa de lo accidental a lo trascendental. Es el único elemento de la trama diseñada por Curro Velázquez que no es consumido por los chascarrillos y el único que parece tener claro su sitio en el pequeño universo que es la película. La réplica se la da un irreconocible Joel Bosqued, que interpreta a un recién iniciado en esto de lo divino. El joven actor maño no solo responde bien ante la buena interpretación de García, sino que carga sin problemas con el escaso peso argumental de la película.

Más allá de eso, las virtudes de Que baje Dios y lo vea pasan por el edulcoramiento y la confianza en la suspensión de la credibilidad por parte del espectador. Notable y curioso Manolo Lama en sus cameos y lo vertiginoso de la acción en los planos en Roma. A partir de ahí, todo decae. La ansiada química antiestética entre Elejalde y Alain Hernández brilla por su ausencia, sobre todo por lo extraño que está el segundo en el papel de cura rebelde. Moderno. Desubicado.

Crítica de Que baje Dios y lo vea

El fallo de ingeniería que más reproches merece en Que baje Dios y lo vea es el de la edición. Planos cortos. Sin aguante. Sin esperanzas ni confianza en la capacidad interpretativa de sus protagonistas para con la tensión argumental. Ni tampoco en la de sus espectadores. La película parece un episodio más de cualquiera de las series de las que ha sido responsable el director. Uno no tiene la sensación de estar ante una película, ante un espectáculo digno de la pantalla grande. Si acaso, el filme de Velázquez bien agradecería un interludio publicitario. Una pausa para digerir el aluvión de gags en plena cara. Y el director es consciente de ello. Algunas transiciones van directas al negro, como preparadas para su emisión en televisión.

Al final, Que baje Dios y lo vea se queda en una película visceral que dividirá a sus espectadores entre los que encuentren y prefieran divertimento tradicional y los que huyan despavoridos ante un refrito de bromas vistas con anterioridad. El filme de Velázquez no aporta nada nuevo, y precisamente por ahí puede venir todo lo positivo que encuentre el espectador en ella. El cliché que sacia y el que empalaga, el maniqueísmo manierista. Un desarrollo que no busca tanto innovar como satisfacer a una audiencia tremendamente concreta. Un ejercicio de mercadotecnia y un desfile del star-system español que nos invita y nos seduce a soltar la maldita frase del mes: “Más de lo mismo, ¡qué matraca!”. Intentaremos no hacerlo.

LO MEJOR:

  • Macarena García, un mástil al que agarrarse y rezar.

LO PEOR:

  • La inexistente química entre el dúo protagonista.
  • Lo maniqueo de la trama. El argumento no puede estar más visto.
  • La mezcla de géneros y niveles de humor, que no la hace fácil de definir.

Matías G. Rebolledo

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