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LOS PINGÜINOS DE MADAGASCAR

 

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Qué gusto da ver las películas de animación siendo adultos de vez en cuando; si buscamos tramas con orden lógico, el cine infantil no nos fallará. Su orden es -casi- siempre el mismo, como sucede en LOS PINGUINOS DE MADAGASCAR. Con su prometedora introducción, su maravillosamente enrevesado nudo y su intrépido desenlace (y sus escenas post créditos, ¡por supuesto!). Si en una ficción existen personajes carismáticos, hay que sacarles partido. De ahí salen brillantes spin off como éste.

Una hilera de pingüinos deambula por alguna zona ártica, sin un rumbo fijo; qué más da, la cuestión es ir todos a una. Pero hay tres (que pronto serán cuatro) integrantes que prefieren ir por libre -claro mensaje hacia la rebeldía ante las condiciones sobrexpuestas- y ganan en la temeraria elección. De modo que el cuarteto abandona su níveo y tranquilo hábitat y emprenden una serie de aventuras para las que hay que ajustarse el cinturón.

 

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Este peculiar escuadrón nos es familiar: Capitán, el jefe de la tropa, Kowalski el cerebro, Rico la fuerza y Soldado la ilusión del equipo. No son unos superhéroes: para empezar son pingüinos, de modo que su propia naturaleza les hace patosos y con un fondo bonachón, faceta que los guionistas aprovechan en todo su esplendor para relatar las situaciones. No saben organizarse como un verdadero batallón militar, aunque ellos, sobre todo el líder, creen serlo. Engullen ganchitos de queso para alimentarse, y sus planes se desmoronan por otros grupos más elaborados. Aquí hay que resaltar a la nueva pandilla de animales, otros luchadores contra el mal: un lobo, un oso polar, una lechuza y una foca, con trajes y tecnología de última generación para llevar a cabo sus golpes; si es que los amigos de las zonas polares vienen con más facultades que estos, acostumbrados a los holgazanes de las áreas tropicales.

Esta fórmula se vio en la saga de MAGADASCAR, tanto en la forma como en el contenido. En lo primero porque el humor surrealista ágil se repite con ahora con las aves marinas como protagonistas; en lo segundo porque igual que Alex, Marty, Melman y Gloria, ahora también les da por explorar el globo terráqueo, y mucho. Desde Venecia a Nueva York, pasando por Hong Kong. Estos viajes los animadores de Dreamworks lo exprimen bien y detallan a todo color los paisajes por donde se mueven los animalitos.

 

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Cuidado los adultos porque los creadores exprimen los 92 minutos de metraje hasta el extremo. En absoluto aburre, es más agota ver tanta persecución, cambios de plan, peleas, mutaciones, disfraces, saltos, caídas, gritos y vuelos arriesgados. Todo ello gracias al sinsentido que salpica la línea narrativa, capaz de amedrentar a algún que otro progenitor despistado. Mientras, sus hijos quedarán prendados ante las proezas de los pingüinos, rodeadas de una formidable espiral de acción.

Los más pequeños habían visto a estos cuatro elementos en televisión, aunque sus batallitas salen fortalecidas en la gran pantalla. La línea a seguir no es original, pero hay frescura en los chascarrillos y diálogos del guion.

Mientras mantiene al público en un looping constante, la película es un canto a la valentía, al coraje, un grito de advertencia de que a veces hay que dejarse llevar por los impulsos más que por la estrategia. Los que fueron secundarios se convierten en protagonistas por la puerta grande. Y conservan en el mismo nivel las constantes vitales: las risas.

 

 

LO MEJOR:

  • El guion, la chispa de los diálogos.
  • El popurrí que consigue un resultado armónico y fulminante.
  • El cúmulo de aventuras entretiene al público infantil durante todo el metraje.

LO PEOR:

  • Es inevitable compararla con la saga de MAGADASCAR.
  • El exceso de aventuras podría saturar a los padres.

 

María Aller

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Alfonso Caro Sánchez (Mánager) Enamorado del cine y de la comunicación. Devorador de cine y firme defensor de este como vehículo de transmisión cultural, paraíso para la introspección e instrumento inmejorable para evadirse de la realidad. Poniendo un poco de orden en este tinglado.