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LA LEYENDA DE TARZÁN

Dicen que Johnny Weissmüller se volvió loco y que, tras una serie de embolias a finales de los setenta, turbaba la paz del resto de los inquilinos del geriátrico de California donde residía porque, en su demencia y creyéndose el personaje creado por Edgar Rice Burroughs, a menudo se le podía escuchar profiriendo el grito que le grabó en la historia del cine. Mucho ha llovido desde 1932, cuando se estrenó en la gran pantalla la primera versión sonora de Tarzán de los monos: las audiencias se han vuelto más exigentes, y las productoras buscan ahora la verosimilitud en las historias inverosímiles. El nuevo Tarzán no lleva puesto un ridículo taparrabos; tampoco tiene la cara de Johnny Weissmüller, y su cuerpo se asemeja más al de un superhéroe de Marvel o DC que al del nadador olímpico de principios de siglo; su grito es gutural, más profundo, y solo resuena un par de veces, y parece haber abandonado esa extraña obsesión de desgañitarse mientras se balancea entre liana y liana: ahora, si oyes su grito, es que el asilvestrado lord Greystoke está muy enfadado.

La leyenda de Tarzán, nombre bajo el que se estrena la nueva versión del famoso personaje de Edgar Rice Burroughs, acierta en más de una ocasión. Una de ellas es la actualización del personaje: eliminar lo caricaturesco, potenciar la veracidad, abrazar mínimamente el realismo. Esto se traslada también a la moral y a la visión del mundo que tiene la propia historia: una versión del mundo anticolonialista, antiesclavista, menos machista y profundamente animalista.

No obstante, esta nueva película sobre el hombre de los monos no puede evitar acercarse por momentos a la comedia involuntaria, como cuando el susodicho informa a Jane de sus ganas de sexo con la llamada de apareamiento de varios animales, o cuando pocas horas después de llegar a la sabana congolesa se acerca a tres leones y los acaricia con la cabeza mientras Jane informa a la audiencia de que “les conoce desde que eran cachorros”. No hay que malinterpretar esto como una horrorosa salida de tono; al contrario: son momentos como este los que hacen de la película un blockbuster llevadero y, por momentos, entretenido.

Los fallos de la película van mucho más allá de unas cuantas risas fuera de lugar. David Yates y sus guionistas Stuart Beattie, Craig Brewer, John Collee y Adam Cozad intentan llevar la película a un terreno épico al que nunca llega, confirmando el carácter efímero de la cinta. El guion a ocho manos tampoco evita la sobresexualización de los dos protagonistas, con ese Tarzán con más abdominales que talento interpretativo y, sobre todo, con Jane, que pese a intentar ser escrito como un personaje combativo e independiente no deja nunca de ser una damisela en apuros a la que Tarzán debe rescatar. También en el ángulo visual se encadena error tras error, con una planificación de escenas de acción mediocre, emborronada y acelerada, a la que no ayudan los animales de flagrante CGI, que sí convencen en planos cortos y pausados pero que en movimiento parecen manchas de píxeles borrosas. Las actuaciones se distribuyen en todo el espectro de calidad, desde la desesperada sobreactuación de Christoph Waltz hasta la impasividad de Skarsgard, pasando por un convincente Samuel L. Jackson.

En verano, el cine es esto. Evasión pura. Entrar dos horas en una gran sala con aire acondicionado, ponerse ciego a palomitas y beber el tamaño XXL de bebida fría. El cine de verano no nos tiene que cambiar la vida. Y si les llevan a rastras al cine, La leyenda de Tarzán, pese a sus fallos, no es lo peor que les podría pasar.

 

LO MEJOR:

  • Los momentos de comedia involuntaria.
  • Samuel L. Jackson.
  • La primera secuencia de la película.

LO PEOR:

  • La actuación de Christoph Waltz.
  • El flagrante CGI de la fauna que aparece en la película.
  • La dirección de las secuencias de acción.

 

Pol Llongueras

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