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LA CORRESPONDENCIA

Puede parecer una buena idea juntar a un actor consagrado y con un Oscar debajo del brazo como es Jeremy Irons, al director Giuseppe Tornatore (de la magistral Cinema Paradiso) e incluso contar con la música de Ennio Morricone. Queridos, ni la banda sonora ni ninguno de los factores expuestos pueden salvar la ecuación que, en este caso, sería La correspondencia. Una auténtica pena y desperdicio de talento.

En varios momentos de la película el personaje de Jeremy Irons llama cariñosamente a su amada Olga Kurylenko «kamikaze». Y realmente no se podría optar por una mejor palabra para la descripción de La correspondencia: es un auténtico kamikaze en cuanto va avanzando la película.

La correspondencia nos plantea una historia interesante (aunque no innovadora precisamente). El amor más allá de la muerte; el hecho de que, a pesar de que el código civil reza que la personalidad civil de las personas se extingue tras la muerte de estas, no es suficiente imperativo legal para impedir que el amor siga estando latente. Este planteamiento ya había aparecido en la película Postdata: Te quiero, cinta que funcionó bastante bien, sobre todo entre el público más joven. Su tono fresco, por momentos desenfadado y con amor de la era de Crepúsculo fue eficaz a pesar de que no será recordada por nada en especial. El director de esta era muy consciente de a qué público se dirigía y en qué campo se estaba moviendo. Con La correspondencia parece ser que la dirección ha resultado fallida. No es una película para teenagers. Ni siquiera para un público adulto. Se ha quedado en tierra de nadie, un pecado casi mortal para una película.

Jeremy Irons es un gran actor, de eso no cabe la menor duda. Sin embargo, un actor debe ser bien dirigido por un director y encontrarse en la película adecuada. Es difícil que un buen actor salve una película cuando todo lo demás no funciona. Jeremy Irons hace un papel correcto, algo forzado, pero sinceramente, poca escapatoria tiene su interpretación ante la ejecución de la película. Olga Kurylenko se esfuerza en hacer un papel muy emotivo y realmente logra una buena interpretación. El problema no es la actuación de los actores en sí, sino su absoluta falta de credibilidad hacia el amor que se profesan, y, como consecuencia de ello, la carencia de emotividad. El filme comienza con ambos protagonistas en la habitación de un hotel. En esa supuesta escena de pasión entre los dos no existe ningún tipo de química, y el espectador espera que se dé algún que otro encuentro entre los personajes que justifique ese gran amor que se trata de proclamar a los cuatro vientos durante toda la película. Los personajes mantienen una relación a distancia, pero hubiera ayudado mucho crear esa química mediante el uso de flashbacks para poder sentir ese amor sin límites entre Jeremy y Olga.

La película va avanzando y cada vez se hace más pesado seguirla: constantes correos, paquetes sorpresa (sin una real sorpresa) y una trama plana y carente de interés. Aparte de este hilo argumental, también se cuenta la historia traumática del personaje de Olga Kurylenko, una historia que no aporta nada a la trama y de la que se podría haber prescindido perfectamente.

Hay que alabar la fotografía y unos bellísimos paisajes que intentan transmitir nostalgia y esperanza. Lástima que se quede en eso, en un mero intento. La película resulta lenta, le falta ritmo y ni siquiera los correos sorpresa que recibe la protagonista consiguen revivir esta película en ningún momento. No logra captar la atención del espectador, y, si lo consiguiera en algún momento, caería en saco roto, ya que el ritmo lento y soporífero de la cinta no da lugar a ningún tipo de sorpresa argumentativa o giro final. Ya se ha advertido: ni el mismísimo Morricone salva esta cinta.

 

LO MEJOR:

  • Su banda sonora y sus paisajes oníricos.

LO PEOR:

  • Su ritmo lento y soporífero.
  • La subtrama de Olga Kurylenko.
  • La falta de química entre los protagonistas.

 

Gabriela Rubio

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Abogada defensora de las causas perdidas que nunca ha dejado de soñar. El cine ha sido mi fiel compañero desde que tengo uso de razón, así que toca devolverle todo lo que me ha dado durante todos estos años. Ya no vale ser mera espectadora desde la butaca, ha llegado el momento de actuar, de ir más allá. Ya era hora, ¿no? Luces, cámara y acción.