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HIGH-RISE

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Si acabamos con el orden, no nos queda más que la barbarie. Pero ¿quién dice que la barbarie no es nuestro entorno natural, aquel en que el ser humano está destinado a vivir? La nueva propuesta del cineasta inglés Ben Wheatley, High-Rise, adaptación de la novela de 1975 de J. G. Ballard del mismo nombre, parece responder a esta pregunta con una alocada e histérica alegoría de la sociedad moderna recreada en un rascacielos de cuarenta pisos, cuyos habitantes pasarán por todos los estados anímicos posibles, en una espiral hacia la psicosis colectiva. De la comedia al drama, del drama al terror, del terror al discurso político, High-Rise se revela como una gran fiesta de San Juan en cuya hoguera arden los cimientos de una sociedad distópica que, pese a la superpoblación de patillas, resulta preocupantemente atemporal.

Nuestro protagonista, un siempre elegante y sutil Tom Hiddleston, se mimetiza poco a poco con la destrucción arquitectónica y social de su nuevo hogar. Ese es el primer plano de lectura de una obra compleja y profundamente estimulante: las distintas reacciones del individuo ante el fracaso de la sociedad. Porque mientras este sobrevive y se adapta al desmoronamiento global de la ética, el personaje de Luke Evans (que, sorprendentemente, irrumpe en la película con la agresividad escénica de los grandes actores), apellidado Wilder (literalmente, más salvaje), lidera una cruzada para acabar con los pocos restos que quedan de esta, y Jeremy Irons se encasilla en defender desde la misma corona del microcosmos social un sistema ya caído. El espectador puede considerar locos a unos personajes que se adaptan con una naturalidad inusual al grotesco ritmo de fiestas, descontrol, violaciones y suciedad en que se convierte el edificio del título, pero la realidad es absolutamente distinta: no es el individuo el que ha enloquecido, es el conjunto del sistema.

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Y ahí precisamente se encuentra el segundo nivel de lectura: esta inclasificable obra del director de A field in England nos evoca irremediablemente a la reciente Snowpiercer (Rompenieves), del surcoreano Bong Joon-ho, en cuestiones de pura temática. En ambas se busca recrear una sociedad moderna organizada en estratos sociales (una vertical, otra horizontal); en ambas se prosigue a su rotura, y en ambas la conclusión parece ser la misma: la pérdida absoluta de todo valor ético es inevitable cuando se recluye a un grupo de seres humanos en un espacio reducido, que sufre una involución hacia una forma de cohabitación social mucho más primitiva y sádica. Eso sí: pese a sus semejanzas, la sensación con la que el espectador se aleja de la sala de cine tras el visionado de ambas es diametralmente opuesta. Mientras la obra más comercial de Joon-ho interpreta la rotura de los estamentos sociales como una oportunidad de redención para la humanidad, la visión de Wheatley es oscura y realista, considerando la sociedad como un entorno hostil, cercano a la jungla. Con una lucidez aterradora, el director se apropia del espacio y convierte el edificio en un personaje más, que manipula sin cesar el destino de los seres vivos que habitan en sus entrañas, y descubre su verdadera naturaleza corrupta y malvada.

Ben Wheatley posee, como ha demostrado en sus últimas dos películas, Turistas y A field in England, y como demuestra en este estreno tardío de High-Rise, un sentido del ritmo, una capacidad para la dirección de actores y una propensión a los discursos de doble lectura inusuales, maravillosas e incluso por momentos brillantes. La extrañeza de esta su última obra, y la capacidad que tiene para cambiar el estado de ánimo del espectador, le hacen parecer por momentos un alumno aventajado de David Cronenberg, retándonos a desentrañarlo, luchando como un animal acorralado para que no lo consigamos. ¡No se la pierdan!

 

LO MEJOR:

  • Las actuaciones de Luke Evans y Tom Hiddleston.
  • La banda sonora de Clint Mansell.
  • El baile perfectamente coordinado de géneros que consigue Wheatley.

 

LO PEOR:

  • La segunda hora de la película peca de ligera reiteración.

 

Pol Llongueras

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