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ESPECIAL QUENTIN TARANTINO: JACKIE BROWN

My ass may be dumb, but I ain’t no dumbass.

(Puede que mi culo esté tonto, pero no soy tonto del culo.)

Ordell Robbie, Jackie Brown

Jackie Brown es la tercera película de Quentin Tarantino, que con tan solo dos obras ya había marcado toda una generación gracias a su destacado estilo visual y narrativo. Y tras aquellos bestiales éxitos que fueron Reservoir Dogs y Pulp Fiction, decidió cambiarlo. Probablemente estamos ante el punto discordante de su filmografía, la obra menos recordada por la mayoría del público y de menor estima para sus más fieles seguidores. Esto se debe a que Jackie Brown es la película menos tarantiniana de Tarantino; pero no nos precipitemos a vapulearla, pues sigue siendo una película estupenda.

Empecemos por el principio. Si hay un motivo principal para que su tercera película sea la más alejada de su estilo habitual es que es la única que no parte de su propio material original. Jackie Brown es una adaptación de Rum Punch, una novela del legendario Elmore Leonard, reconocido escritor de historias policiacas (aunque empezó escribiendo wésterns) que ha sido adaptado al cine en numerosas ocasiones. Partir de una obra ajena y respetada obligó a Tarantino a bajarse de ese pilar llamado ego que le impide considerar cualquier idea como algo excesivo, y quedó por tanto bajo las órdenes de un texto mucho más lineal y común de lo que nos tenía acostumbrados.

Jackie Brown es la historia de una azafata de vuelo que trabaja para una compañía de (muy) bajo coste, y complementa su sueldo trabajando para un mafioso que vende armas. Su trabajo es simple: saca parte del dinero que su jefe tiene en México y lo lleva a Estados Unidos de contrabando. Todo va bien hasta que interviene el FBI, con quien decide hacer un pacto: conseguirá pruebas para incriminar al mafioso a cambio de no entrar en prisión. Lo que en un principio puede parecer una historia común se acaba convirtiendo en un thriller donde todos los personajes juegan a dos bandas, llegando a hacer la trama mucho más compleja de lo que podríamos esperar en un principio. De esta forma, sin necesidad de flashbacks ni cambios temporales, Tarantino le otorga a la película una personalidad propia y muy marcada por el desarrollo de los personajes.

Todos parecen estar en horas bajas, como si hubieran vivido sus mejores años y ahora ya no les quedarán demasiadas esperanzas. Los personajes están tan bien escritos que no es descabellado resaltar el reparto de Jackie Brown como uno de los mejores que vimos en los 90. Pam Grier y Robert Forster viven un inesperado y tierno romance mientras interpretan a dos personas que se sienten cansadas de no haber conseguido nada tras años de trabajo. Y por otro lado están Robert de Niro, silencioso y sorprendentemente divertido, y Samuel L. Jackson, que ofrece una de las mejores actuaciones de su carrera. Jackson se lleva los diálogos clásicos de Tarantino, ágiles y llenos de palabrotas, y los complementa con una gestualidad (corporal y facial) que se tambalea entre el terror y la hilaridad. Una interpretación magistral que le regalo una nominación a los Globos de Oro y el premio a Mejor actor en el Festival Berlín.

Jackie Brown en El Palomitrón

Como hemos dicho, la tercera película de Tarantino es distinta. La violencia está mucho más contenida, los diálogos manejan otro compás y se nota la ausencia del ritmo vertiginoso que suele tomar en el montaje en algún momento de todas sus películas. Pero Jackie Brown solo la podía haber rodado él, con su perfecto dominio de la tensión, su elección de colores y canciones… además de esa obsesión por los detalles que aquí ayudan a crear una ambientación impresionante.

Es posible que nos hayamos equivocado con Quentin Tarantino. Quizá esta no sea su película menos tarantiniana, sino la única que de verdad le salió del corazón. Con menos violencia explícita y más carga sentimental, con una visión que muestra a los criminales casi con dulzura. Puede que las locuras como Django y Malditos bastardos sean una fachada. Puede que Tarantino sea, al fin y al cabo, un romántico más.

Ignasi Muñoz

 

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