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ESPECIAL HAYAO MIYAZAKI: PORCO ROSSO

«Prefiero ser un cerdo a un fascista».

Porco, Porco Rosso

En El Palomitrón nos gusta la animación, nos gusta Studio Ghibli y nos encanta Hayao Miyazaki. Por eso, en pleno verano seguimos celebrando la noticia que nos llegó el pasado febrero, cuando se anunció que el maestro de la animación japonesa volvería para dirigir otra película pese a sus problemas de visión. Se espera que esa misteriosa película llegue antes de los Juegos Olímpicos de Tokio, en 2020, lo que significa una espera de casi tres años. Y el mejor plan para sobrellevar la espera es revisar su filmografía, como estamos haciendo, de forma cronológica.

Justo antes de firmar su gran obra maestra con La princesa Mononoke y después de dirigir la infravalorada Nicky, la aprendiz de bruja, Miyazaki nos hizo sobrevolar el cielo italiano con Porco Rosso. Aunque en nuestro país no llegó hasta dos años después, el 18 de julio del 92 se estrenó en Japón una película sobre un cerdo volador. Y solo Hayao podía conseguir hacerlo con una naturalidad increíble.

Es común ver en la filmografía del autor personajes extraños, monstruos diversos y criaturas que se alejan de cualquier normalidad. En la mayoría de sus historias esos seres resultan sorprendentes, tanto para el espectador como para los propios personajes, siendo el ejemplo más obvio Chihiro, que se enfrenta a un mundo nuevo y extraño para ella. No es el caso de Porco Rosso, que nos presenta con completa naturalidad a un piloto bajo un hechizo que le convirtió en cerdo. Ni los personajes ni los espectadores consideran extraño que ese cerdo sea respetado e incluso deseado por hombres y mujeres. La curiosa forma de desarrollar el personaje que usa Miyazaki hace que no le demos importancia al hecho de que sea un cerdo volador, convirtiendo su hechizo prácticamente en una curiosidad en la trama. Una anécdota sin más. Como si nos dijera: “Sí, es un cerdo, pero hablemos de otra cosa”.

Pues hablemos de otra cosa: Porco Rosso fue concebida en un principio como cortometraje, bajo la idea de mostrarse en los vuelos de la compañía Japan Airlines. Cuando Hayao decidió convertirla en una película, la aerolínea se convirtió en uno de los productores, una decisión más que acertada viendo el éxito que Porco traería. Y es que esta es, junto a El viento se levanta, la mayor carta de amor de Miyazaki hacia la aviación, su segunda gran pasión. La película está plagada de grandes secuencias de vuelo. Vemos a Porco fanfarronear, combatir o tan solo disfrutar de ser piloto, y no tarda en contagiarse esa pasión por el cielo que transmite a cada fotograma. Parte de esa sensación se debe a los espectaculares cielos que dibujaron en Ghibli, llenos de atardeceres y nubes hermosísimas. Por cierto, los hidroaviones de Porco y su rival Donald Curtis son fieles recreaciones de aviones reales.

Igual de real es la situación política que se vive en la película, situada en el periodo de entreguerras con una Italia dictatorial bajo el puño de Benito Mussolini. Aparte de para criticar el fascismo de forma evidente, este periodo le sirve a Miyazaki para tratar uno de sus pilares temáticos más recurrentes, el antibelicismo. Las mujeres de la película renuncian a la violencia a toda costa, repugnadas por una guerra que se llevó demasiadas cosas a su alrededor, y Porco sigue en una línea similar, evitando disparar más que como aviso o amenaza. No es casualidad que Fio, el personaje que detiene más momentos violentos en la película, retire la ametralladora para encontrar un hueco donde situarse ella en el avión.

Así es como el feminismo se convierte en otro de los temas de la película, señalando a Porco como la principal evolución hacia la perspectiva correcta. «Es asombroso, no hay ningún hombre», dice el cerdo al ver una multitud de mujeres trabajando en su hidroavión. Esa sorpresa inicial va tornándose en normalidad mientras que avanza su especial relación con la joven mecánica, que le demuestra que las mujeres pueden realizar el mismo trabajo que cualquier hombre.

Porco Rosso tiene infinidad de virtudes para dejar de ser considerada una de las obras menores de Miyazaki. Su simpleza le otorga un encanto único, creando una película increíblemente natural y hermosa. Todos sus personajes, desde Porco hasta los mercenarios, resultan verdaderamente simpáticos y divertidos. Además, está plagada de diálogos para el recuerdo, de escenas de acción fascinantes y de paisajes bellísimos. En definitiva, una película para hacernos volar.

Ignasi Muñoz

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