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CRÍTICAS

EL OTRO CINE: COME, DUERME, MUERE

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Del mismo origen del modélico estado de bienestar, ése que desde Europa se reivindicaba (hasta hace poco) como seña de identidad y que nos ha permitido vivir como en ningún momento de la historia de la humanidad, llega la ópera prima de GABRIELA PICHLER, “COME, DUERME, MUERE”.

 

La directora sueca, de padre austriaco y madre bosnia, relata la historia de Rasa (NERMINA LUKAC) de origen montenegrino que vive con su padre (MILAN DRAGISIC) en un pueblo de Suecia. Desde los dieciséis años Rasa ha trabajado duro para ayudar a su padre a mantener su pequeño hogar. Lo hace con la energía del que ha aprendido temprano la lección vital que le corresponde: para comer y tener un hogar hay que trabajar, único objetivo de vidas que se han ido reduciendo y estrechando en la misma medida que la economía ha ido imponiendo sus despiadadas leyes. Y eso es lo que ocurre en la fábrica de envasado de verduras en la que trabaja Rasa; los números imponen su ley, para optimizar hay que reducir personal y ella será otra víctima de la optimización.

 

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Pero su temperamento luchador, su fuerte carácter y desparpajos no le permiten detenerse en lamentos. Con una interpretación sobrecogedora y apabullante NERMINA LUKAC construye un personaje real a través del que observamos las diferencias culturales de los distintos grupos, sus enfrentamientos y su aceptación, tema bien conocido por su directora por sus orígenes multiculturales. Todo eso de una forma sutil y carente de enjuiciamientos. Es la realidad que se endurece cuando las condiciones de vida se endurecen.

 

De forma paralela nos muestra, a través de escenas cotidianas, la fantástica relación de Rasa con su padre, de una intimidad y complicidad emotiva; y con el resto de compañeros y amigos, donde la solidaridad, el respeto y la alegría hacen que el día a día se llene de sentimientos que son el único sentido real de la existencia. Porque son esas pequeñas cosas las que hacen que la vida no sea sólo comer y dormir hasta morir. Especialmente emotivo es el momento en que, sin apenas oírse por el ruido de las máquinas de la fábrica, cada uno canta canciones de su tierra ante el respeto y la admiración de los demás, que sin entender, comprenden.

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El nuevo dios del siglo XXI, el trabajo, se presenta como ese bien escaso y necesario que acaba convirtiéndose en vehículo de esclavitud. La impotencia de los sindicatos, la angustia de la incertidumbre ante un posible despido y una espera incierta hasta conseguir un nuevo trabajo que cada vez es más difícil conseguir, están retratados en los rostros de sus protagonistas. Es un nuevo mundo en el que las fábricas europeas cuentan con la irrefutable baza de la amenaza del cierre y la deslocalización, armas “incombatibles” gracias a la vendida complicidad estatal. Su presencia parece ser un regalo que anula cualquier respuesta laboral, que poco a poco rebaja unas condiciones que antes eran orgullo de la lucha por la desigualdad. Efecto perverso del capitalismo imperialista globalizador. Y todo esto ni más ni menos que en Suecia.

 

GABRIELA PICHLER nos ofrece otra mirada milimétrica a ese mundo de la nueva realidad europea donde cada drama se repite hasta al infinito para dejar de tener importancia individual  y convertirse en un mal colectivo más fácil de digerir. No pretende dar una explicación ni hacer una condena. Nos lo muestra desde una visión de corto alcance pero por ello más humana y real en la que sólo cabe adaptarse y seguir luchando, porque hay que comer y así conseguir llegar hasta el final.

 

LO MEJOR:

  • La interpretación de su protagonista, GABRIELA PICHLER, que construye un personaje fuerte y carismático reflejo de adaptación y lucha desde la vitalidad
  • La temática social de denuncia de la nueva situación laboral de millones de trabajadores europeos ante la crisis económica
  • Ofrece una visión general a través de un ejemplo individual, en la línea de las últimas aportaciones del cine europeo

LO PEOR:

  • Algunas aportaciones sobre la problemática de la convivencia intercultural pasan desapercibidas y no se desarrollan lo suficiente

 

 

Marina Calvo

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