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EDITORIAL: BALANCE 63ª EDICIÓN DEL FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

 

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La presencia de los festivales de cine en nuestro país poco a poco ha ido en aumento. Del mismo modo que hace unos años, escasos eventos de este tipo parecían tener esa innata capacidad para sobresalir por encima de otros espectáculos dedicados enteramente al séptimo arte, la forma en que se han ido gestionando ha supuesto un cierto despunte a la hora de encontrar diversas opciones con las que saciar las ansias cinéfilas del público. La influencia de estos resulta notable, no solo por el empujón que, en muchos casos, ha significado para la carrera de diversos actores y directores (y, por qué no, para cualquier profesional del cine que se precie), sino por la oportunidad que brindan al acercar al espectador cierto tipo de largometrajes que parecen condenados a no encontrar, en ocasiones, el sitio que les corresponde en nuestra cartelera.

Una vez concluido el FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN, se antoja necesario reflexionar en cierta medida sobre lo que supone una cita de este calibre como es el caso que nos ocupa. En este 2015, se ha celebrado la 63ª edición, lo que implica que difícilmente se puede negar la influencia que este evento ha tenido en la creación de otros festivales de nuestro país, atendiendo quizá a una larga trayectoria que se ha mantenido sin interrupciones desde el año de su creación o, simplemente, al crecimiento exponencial al que este se ha visto sometido durante décadas. La asistencia de profesionales de renombre, el escaparate que supone para muchos de ellos y, sobre todo, la proyección en las grandes pantallas de San Sebastián de largometrajes que han devuelto al cine ese carácter inquieto que, en ciertas ocasiones, parecía hallarse desparecido, ha supuesto, sin duda, una razón más para no apartar la vista de una de las exhibiciones más esperadas y significativas del año.

Del modo en que ocurre en cada celebración, resulta imposible pasar por alto ciertos detalles que refuerzan los motivos para prestar atención a lo que ha ocurrido en el norte de nuestro país en los últimos diez días. Uno de ellos, con toda certeza, ha sido la alta presencia de largometrajes nacidos en nuestras fronteras (o, como ha ocurrido en algún caso concreto, concebidos por cineastas españoles) y que han despertado, en gran medida, el interés creado en torno al festival que nos ocupa. Esto supone una buena noticia para nuestro cine, aquel que no hace tanto tiempo como pueda parecer se hallaba en una encrucijada en la que se mezclaban la cuestionable calidad de ciertas cintas con la incipiente y dura crisis económica que en su día azotó de forma despiadada a todo aquello que giraba en torno a la cultura y, en este caso concreto, a la cinematografía patria. De este modo, el regreso a la gran pantalla de ALEJANDRO AMENÁBAR abría el festival con REGRESIÓN que, a pesar de que su estreno en todo el país era inminente, fue motivo suficiente para que se crearan eternas colas de espectadores que no querían perder la oportunidad de ser testigos de una las reapariciones más esperadas del último año.

 

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El avivado interés por los filmes españoles no quedó en un única y especial anécdota, sino que se repitió de forma prácticamente constante durante los días en los que se sucedía el festival. Es importante hacer un hincapié en dos largometrajes concretos que, con toda probabilidad, darán que hablar en el futuro y serán un motivo más para no olvidar que el cine que crean nuestros cineastas no es sino un ejemplo de calidad perseverante. Así, TRUMAN y LA NOVIA suponen un reducto de genialidad que, a pesar de las (grandes) diferencias temáticas y de tono que se encuentran entre una y otra, nos hacen recordar que el cine español no merece ser pasado por alto en ningún momento y que los infames estigmas a los que en el pasado se vio sometido no deben repetirse en el futuro. La importancia de la creación propia, en cierta medida, reside en el valor que se recibe del público que lo consume, de las impresiones que se producen tras el visionado de una película de producción natal y estas, de forma totalmente general, resultaron marcadas por un patrón que poco a poco se ha ido desgarrando para dar lugar a una forma nueva de concebir las historias, a un modo de encontrar nuevos sentidos que hagan, finalmente, disfrutar a un público tan exigente como debe serlo.

Por otro lado, y de forma totalmente notable, la presencia internacional no solo ha dado al FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN una muy buena excusa para despertar ese interés que se proyecta fuera de nuestras fronteras, sino que ha supuesto contar con largometrajes que no han dado un momento de tregua al espectador. Con la pluralidad de temas que caracteriza a cualquier festival cinematográfico que se precie, la inclusión de una película de animación japonesa, THE BOY AND THE BEAST, por primera vez en la Sección Oficial supone una necesaria apertura de miras para que nuevas producciones, del tipo que sean, encuentren una buena oportunidad de exhibición en ediciones posteriores. Del mismo modo, largometrajes que contaban a sus espaldas con unas expectativas que iban acrecentándose según se acercaba el momento de la proyección, pronto desinflaron al espectador que se encontró finalmente decepcionado. Es, quizá y de forma totalmente general, el caso de producciones como HIGH-RISE o FREEHELD, entre otras, esta última marcada por un carácter televisivo que no desapareció por mucho que la interpretaciones protagonistas resultasen soberbias. Sin embargo, y sin motivos para restar justicia a aquellas cintas que realmente han despertado largos aplausos entre el público, el resto de las secciones han contado con verdaderas maravillas cinematográficas que difícilmente podrán pasarse por alto en el momento de su estreno. Así, MOUNTAINS MAY DEPART,  ME AND EARL AND THE DYING GIRL, SON OF SAUL, EL CLAN o SPARROWS son, sin duda, obras que no dejarán indiferente a aquel espectador ávido de nuevas formas de dar forma al cine.

Si existe un claro indicador de éxito, este no proviene únicamente de la amplia cobertura de la prensa en términos generales, sino de la alta presencia de público ajeno al festival que, obviando el elevado precio de las entradas puestas a la venta, se agolpaba con la única intención de lograr encontrar un buen lugar para disfrutar de cualquier película que se proyectase. Con mayor o menor fortuna, estos espectadores encontraban así la oportunidad de visionar un largometraje que, en la mayoría de los casos, no tiene todavía fecha de estreno concreta en nuestras salas. Esto supone, por otra parte, un motivo más para no desperdiciar la oportunidad de asistir a cualquier festival cinematográfico y, sobre todo, para no desaprovechar las ocasiones en las que el cine cobra total protagonismo.

 

 

Sheyla López

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