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DUNE

Dune en el Espacial David Lynch de El Palomitrón

I must not fear. Fear is the mind-killer. Fear is the little-death that brings total obliteration. I will face my fear. I will permit it to pass over me and through me. And when my fear is gone I will turn and face fears path, and only I will rema

(No tendré miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Dejaré que pase por mí y a través de mí; y cuando gire mi ojo interior para escrutar su camino, estaré solo yo. Mi miedo habrá desaparecido)

Paul Atreides, Dune

Si Peter Jackson no hubiese llevado a cabo la formidable adaptación cinematográfica de El señor de los anillos, hoy en día seguiríamos defendiendo a capa y espada que existen novelas imposibles de trasladar a la gran pantalla. Y si David Lynch no hubiese aceptado el reto de dirigir Dune, esta novela publicada en 1965 por Frank Herbet figuraría con total seguridad en el Top 10 de proyectos malditos de Hollywood. Con su estreno en 1984, lo que sí es fácil es toparse con Dune en las listas que recogen las adaptaciones literarias a la gran pantalla más fallidas.

Para acercarnos a la primera cinta rodada en color por David Lynch, uno de los filmes más interesantes de la ciencia ficción ochentera, es necesario tener en cuenta su génesis, un auténtico infierno que terminó de moldear el espíritu independiente de David Lynch, que tras esta experiencia se alejaría por completo del sistema de producción de los grandes estudios.

Tras un fallido proyecto de adaptación liderado por el director chileno Alejandro Jorodowsky, que logró involucrar a una impresionante (y ecléctica) galería de pesos pesados del arte y la música: Moebius y H.R. Giger (cuyos conceptos de diseño fueron años más tarde aplicados por el tándem Moebius-Giger en Alien), Orson Welles, Salvador Dalí, Mick Jagger, y el grupo Pink Floyd entre otros; y que en su concepción comprendía 14 horas de metraje. Años más tarde, en 1976, los derechos de la novela llegaron a manos de Dino de Laurentis, que tras un intento de sacar adelante la película con Ridley Scott, director que al ver la envergadura que cogían las cosas prefirió quitarse de en medio y ponerse manos a la obra (menos mal) con Blade Runner, acabó por enrolar a David Lynch, que por su parte rechazó las tentativas de George Lucas para que dirigiese El retorno del jedi para aceptar el reto. ¿Se atreve algún valiente a pensar qué hubiera sido de la tercera entrega de Star wars si la hubiese dirigido Lynch? La historia del cine la forjan las decisiones, y la de plasmar en imágenes una de las catedrales de la literatura de ciencia ficción se tradujo en una de las producciones más complicadas y aparatosas de la historia del cine, apodada por muchos «la puerta del cielo de la ciencia ficción», en una comparación con la cinta que dirigió en 1980 Michael Cimino, y que llevó a la bancarrota a United Artists.

Porque hablamos de tres años y medio de dedicación por parte de David Lynch, de 80 sets de rodaje, 16 departamentos de sonido, 1700 técnicos involucrados, y un festival de inclemencias y problemas de producción, especialmente durante el su rodaje en el desierto de México. Todo ello se tradujo en una primera versión bruta de ocho horas que el propio Lynch redujo a 5 horas. Las presiones por parte de los productores para editarla aún más, hasta los 137 minutos que comprendían el montaje inicial que llegó a las salas, y las posteriores versiones de las que siempre ha renegado por activa y por pasiva David Lynch, terminaron por convertir Dune en el único largometraje que el director lamenta haber rodado de toda su filmografía.

 

La adaptación de la novela de Frank Herbert no es ni de lejos una película redonda, pero tampoco debe asumirse como un descalabro total. El principal problema es el material del que parte, porque Herbert creó un vastísimo universo de estructura feudal con un extensa galería de linajes, cofradías y corporaciones. Si la novela en sí no es apta para lectores perezosos, la tarea de adaptarla al cine, con los recursos de finales de los setenta, bien podría ser considerada una proeza, o una locura, en el concepto más amplio del término. Retos que solo pueden asumir directores visionarios, verdaderos directores autores, como es el caso de David Lynch.

Dune en el Palomitrón

La película que llegó finalmente a las salas en un filme muy adulto en su concepto, y pese a adolecer de un montaje muy flojito que lastra el ritmo de la cinta, consigue crecer en la mente del espectador con cada visionado gracias a su carácter reflexivo. La preocupación del director por todo lo concerniente a la mente del ser humano asoma en Dune cobrando un gran protagonismo, al igual que el destino y su peso decisivo en la historia del héroe. Realidad e ilusión, aspiraciones y ambiciones… todo está en la mente del ser humano, que debe aprender a gestionar su naturaleza para leer el pasado, comprender su presente, y aceptar su futuro. Un viaje al autodescubrimiento espoleado por el juego de la política y las intrigas de poder, en el que su protagonista, Paul Atreides, deberá asumir su destino.

Datada de un sobrio y decadente empaque visual, Dune no renuncia al espectáculo cinematográfico, y en su diseño de producción cuenta con una de sus mejores bazas. Lástima que David Lynch sea un director que directamente se aburre filmando secuencias de acción, quizá lo más flojo de la cinta, porque Dune podría haber sido mucho más grande. En cualquier caso, se trata de un must para todos los amantes de la ciencia ficción y las epopeyas clásicas, y su visionado debe ser reposado y sin prisas para garantizar el pleno disfrute de la obra.

Y sin miedo, que aunque fue tachada de confusa por muchos críticos en su estreno (los pobres no sabían lo que se les vendría encima con el resto de la filmografía del director), vista hoy en día resulta bastante fácil entender su premisa seguir el hilo de la trama.

 

Alfonso Caro

2 COMENTARIOS

  1. NO.

    Vi ‘Dune’ recién leído el clásico de Frank Herbert y me pareció un descalabro de tales magnitudes que jamás se me ha ocurrido darle ni tan siquiera una segunda oportunidad.

    Su principal problema reside en que en el libro somos conscientes y entendemos la evolución psicológica de Paul Atreides, esa aspiración por ser el líder y vengarse de los Harkonnen, y en la película no hay absolutamente nada de eso. Simplemente es un despliegue de escenas, algunas incluso inconexas, con un objetivo con el que ni llegamos a entender porque no hemos empatizado con nadie (ni con Kyle MacLachlan, que ya es difícil).

    Por cierto, decir que «que aunque fue tachada de confusa por muchos críticos en su estreno (los pobres no sabían lo que se les vendría encima con el resto de la filmografía del director)» indica haber entendido muy poco del cine de Lynch. Así que lo siento pero no estoy de acuerdo con la crítica (salvo la parte referente a materia audiovisual, que ahí sí es impresionante).

    Saludos.

    • Buenas tardes Antonio!

      Lo primero gracias por comentar y compartir tu opinión. Personalmente creo que el mayor problema de esta cinta (o de cualquier proyecto que pretendiese adaptar el universo de Herbert al cine) es el recorte brutal que sufrió en la sala de montaje. Si además conoces su obra, es muy normal que rechaces esta cinta de Lynch, director que aún estaba por firmar sus trabajos más arriesgados y personales, sin el yugo de los grandes estudios detrás, como es el caso de Terciopelo azul, Carretera perdida, o la segunda temporada de Twin Peaks, si aprovechamos el inminente estreno de su esperada tercera temporada, entre otros trabajos.

      Ese comentario entre paréntesis no deja de ser una licencia personal un poco irónica que me permití incorporar al artículo.

      Muchas gracias por leernos, y por participar, Antonio!

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Alfonso Caro Sánchez (Mánager) Enamorado del cine y de la comunicación. Devorador de cine y firme defensor de este como vehículo de transmisión cultural, paraíso para la introspección e instrumento inmejorable para evadirse de la realidad. Poniendo un poco de orden en este tinglado.