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CRÍTICA: PHOENIX

 

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A menudo, los temas cinematográficos son tan recurrentes que con frecuencia terminan resultando anodinos, dando la sensación de que un acontecimiento, sea de la índole que sea, servirá para contextualizar cualquier historia, también sea del tipo que sea, sin importar el modo de tratarla o la intención básica que se tenga con ella. Si bien es cierto que algunos hechos de nuestra Historia son más dados a la adaptación cinematográfica que otros, la Segunda Guerra Mundial ha resultado ser uno de los marcos históricos más reiterados y más reconocidos por el público, ya sea por la facilidad que parece se tiene para llevar este suceso a la gran pantalla, por la fuerza que se desprende de un marco en el que se mezclan todo tipo de emociones o por la inherente relación que existe entre el drama y la guerra, dos aspectos absolutamente indisolubles que, en lo que a cinematografía se refiere, han dado lugar a infinidad de largometrajes brillantes centrados en estos dos aspectos.

 

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Sin embargo, en ciertas ocasiones, esta relación cinematográfica tan fructífera entre la guerra y el drama resulta un tanto tortuosa en el momento en el que se lleva a la gran pantalla. PHOENIX, dirigida por CHRISTIAN PETZOLD (BÁRBARA, YELLA), podría tratarse, en parte, de un ejemplo de este hecho. Sus intenciones dramáticas, la conquista del espectador a través de una trama que se desenvuelve en un entorno hostil que nace como consecuencia directa del fin de la guerra y la forma de intentar incomodar al público sin llegar a conseguirlo conforman un entramado cinematográfico que no logra los propósitos propios de este largometraje. La fuerza que se desprende desde el inicio de la película se va perdiendo a medida que esta avanza llegando, en ocasiones, a despistar de tal forma que aquel sentado en la butaca no sabrá realmente qué está pasando ante sus ojos. Esto es consecuencia de la reiteración de elementos condenados a repetirse varias veces, intentando que estos parezcan novedosos y, sin embargo, llevando al público al mismo lugar en el que se encontraban en un principio, preguntándose dónde queda la verosimilitud de un guion que apenas ofrece una credibilidad concreta. Esta apariencia de realidad es la que hace que el valor que PHOENIX prometía se vaya perdiendo poco a poco a través de la presentación de varias incorrecciones argumentales.

 

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No obstante, como contrapunto a una trama que en ocasiones resulta un tanto incoherente, se encuentra el retrato contextual de una Alemania que sumerge a una protagonista sobresaliente en una espiral de penurias que, por otro lado, nace de sus propias decisiones. NINA HOSS, en su sexta colaboración con el director CHRISTIAN PETZOLD, da vida así a una superviviente de un campo de concentración nazi, dotando a este personaje de un carácter que prácticamente traspasa la pantalla y de una empatía con el espectador totalmente necesaria para llevar a buen puerto un argumento que carece de los elementos necesarios para logar las expectativas propuestas. HOSS encarna de forma notable a un personaje que sostiene el peso de la trama sin desviar la atención del eje principal, destacando por encima del resto de componentes que conforman PHOENIX.

PHOENIX supone, de esta forma, el retrato de una mujer cuyo conflicto no reside en las consecuencias de la guerra sino que habita en el propio entono en el que debe vivir tras el final de esta. Sin embargo, y a pesar de las buenas intenciones, de la perfecta disposición contextual del espacio en el que se desarrolla la trama y de lo atrayente de un argumento que, en principio, parecía bien construido, el resultado final resulta un tanto disfrazado de melodrama, a pensar de la intensidad dramática que se desprende en ciertos momentos en los que parece enderezarse el guion. El simbolismo autoimpuesto por el propio largometraje sostiene, de esta forma, un resultado que, definitivamente, no es el esperado.

 

 

LO MEJOR:

  • La interpretación de NINA HOSS, un ejemplo del buen hacer cinematográfico.
  • La construcción de los espacios en los que se desarrolla el guion.
  • El final de la película. Un ejemplo de simbolismo inteligente.

LO PEOR:

  • El guion resulta inverosímil prácticamente desde el principio.
  • La credibilidad que se pretende encontrar con la historia se va perdiendo poco a poco según avanza el largometraje.

 

 

Sheyla López

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