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CRÍTICA: EL AMOR ES MÁS FUERTE QUE LAS BOMBAS

 

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El cine está dotado de múltiples significados e intenciones que despiertan sensaciones diversas en el espectador. Lejos de establecer una guía orquestada en los hechos reales (toda historia contada se basa en algo previo ya vivido por alguien en la realidad), la vida como tal es un aliciente para desarrollar un filme y convertirlo en un auténtico rompecabezas. Muchas son las películas que se meten de lleno en plasmar el desarrollo humano y exponer sus etapas de una forma metafísica. Sin embargo, para el consumidor estándar de la cultura cinematográfica se torna necesario el montaje común, lejos de intentar encandilar con imágenes sobrecargadas (e inconexas a priori) del Universo y sus rincones, lo que viene a ser rodar las escenas nutriéndose y valiéndose de lo que la propia vida te ofrece, sin caer en lo místico.

De esta forma tan humana de la que se habla comienza EL AMOR ES MÁS FUERTE QUE LAS BOMBAS, del director danés JOACHIM TRIER, en la que la mano de un recién nacido se agarra al dedo de su reciente joven padre inexperto como si se aferrase a todo lo que supone estar en este mundo. Y es que, estadísticamente, por cada dos nacimientos que se producen, fallece una persona. Curioso a la par que agobiante. La vida y la muerte están totalmente yuxtapuestas y, tras escenificar el origen de la vida, la película ofrece otra pieza del puzle que hay que saber encajar: enfrentarse al recuerdo que supuso la desaparición repentina de la cabeza de familia. Tres años después del fallecimiento de la fotógrafa de guerra Isabelle Reed (interpretada por una melancólica y, a su vez, fuerte ISABELLE HUPPERT), se presenta una exposición sobre su obra que unirá a sus hijos con su padre en el hogar familiar. Al frente del papel paterno se encuentra el veterano GABRIEL BYRNE (a quien se recordará por sus papeles en MUERTE ENTRE LAS FLORES o SOSPECHOSOS HABITUALES), que tendrá que hacer frente a la llegada de su primogénito y futuro padre, Jonah (JESSE EISENBERG), y al inconformismo de su hijo menor, Conrad (DEVIN DRUID). El papel de este último es crucial para la trama, pues está repleto de detalles que ejemplifican la adolescencia de alguien que no encuentra su camino, y es el arquetipo que define a los inadaptados que se encuentran lejos de la sociedad, pues parece ser que esta no tiene tiempo a la hora de pararse a mirarlo. En contraposición, su hermano mayor es lo que todo un padre ha deseado siempre. Regido por las estrictas enseñanzas americanas, Jonah parece tenerlo todo en la vida; sin embargo, cuando vuelve a unirse a su familia experimenta el caos y la añoranza, una aleatoriedad comprensible dada su edad.

 

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TRIER expone un argumento en el que, al principio, parece que no existe ningún problema, pero el recuerdo por la muerte de la madre abrirá brechas que no se pudieron cerrar en el pasado, volviendo vulnerables a todos los miembros familiares, donde reina la desconfianza, el miedo a enfrentarse unos a otros y lo arriesgado que supone el crecer y no ser consciente. El choque para el director consiste en cómo hacer frente al día a día a partir de visiones temporales opuestas por parte de los protagonistas y de cómo la naturaleza obliga a descansar el pensamiento pesimista desinhibiéndose a través del ser primigenio, explicando así la obcecación del joven Conrad por las animadoras, que dan saltos y volteretas como sinónimo de la libertad que él quiere experimentar, o el recuerdo que le trae a Jonah su exnovia, replanteándose su inicial y arraigada vida de padre y marido.

Todo ello viene hilado con las imágenes catastróficas intercaladas del trabajo de la fotógrafa, escenificando la crueldad y rabia más extrema a través de las fotografías de guerra y sus víctimas, algo que ofrece otra visión del estrés y sinsentido que choca frontalmente con la historia en cuestión. Unas imágenes que recalcan la obsesión con la que Isabelle vivía su trabajo y lo llevaba siempre cargado a sus espaldas, lo que tornará en un fatídico desenlace. Y es que el guion escrito por TRIER y su colaborador ESKIL VOGT se sustenta en el suicidio, una práctica común a la que nos tienen acostumbrados en sus trabajos anteriores: REPRISE (2006) y OSLO, 31 DE AGOSTO (2011).

 

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Aun así y con todo, JOACHIM TRIER es honesto y no defrauda a la hora de cerrar una historia completa, en la que cada personaje encontrará su sitio y dará un giro de ciento ochenta grados al recuerdo, siendo necesario previamente cambiar la mentalidad y sincerarse con el prójimo en un proceso de redención. De esta forma, el título de la cinta cobra sentido, y es que el amor, al final, adquirirá mayor peso, sobrellevando todo aquello que las bombas un día destruyeron.

 

 

LO MEJOR:

  • Las interpretaciones son el principal aliciente de la película, sobre todo están impecables en su papel ISABELLE HUPPERT y el joven DEVIN DRUID.
  • JOACHIM TRIER sabe lo que quiere contar y así lo plasma.
  • La fotografía, a cargo de JAKOB IHRE, es impecable. Recuerda a trabajos recientes como CALVARY (2014) o SPARROWS (2015), que dan veracidad del potente y enorme trabajo artístico al que nos estamos enfrentando últimamente en el cine.

LO PEOR:

  • El montaje puede resultar un poco confuso hasta llegar casi al desenlace, pues se pierden cosas por el camino.
  • Realmente EL AMOR ES MÁS FUERTE QUE LAS BOMBAS podría haber tenido mayor sentido si hubiese sido concebido en calidad de cortometraje, pues son muchas las escenas que se alargan y en las que el espectador tendrá tiempo para dedicarse a pensar en sus cosas debido al lento ritmo narrativo.
  • La trama personal del personaje interpretado por JESSE EISENBERG carece de relevancia, resultando en ciertos momentos inconexa con lo que se intenta contar.

 

 

Josué Castellano

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