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CRÍTICA: CALABRIA

 

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La mafia casi puede considerarse un tema estrella que alimenta el cine desde hace décadas. El retrato de hombres duros y, en ocasiones, incluso despiadados y ansiosos de lograr una venganza y un poder que suponía perder más de lo que podrían obtener en las más altas cotas del crimen, las historias de aquellos que defendían de manera casi enfermiza a la familia y a los pertenecientes a un grupo tan hermético como elegante, suponen prácticamente un género que dista de los filmes donde la violencia en una protagonista más. Sus inamovibles características apenas dejan lugar para la novedad dentro de una temática tan trillada como atrayente. Porque la dureza de las acciones, las consecuencias que se desgranan de una simple y casi insignificante ofensa que, fuera de un entorno tan tremendamente jerárquico, supondría una simple anécdota, han hecho del cine de corte mafioso una materia de la que se desprenden incontables películas, incontables horas dedicadas al conflicto organizado, al crimen elegante y la estrategia empresarial delictiva. Tantos son los ejemplos de largometrajes en los que el hilo conductor de la trama es el retrato de un organismo dedicado al crimen estructurado que prácticamente se ha convertido en objeto de controversia seguir perseverando en la búsqueda de la novedad temática, en la necesidad de seguir insistiendo para conseguir aportar algo que no suponga repetir una y otra vez unos cánones cinematográficos que, lejos de ofrecer cualquier atisbo de innovación por el que merezca la pena clavar la mirada en una pantalla grande, recuerdan inevitablemente a carismáticos hijos de la mafia que han servido de ejemplo en numerosas ocasiones.

 

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Pero, a pesar de la gran cantidad de copias del estilo de Tony Montana en EL PRECIO DEL PODER (BRIAN DE PALMA, 1983), de los intentos de recrear la genialidad nacida de EL PADRINO (FRANCIS FORD COPPOLA, 1972) o de la imitación de la caracterización amable de un hombre que porta un arma como Michael Sullivan en CAMINO A LA PERDICIÓN (SAM MENDES, 2002), quedan resquicios en los que la novedad y la sorpresa parecen tener siempre un hueco. Así, CALABRIA, dirigida con el director italiano FRANCESCO MUNZI (SAIMIR, IL RESTO DELLA NOTTE), cubre esa necesidad de frescura que parecía haberse perdido en un mar de trajes hechos a medida y hombres con los rostros cubiertos de cicatrices. Este largometraje supone la recuperación de un género que parecía condenado a volver siempre a un pasado marcado por la genialidad narrativa y la construcción de mundos desconocidos para el espectador, mundos violentos y carismáticos plagados de razones casi absurdas para abusar del poder.

CALABRIA, sin embargo, va mucho más allá del simple retrato del pasado cinematográfico. Su principal virtud nace de la disección de una familia condenada a la desgracia que se desprende de la necesidad de venganza del clan, una venganza que se antoja clara desde el inicio del largometraje y que va creciendo paulatinamente hasta recuperar la atención del espectador. La enfrentamiento que CALABRIA muestra no está tipificado en la importancia del respeto de una familia ni en las diferencias trágicas con otro clan diferente; la fuerza máxima de esta es la guerra en el interior, en su propio círculo, y las consecuencias devastadoras y totalmente inesperadas de este hecho.

 

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La ambición es, junto con las ansias de venganza y el crecimiento exponencial de unos hechos destinados a la controversia y la inesperada sorpresa, el elemento que más destaca en una trama que aumenta su intensidad a medida que la película cobra forma. Apenas deja tiempo para la relajación formal del argumento, aportando poco a poco pequeñas pinceladas de maravillosa narración que hacen de este largometraje un retrato casi verídico de una familia que no esconde el sentimiento intuitivo de la desgracia.

La tragedia en CALABRIA no matiza el durísimo y sucio retrato de una familia perteneciente a la llamada ‘Ndrangheta, una organización criminal con una trayectoria tan violenta como desconocida, pero que ha ido ganado fuerza desde hace unos años. Esta cruda imagen, reflejada en los rostros de unos intérpretes con los que el espectador casi puede empatizar en momentos de la película que parecen escaparse del control narrativo, está construida sobre una sólida base de realidad que, a pesar de distar de forma evidente del género documental, atrapa de manera inevitable con un tercer acto que no solo carga de fuerza la trama, sino que hace de este filme un ejemplo del buen hacer, de la renovación del estilo y de la importancia de recuperar los viejos hábitos cinematográficos adaptándolos a nuestro tiempo.

 

 

LO MEJOR

  • Las disputas familiares y la importancia narrativa que estas tienen.
  • La crudeza con la que se presenta el filme, obviando la sutileza de las formas.
  • La renovación de un género que parecía condenado a no volver a sorprender.

LO PEOR

  • La pérdida de ritmo en algunos momentos del largometraje.

 

 

Sheyla López

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