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BLADE RUNNER 2049

Blade Runner 2049 El Palomitrón

Hay que tener muy claro como punto de partida que solo la mera decisión de hacerse cargo de la secuela de un filme como Blade Runner ya es algo meritorio por derecho propio. Y hay que tener claro que más de un director consagrado y reconocido saldría corriendo ante tal propuesta. Atreverse a dirigir su secuela solo lo podría hacer un loco, o un genio visionario, y Denis Villeneuve tiene mucho de genio y muy poco de loco.

Lo que el canadiense ha presentado es (casi) una obra maestra que no solo respeta el espíritu de su original, sino que además amplía el universo concebido por Ridley Scott en 1982, y de eso hace ya 35 años. Deslumbrante y fascinante, Blade Runner 2049 supone el definitivo encumbramiento de Denis Villeneuve al Valhalla de los directores de nuestros días, y desde luego supone un entusiasta regalo para los sentidos del espectador.

Villeneuve apuesta por conferir a la película una personalidad nueva a la vez que respeta las señas de identidad de su primera parte, rebasando con naturalidad los límites de la obra de Scott en los campos del planteamiento y la reflexión. Blade Runner 2049 introduce nuevas consideraciones encaminadas a aniquilar barreras pendientes y culminar el viaje evolutivo (el revolucionario queda aún pendiente) que el clásico de Ridley Scott puso encima de la mesa, y construye así nuevo discurso que otorga a esta segunda parte una identidad propia. Una identidad cimentada en una lectura milagrosa de la vida, y en su inherente necesidad de abrirse paso y perpetuar las especies.

Blade Runner 2049 El Palomitrón

Con una factura visual impecable, y aquí no cabe lugar a la exageración, Blade Runner 2049 deja claro desde el primer fotograma que se mueve a otro nivel, en cotas reservadas a muy pocos títulos. Y lo hace muy bien, sin prisa y gestionando de manera ejemplar los tiempos de la narración para que el espectador pueda gozar de sus escenarios, saboreando con pausa las virtudes de su diseño de producción, apabullante y arrollador. Todo ello arropa un relato que no puede sortear la humanización progresiva de unos personajes cuyas fronteras terminan difuminándose. Sencillamente, no hay techo.

La trama, de la que no os vamos a desvelar nada, nos sitúa 30 años después y abandona el nihilismo «Noir» de su primera entrega para conceder protagonismo a la esperanza, aunque en ningún momento abandona sus fuentes posmodernistas, que en esta secuela se someten a intensos baño de luz monocromáticos y son desplazadas de la populosa urbe para colonizar los espacios abiertos, subrayando una decadencia latente en todo el relato que acaba siendo rebasada a través de la esencia del sacrificio.

Blade Runner 2049 Crítica El Palomitrón

Sus 163 minutos pasan como un suspiro ante los ojos del espectador de mirada atenta, que disfrutará de sus escenarios, algún que otro guiño a Blade Runner, o la progresión de sus personajes. Un oasis fílmico que encuentra en su banda sonora y sus efectos de sonido un complemento perfecto. Hablamos de cine de primera división, perfectamente ensamblado, y hablamos de un nivel que solo se resiente en sus últimos minutos, con un último tramo (hablamos de minutos y alguna explicación con imágenes innecesaria) que no está a la portentosa escala del resto del conjunto.

Blade Runner 2049, en cualquier caso, es cine en estado puro y resulta totalmente obligatorio disfrutarla en la pantalla más grande que encontréis y con el mejor sonido posible. Esta vez, no hay excusa.

Bendito seas, Denis Villeneuve.

 

LO MEJOR:

  • Casi todo. Dirección, fotografía, diseño de producción, sonido… ¿Seguimos?
  • Ryan Gosling. Un acierto total de casting.
  • Ana de Armas interpretando a Joy, en especial su escena rebasando sus propios límites y explorando el mundo exterior por primera vez.

 

LO PEOR:

  • Detalles en su tramo final que rompen su estatus de obra maestra.

 

Alfonso Caro

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Alfonso Caro Sánchez (Mánager) Enamorado del cine y de la comunicación. Devorador de cine y firme defensor de este como vehículo de transmisión cultural, paraíso para la introspección e instrumento inmejorable para evadirse de la realidad. Poniendo un poco de orden en este tinglado.