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CRÍTICA: A CAMBIO DE NADA

 

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El cine a menudo rinde homenajes a la propia vida. El poder que se desprende de la gran pantalla a la hora de contar historias quizá trasciende más si estas provienen de la propia realidad. Y no, no hablamos de biopics ni de recrear los milagros de una vida para deleite de aquellos que disfrutan con la caracterización de un famoso actor convertido en algún héroe lejano. Es la vida misma la que, dentro del marco que se permite abrir el cine, crea las historias más verdaderas, más humanas y, probablemente, más trascendentales para el espectador, sin ceder el protagonismo a un personaje concreto. En muchos casos, se trata de la muestra de diferentes puntos de vista de una situación con el fin de conectar con el público y librarse del peso que supone darle la vuelta a una historia y hacer de ella simplemente un argumento que funcione. En otras ocasiones, la misma realidad de la película hace que el espectador conecte de manera inmediata con lo que está viendo y apenas se da cuenta de la influencia de esta. Y muy contadas veces, sucede que la propia historia es la que sirve de redención y liberación para quien la crea, no con la intención de influir o de transformar a nadie, sino con el objetivo de lograr desprenderse de un pasado del mejor modo que existe: haciendo de las propias vivencias una película que deje sorprendido a todo aquel que la vea.

 

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El tercer caso es el que más se acerca a lo que DANIEL GUZMÁN ha creado. A CAMBIO DE NADA, que se presentó en el FESTIVAL DE MÁLAGA logrando hasta cuatro premios incluyendo Mejor Director y la Biznaga de Oro a Mejor Película, supone el fin de un proyecto prácticamente eterno, en el que el actor y director ha invertido tal esfuerzo que el resultado no podría ser mejor. Su debut en el largometraje supone la exploración de su propio pasado, la indagación en lo que él fue sin caer en la autocrítica ni en la autocompasión. Todo lo contrario. A CAMBIO DE NADA desprende una pasión desenfrenada por contar una historia, por dar vida a unos personajes que no necesitan ningún atributo extraordinario para lograr convertirse en héroes de barrio, en adolescentes con tantas ganas de exprimir la vida como esta les permita y con una interacción con el público fuera de lo normal. La cinta propone un viaje por un mundo que casi todos hemos vivido, y sus aspiraciones no parecen ir más allá del mero hecho de contar una verdad. Sin embargo, la intención que parece tener GUZMÁN con la película es mucho mayor y, sobre todo, mucho más trascendental. Su debut casi es un grito de nostalgia y de rabia.

Quizá el elemento que más destaque del conjunto fílmico que conforma A CAMBIO DE NADA es esa sinceridad que se desprende durante cada minuto de la película y que supone la creación de esa empatía inusual con el espectador que, en ciertas ocasiones, se necesita para adentrarse en una historia como esta, donde la crudeza y el humor conviven de forma tan armoniosa como sorprendente. Este hecho, junto con la velocidad de la acción y la fuerza que desprenden las secuencias del largometraje, suponen un conglomerado de emociones de las que el público con seguridad no podrá escapar.

 

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Además de las diversas razones por las que A CAMBIO DE NADA es un filme que funciona, sus intérpretes tampoco decepcionan. Al contrario. Son el pilar básico y necesario para una historia prácticamente redonda. MIGUEL HERRÁN da vida al protagonista principal y cara visible del drama de extrarradio que GUZMÁN nos presenta. Su interpretación, que supone también un debut y una primera incursión delante de las cámaras, destaca de manera sobresaliente, con una espontaneidad que prácticamente traspasa la pantalla. ANTONIO BACHILLER, no obstante, es quizá la sorpresa interpretativa más relevante de A CAMBIO DE NADA. Su forma de dar vida al compañero de HERRÁN resulta tan satisfactoria y tan creíble que uno no puede evitar pensar qué hay de ficción y qué hay de realidad en este largometraje. Pero, sin duda, el alma sensible, la espontaneidad y la inocencia nacen del personaje interpretado por la abuela del director, ANTONIA GUZMÁN.

A CAMBIO DE NADA no solo supone el debut de un conocido actor. Supone también una redención, la finalización de un periodo de diez años de elaboración de un proyecto ambicioso con una intención nada extravagante: la exposición de una historia casi mundana, para algunos incluso conocida, sin pretender caer en la compasión ni en la pena, sino todo lo contrario. Su intención, sobre todo, es el retrato de una vida.

 

 

LO MEJOR

  • La crudeza y, al mismo tiempo, el humor con el que se tratan las tensiones familiares y sociales.
  • Las interpretaciones principales hacen de la historia un relato completo y sorprendente.
  • El propio argumento y la velocidad de la acción. La forma de GUZMÁN de contar esta historia supone la creación de una atmósfera de empatía con el espectador poco corriente.

LO PEOR

  • Algunos aspectos de la película no quedan realmente resueltos.

 

 

Sheyla López 

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