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CANTÁBRICO, LOS DOMINIOS DEL OSO PARDO

Osos en Cantábrico El Palomitrón

La naturaleza nos habla si se para uno a escucharla. Incluso hay quienes desarrollan, con una sensibilidad muy por encima de las aspiraciones de cualquier mortal, la capacidad de entender las historias que guarda. En la cima de ese selecto grupo de individuos se encuentra Joaquín Gutiérrez Acha, el único español que ha trabajado para National Geographic. El naturalista y cineasta presume, y no es poco en un país donde los documentales de flora y fauna suelen quedar relegados a comparsa de las siestas en La 2, de haber logrado que este género irrumpa (por primera y única vez) entre los nominados a Mejor película en los Goya. Tampoco ningún otro había llegado hasta entonces a las salas de cine. Su aplaudido debut en el largometraje Guadalquivir sumergía al espectador en una experiencia en 360º a través de los secretos que escondía el cauce del río andaluz, las marismas y el calor sureño. Ahora repite fórmula en el territorio español más salvaje de entre lo salvaje: Cantábrico. En esta segunda película, producida por Wanda Films y Bitis, Gutiérrez Acha acerca al público a los ecosistemas del norte de la península ibérica.

Cantábrico en El PalomitrónLa cordillera Cantábrica se levanta como una gran muralla de 400 kilómetros paralela al mar. Repleta de vegetación y de especies de animales desconocidos, de formas de vida que conviven desde tiempos remotos. Conforman un pequeño universo de salvaje realidad y misteriosa fantasía que el cineasta ha inmortalizado con su cámara. Estación a estación, a lo largo de dos años. Cantábrico, los dominios del oso pardo es, a primera vista, pura poesía visual. Belleza en vena y en pantalla grande. Eso sí, la grandeza del filme es que, aunque podría permitírselo y resultar igualmente llamativo, no se acomoda en la espectacularidad. Al contrario: agarra y potencia lo que los paisajes ofrecen. Con técnica, maravillosos planos (rodados incluso con drones para llegar a los sitios más remotos) y mucha presteza. Pero, igualmente, les imprime verdad. Les saca la vida, la pureza, la ferocidad. Sin tapujos ni medias tintas.

Porque en Cantábrico nada es ficticio. Para Gutiérrez Acha la norma no escrita es, siempre, sobre todas las cosas, no interferir. Y, sin embargo, las criaturas que lo protagonizan parecen seguir el guion de una película de Hollywood. Es imposible no sentir ternura con la forma en la que un oso pardo protege a sus oseznos. Ni dejar de sonreír cuando un simpático mirlo acuático sale de las profundidades. O estremecerse y apartar la vista cuando una manada de lobos devora a tiempo real y sin censuras a un desafortunado ciervo. Incluso asombrarse por la manera en la que una mariposa engaña a un enjambre de hormigas.

Cantábrico en El PalomitronGran parte de culpa la tienen los relatos de Carlos de Hita, narrador y vocero de esas escenas de la biodiversidad. De Hita parece hablar el mismo lenguaje de las fieras y traducirlo al castellano. Sin olvidarse de la estupenda banda sonora compuesta por Pablo Martín Caminero, acompañante de los sonidos de la naturaleza.

Si es apabullante lo que se ve, más lo es el mensaje con el que el espectador se marcha del cine. No se escucha explícitamente durante el metraje, y en cambio, ensordece. Un grito alto y claro. Toda esa belleza, todos esos rincones tan próximos pero que a la mayoría de los espectadores les parecían tan lejanos, forman parte de nosotros mismos. Un trozo de vida que peligra. Que necesita que lo cuiden y que se conozca su extraordinaria riqueza. Es la loable tarea que él y su equipo se han echado a la espalda. Ya lo dijo él mismo en el preestreno en Madrid de la película: “Aquí no quedan las cosas. Queda mucho que enseñar”.

LO MEJOR: 

  • Descubrir lugares increíbles y desconocidos de nuestra geografía.
  • Aprender a valorar (aún más) la naturaleza y sus historias.

LO PEOR: 

  • Algunas escenas pueden herir la sensibilidad.

 

María Robert

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