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CALL ME BY YOUR NAME

Hay películas en las que uno desearía entrar a vivir: para empaparse de sus texturas y fragancias; para escuchar sus voces; para rodearse de sus maravillosos personajes y alargar el máximo tiempo posible su compañía. Hay obras, como Call Me by Your Name, que son pequeños y milagrosos artefactos en los que todas las piezas funcionan al máximo rendimiento para componer una excelente película, sí, pero también algo más: una sinfonía a la vida; una oda a los amores fugaces; un doloroso recordatorio de que la juventud se extingue; los años vuelan y, al final, lo único que nos quedan son nuestros recuerdos, siempre insuficientes.

En Call Me by Your Name, el director Luca Guadagnino nos ofrece la posibilidad de sumergirnos en un verano en la Riviera italiana donde el joven Elio (revelador, impresionante, fresquísimo Timothée Chalamet) vive un romance con Oliver (un brillante Armie Hammer), el hombre que acude a la casa familiar para colaborar con el padre en una investigación académica. Entre Elio y Oliver surge un amor como lo son los amores de verano: incondicional y eterno mientras dura, salvajemente apasionado y desgarrador por saberse con fecha de caducidad.

Basado en la novela Llámame por tu nombre, de André Aciman, la película lo tenía todo para distanciar al espectador (personajes extremadamente cultos, largas conversaciones sobre temas académicos y, claro, una historia de amor entre un menor de edad y un hombre adulto) y, sin embargo, a Guadagnino le sale un relato que se pega al corazón del espectador desde el inicio para no soltarlo hasta mucho después de que haya finalizado. Lo consigue gracias a la creación de dos personajes que bajo la fachada de la intelectualidad albergan corazones sedientos, llenos de miedos y dudas. Que son, en definitiva, de carne y hueso, meros mortales como nosotros, aunque un poco mejores, por qué no.

De Call Me by Your Name nos lo creemos todo, porque es un artificio creado con tanto cariño y coherencia que cobra vida ante nuestros ojos. Gran culpa de esto la tiene Timothée Chalamet, que con 21 años (y una interesante carrera que incluye títulos como Hombres, mujeres y niños e Interstellar) se enfrenta a un personaje complejísimo y consigue que todo parezca sencillo ante nuestros ojos. Es absolutamente imposible, al margen de los gustos del espectador, no enamorarse de él. Porque si Tilda Swinton era el amor adulto en otra película de Guadagnino (Yo soy el amor, 2009), Chalamet es el amor juvenil, más genuino si cabe en cuanto que no conoce de ataduras ni moderación, es solo puro y visceral. El amor loco loco loco de quien ignora que la vida a veces tiene otros planes que no siempre coinciden con los de uno mismo.

El de Elio y Oliver es un romance que queda grabado en los anales de la historia del cine y un regalo maravilloso de Guadagnino: 130 minutos de amor veraniego a los que poder volver una y otra vez sin que pierda un ápice de frescura. Y aunque los veranos acaban y el otoño deshoja hasta a los más imponentes árboles, Call Me by Your Name siempre estará ahí para recordarnos que, a veces, los acontecimientos más mágicos de nuestras vidas solo duran un instante, pero ese instante se atesora para siempre.

LO MEJOR:

  • Armie Hammer y Timothée Chamalet, perfectos en su naturalidad y valentía.
  • La capacidad de Luca Guadagnino para colarnos una historia de amor sobre el papel algo peliaguda y transformarla en la película más arrebatadoramente bella que se verá este año.

LO PEOR:

  • 130 minutos son muy pocos para una película que bien podría durar 130 días sin agotar al espectador.

Alex Merino 

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