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BIBLIOTECA: LAS CANCIONES QUE MI MADRE ME ENSEÑÓ

 

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Para escribir un artículo que le gustase leer a MARLON BRANDO tendríamos que alejarnos de la vanagloria de sus actuaciones o la devoción hacia su persona pública. Por esta razón (porque él odiaría un texto de ese tipo), creemos que quien realmente quiera conocer a MARLON BRANDO seguramente experimente en su investigación algo más parecido a agradables conversaciones con una gran persona de pensamiento libre y franco. Probablemente algunas personas de las últimas generaciones tengan un borroso concepto de este nombre tan resonante, MARLON BRANDO. Quizá sepan con certeza que era el «padre de Superman», (SUPERMAN, RICHARD DONNER, 1978) o don Vito Corleone (EL PADRINO, FRANCIS FORD COPPOLA, 1972). Otros podrían relacionarlo con aquella imagen en blanco y negro de un hermoso cuerpo cincelado bajo una camiseta blanca remangada en UN TRANVÍA LLAMADO DESEO (ELIA KAZAN, 1951).

Quizá todas estas referencias hayan llegado a estas generaciones por ser imágenes icónicas en la cultura pop a partir del año 2000, cuando los muros de los bares, las camisetas, los bolsos y los escaparates se llenaron de fotografías de Hollywood y del cine italiano de los 60. No se sabe por qué. Pero sin duda, el mejor material para conocer de cerca a MARLON BRANDO y leer su voz en primera persona es LAS CANCIONES QUE MI MADRE ME ENSEÑÓ, un libro autobiográfico en el que nos cuenta varias anécdotas especiales o divertidas de su vida. Un libro muy distinto al resto de sus biografías. Un proyecto liderado por él mismo, sin más pretensión que la de ganar dinero para pagar los gastos que conllevaron su mayor tragedia: su hijo Christian había matado al novio de Cheyenne, medio hermana de Christian e hija de MARLON y su última esposa, Tarita.

 

Las canciones que mi madre me enseño

 

Pero en este libro, MARLON no escribe sobre sus amantes, sus hijos o sus esposas. Aunque su intención inicial era crear un producto jugoso con el que conseguir dinero para ayudar a su hijo, en realidad este libro terminó siendo un hermoso conjunto de experiencias que le ocurrieron a una persona muy normal, encerrada en una figura pública insanamente afamada. Algunas muy corrientes e íntimas, otras extraordinarias y hazañosas, pero todas despojadas de cualquier detalle llamativo para la prensa carroñera.

Leer estas páginas puede convertirse en algo realmente terapéutico: su pensar tan directo y cristalino proporciona una calma sorprendente. La templanza de su comportamiento se nos muestra reposada y, por supuesto, admirable, por ser algo tan difícil de aflorar en aquel entorno de lujuria del ego, caminando sobre alfombras de la heroicidad flanqueadas por multitudes en éxtasis. Él siempre se preguntó por qué las personas sentían eso por él, si lo único que sabía hacer en la vida era actuar. Qué curioso: tantísimas personas tratando de glorificar sus habilidades interpretativas como algo de otro mundo, de descifrar su vocación, el sentido trascendente de su alma innata de actor.. y él simplemente actuaba porque «no había otra cosa que supiera hacer», y, casualmente, le daba muchísimo dinero. Nada filosófico ni grandilocuente; simplemente un hombre trabajando en lo único en lo que había sido validado en su dura infancia y adolescencia. Un hombre muy inteligente que no quería parecer inteligente. Ni no parecerlo. Un desahogo tan natural como el azul pardo de sus ojos.

Esta sencillez tan proporcionada es extremadamente llamativa cuando la descubrimos en la persona que andaba detrás del rostro de los pósteres de las tiendas de Malasaña. La sencillez de una persona que luchaba por hallar el equilibrio en el filo de un abismo que bien podría destruirle o convertirle en un faraón. Aunque, como todos sabemos, finalmente ambas cosas le esperaban en el fondo de aquel abismo. Fue cierto el título del libro (su madre le enseñaba canciones) y, a pesar de su alcoholismo, él siempre la recordó con cariño: era una mujer buena y sensible al arte, y el alcohol fue su bálsamo frente a la violencia y a los golpes de su marido, Marlon Brando Sr. El niño MARLON creció cerca de los animales y su madre le enseñó a amarlos. Se enamoró de su niñera a la edad de 7 años y, cuando ella se marchó, sintió por primera vez la injusticia y la frustración. A partir de entonces, comenzó a confrontar la furia y el maltrato de su padre, del que jamás recibiría explicación o perdón, ni tampoco validación o aprobación en nada de lo que él hiciera.

 

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De la suma de todas estas circunstancias, surge esta persona tan especial: un talento demasiado carismático para la interpretación, amadrinado por STELLA ADLER (introductora del famoso método Stanislavski en Estados Unidos), y encerrado todavía en un joven hipersensible con aversión a la autoridad y una hermosa piedad hacia la injusticia, tan hermosa que merece contar algunas de sus luchas personales contra cada injusticia que se topaba en su camino. MARLON participó activamente en «el sueño» liderado por Martin Luther King en la marcha por los derechos civiles y, junto con Charlton Heston, fue el encargado de conseguir que se unieran otros rostros blancos populares de Hollywood a ella. También fue una constante su pasión por lo indígena, lo que no estaba tocado por aquel germen de la modernidad occidental que se expandía de forma meteórica. Siempre había soñado con viajar a Tahití, y finalmente lo hizo en 1960 en el rodaje de REBELIÓN A BORDO (LEWIS MILESTONE, CAROL REED). Allí quedó fascinado por los tahitianos: su pureza y su inmutable sonrisa le desconcertaban y sobrecogían. Amaba el hecho de no ser importante para ellos, de no ser admirado ni idolatrado por algo tan natural para él como el actuar. En Tahití fue anónimo, inocente, no juzgado… Fue igual que todos los que le rodeaban. Existía la justicia.

Por otro lado, muy remoto, en Estados Unidos había cero justicia para los nativos indígenas. Los brutales genocidios masivos cometidos por los conquistadores nunca fueron condenados, y probablemente ni siquiera correctamente documentados en la historia de la «gran nación». Los indios eran retratados en el cine como seres sin ánima ni moral ninguna, salvajes, violentos y carroñeros. MARLON, antes de ganarlo, ya había decidido rechazar el Oscar por el papel de Vito Corleone en EL PADRINO, y aprovechar la oportunidad para que la actriz india SACHEEN LITTLEFEATHER reclamara ante todos los miembros y simpatizantes de la Academia la desfiguración y la humillación de su pueblo en la industria del cine durante décadas, cuando acudió a la gala en lugar de BRANDO.
Pero además de este acto tan indecoroso y tan brutalmente honesto, Marlon fue un fiel compañero en las peligrosas resistencias de las comunidades indias que el gobierno de los Estados Unidos trataba de asfixiar a base del incumplimiento de todos los tratados firmados, privándolas de sus tierras, su agua y su alimento. De hecho, las pocas veces que MARLON sintió de cerca la muerte fue en algunas de aquellas resistencias: una tormenta en el río Gresham, en Wisconsin, mientras reivindicaban sus derechos sobre la pesca, o esquivando las balas de los disparos a los manifestantes de la tribu Menominee en las disputas por sus tierras.

 

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Y así se le conoce de verdad, leyendo anécdotas como estas, y muchas otras vicisitudes de la vida de una persona que siempre rechazó la celebridad, la misma celebridad que nunca dejó de perseguirle y por la cual le ocurrieron tremendas desgracias, a él y a su familia. Afirmaba que «solo quería dinero para no pensar en dinero» y que supo reconocer que finalmente se le fue un poco la mano con eso.

Y, casualmente, hace poco se ha lanzado el documental LISTEN TO ME, MARLON, dirigido por STEVAN RILEY, lleno de maravillosas coincidencias con el contenido del libro LAS CANCIONES QUE MI MADRE ME ENSEÑÓ, que llevan a pensar que ambas piezas usaron los mismos documentos. Disfrutad de ambos y conoced a una persona honesta, amorosa y sensible, con un gran coco que le dio vueltas a cosas muy interesantes que quizá puedan ayudarnos en nuestro tránsito, o inspirarnos en la compasión por los tránsitos ajenos.

 

 

Blanca Álvarez

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