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VERGÜENZA, NUEVOS AIRES PARA LA COMEDIA ESPAÑOLA

Juan Cavestany (Gente en sitios, El señor) y Álvaro Fernández (Con el culo al aire, Allí abajo) son las mentes creativas detrás de la última apuesta de Movistar+: Vergüenza. En el Spoiler Fest ya pudimos ver sus dos primeros capítulos, pero ahora por fin hemos tenido la oportunidad de verla entera. La serie se enmarca dentro de la estrategia de la empresa por apostar por la producción nacional de calidad, como ya hemos visto con La zona y próximamente con La peste. Vergüenza es una serie de humor, que con sus más y sus menos, supone un soplo de aire fresco para la televisión de nuestro país. Irreverente y provocativa como pocas, la serie llega a la plataforma de Movistar+ el 24 de noviembre, con la esperanza bajo el brazo de ser la comedia de la temporada.

Y eso que en un principio no plantea nada nuevo. Jesús y Nuria son una pareja aparentemente normal: ella trabaja en el sector de ventas de una empresa, y él es fotógrafo de bodas con aspiraciones a convertirse a la fotografía artística. Hasta ahí todo bien. Solo tienen un problema: no pueden evitar hacer el ridículo (y dar vergüenza ajena) allá por donde pasan. Y lo hacen hasta límites inimaginables, hasta atravesar la pantalla y revolver al espectador de su sofá, obligarle a agachar la cabeza y desear que todo acabe lo antes posible. Vergüenza da exactamente lo que promete: mucha (en serio, mucha) vergüenza.

Pero por encima de todo eso, incluso de las interpretaciones de su reparto, que está insuperable, lo más importante de Vergüenza es que es una serie necesaria para nuestra ficción televisiva. Y si se sigue su ejemplo, podemos estar hablando de un cambio de paradigma en la forma de hacer humor en España. Aunque llega un poco tarde, Vergüenza es un paso adelante en la producción nacional de nuestra televisión. Y lo es por muchas razones. Desde sus personajes, maravillosamente bien escritos y muy alejados del estereotipo al que estamos acostumbrados, pasando por el plano técnico, impecable y sin nada que envidiar a las producciones norteamericanas de Netflix y compañía, hasta lo más esencial: que es arriesgada.

Y lo es por lo inusual de su propuesta. Arriesga porque plantea un humor irreverente y muy poco habitual entre nuestras series, y sobre todo porque sabe ser una serie de drama cuando se le agota la comedia. Este es el principal atributo de Vergüenza: entre tanto ridículo y tanta comedia absurda, se esconden unos personajes que, entre la aversión y la lástima, ocultan un trasfondo dramático de peso. Por eso el segundo bloque de Vergüenza es mejor que el primero, porque cuando su humor empieza a dar señales de debilitarse, la producción resurge convertida en una serie tan inesperadamente dramática como sensacional.

Es cierto que no es perfecta. Que su humor se acaba desgastando con el paso de los capítulos y que, por desgracia, se vuelve demasiado repetitiva. Tanto buscar la vergüenza acaba desencadenando situaciones demasiado forzadas. La trama es demasiado predecible y la idea es novedosa dentro de nuestras fronteras, pero no tanto si nos alejamos de ella. Pero una cosa es segura: para equivocarse hay que intentarlo primero, y a Vergüenza hay que concederle todo el mérito de intentar cambiar las cosas.

Víctor Camarero

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