La obra de Kore Yamazaki siempre ha tenido un tono especial, personal. Es algo que a primera instancia parece que sea una observación personal pero que, en realidad se extiende más allá del usuario en si mismo. Es casi como su propia marca, el conseguir que la persona que se sumerja en su historia se encuentre cómoda, a modo de inmersión. 

Y es que The Ancient Magus’ Bride tiene parte de la esencia con la que nos encandiló El Viaje de Chihiro años atrás. Chise, quien tiene el poder de ver a los espíritus que nos rodean —en una suerte de referencia al “Yaoyorozu-no-kami”, la creencia sintoísta de que los dioses y espíritus se encuentran siempre a nuestro alrededor— queda huérfana a una edad temprana tras la desaparición de su padre y el sucidio de su madre. Condenada a una vida solitaria, a la mirada juzgadora de aquellos que no ven lo mismo que sus ojos, decide venderse a si misma. Quien la compra no es nada más ni menos que un antiguo y poderoso hechicero, Elias.

Su sinopsis podría utilizarse en cualquier manga shonen como excusa para desarrollar los poderes de la chica y convertirla en la próxima reina de los magos o en la salvadora de cualquier reino lejano. Pero The Ancient Magus’ Bride tiene otras temáticas con las que tratar. Y lo deja totalmente claro en una de sus primeras escenas, cuando Chise y Elias aparecen frente a la casa del brujo. Lo suyo no es la acción y los conflictos (los cuales tampoco deja nunca en el olvido), sino las personas.  

Unidos por un sentimiento

Tanto Elias como Chise están solos antes de unirse entre ellos. Y es ese hogar, el que además protagoniza el final de su segundo opening de forma simbólica, el que lo representa; es su punto de unión. El hogar está donde está el corazón y los de ambos protagonistas comparten ese lugar.

Y es que, por muchas referencias sintoistas o paganas que consten en la serie, por muchas criaturas mágicas que se den cita en ella y por muchas aventuras que vivan, The Ancient Magus’ Bride siempre apuntará al desarrollo emocional de sus personajes. Lo hace también con Ruth, quien vaga abandonado durante años tras la muerte de Isabel. Y ocurre lo mismo con Alice e incluso con Lindel, con sus pequeñas historias y detalles. Y Chise es el punto de unión entre todos ellos.

Y es la misma Chise la que se encarga —y no por sus poderes— de humanizar al resto de personajes. El verdadero valor que les representa en la obra viene de ella. Y Yamazaki lo escenifica a la perfección con momentos cargados de valor emocional y de simbolismos al plantear, entre tantas otras, un Elias que «siente frío» al alejarse de la chica.

Esa es precisamente su forma de redimir a su protagonista. Una chica huérfana, abandonada y rechazada y con un destino que clamará pronto por su vida. Pero en vez de ponerles en busca de una cura secreta o de plantear reflexiones metafísicas la obra solo busca abrir su corazón. Chise se contenta con conseguir una sonrisa en los demás, porque ya tiene mucho más de lo que nunca había tenido, un hogar al que pertenecer.

The Ancient Magus’ Bride podría ser muchas cosas pero se contenta con lo que es, con esa introspectiva hacia el ser humano y aquello que le rodea. Pero consigue hacer sentir mucho más con una escena tan simple como aquella en la que Chise le ofrece una regalo de Navidad a Elias que con una batalla a vida o muerte.

Y quizás sea esa la verdadera magia de la obra, su sencillez, sus pequeños detalles. Tan puros e inocentes como la propia protagonista de su historia. Aún queda mucho para ver el final y es de esperar que su argumento tome giros inesperados y desvíe su rumbo. Pero, aún con todo eso, es muy difícil olvidar todos esos pequeños momentos con los que nos ha enamorado hasta ahora.

Óscar Martínez

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